sábado, 30 de diciembre de 2017



                    
                    LOLO (mi pequeño legionario) (***)

                                                         1

Desde el pasado mes de abril, disfruta de  mi hospitalidad (¡y yo no poco de la suya!) un amigo que, prisionero por la Naturaleza de una horizontalidad que nos llevaría a pensar que sus neuronas desmerecen por la posición que ocupan en el espacio....(¡tío no te enrolles!)..bueno, bueno...quería decir que es un perrito, (¡así está mejor señor Valjean!) un perrito que responde con alegre mirada y abaniqueo de colita al eufónico bisílabo de Lolo...Lo-lo, esdrujuleando ¡eh!.
Lolo, cuando me fue presentado por su dueña, a la que quiero tanto como a él, tenía el pobre, para conquistarme todo en su contra porque al pasar la aduana de mi corazoncito, lo esperaba a sus puertas el agrio, bigotudo carabinero de mis prejuicios, de mis prejuicios contra los perros pequeños, claro.  Y es que nunca me han gustado los perros pequeños. El último perro pequeño que tuve era una yegüa de cuatro años,  metro y medio de alzada y que respondía a la gracia de: Estrella y que no mostró el menor pudor a la hora de  sacarme por el parabrisas de su cuello para que yo, como una Pinito del Oro de aquella España del blanco y negro y café de recuelo o de olla (*) después de dar dos vueltas en el aire ir a topar con mis cuadernas o costillas en el cesped de la cuadra. Así que hago constar ya de antemano que no me gustan los perros pequeños. Pero con la misma contundencia que certifico lo anterior afirmo al mismo tiempo que Lolo, diga lo que diga la Física, no es un perro pequeño. Lolo viene a ser, para que se me entienda, como si a un perro grande (un gran danés por ejemplo o un mastín del Pirineo) lo estuviésemos contemplando con unos prismáticos puestos del revés. Lolo, como los héroes del celuloide o del papel impreso gana en la lejanía porque en la distancia corta les huele el aliento y eso los humaniza, ...Lo sabe cualquiera. La primera mañana que lo acompañé al jardín de mi urbanización para que procediera a su “tualet” más íntima me sorprendió ya de entrada su manera tan chulesca de andar. Como un Lagartijo o un Manolete ante la puerta de chiqueros, así se plantaba él ante el pino grande del jardín a cuyo pie depositaría sus exquisiteces renales más preciadas. Ahí ya me ganó por puntos, en los andares. El muy j....sabía que, con esa pasarela que me estaba brindando le iba a costar menos trabajo enamorarme de su personita que levantar la patita para echar una generosa micción de urea, porque yo, al verlo tan pequeño y desfilando como un joven guerrero de aquellos que llevaba como escolta Millan Astray en sus tertulias del León de Oro de Madrid (no salgo garante del nombre del Café o ¿era el Café de Levante) (**) al verlo con la cabeza erguida y buscando pendencia como un viejo soldado de los tercios de Flandes...me dije para mi sayo...¡Si, señor Lolo, así me gusta..con dos c....! Vamos, don Juan Tenorio, a su lado, ya digo, una modestita ursulina recien consagrada. Y es que cuando Lolo hinca una de sus recias pequeñas patitas en la tierra, no busca solamente no contradecir la ley de la traslación de cuerpos en el espacio sino que toma posesión de ella, la hace carne de su propia carne, la...(¡vale, vale..!) Ejem. Perdón. Quería terminar el período diciendo que solo le falta tener al lado un escudero con el pendón de Castilla ondeando al viento y un fraile barbudo bautizando indios arrodillados en la playa y con la misma mirada de estúpida alucinación, los indios, que tenemos los contemporáneos mirando la llegada del ascensor o, en casa, fascinados por esos programas donde se salva no sé qué....y que nos estupidiza aún más.
 (señor Valjean...¿vamos a ser un poquito, al menos un poquito políticamente correctos? ¿Eh?)
...(Mire, señor Núñez, ¡”llastoi” hasta aquí...de sus interrupciones! Se está usted poniendo ya un poquito pesado con tanta censura...¿No le parece? Ya sabe que yo escribo a lo que salga...Como decía el pintor de la fábula: si sale con barba: San Antón y si no...: la Purísima Concepción ¿Estamos? ¡Pues...eso!)
 (¡Bueno, bueno.. señor Valjean! Tengamos la fiesta en paz  y escriba usted como más le plazca. Ya sabe que usted y yo estamos muy unidos y que yo lo quiero bien. Soy practicamente carne de su carne. Formamos una...una...¿una Binidad? ¿una Trinidad de dos?)....
(¡Déjese de florituras señor Núñez! Ya me ha cortado usted, si señor, y me ha cortado el hilo de la narración. En fin, mañana lo continuaré. Y ya tendré unas palabritas con usted cuando lleguemos a casa. Ya las tendremos. No crea que se va a escapar. Ya me ha j....el artículo. Estará contento. Ahora me voy porque Lolo, con sus arañacitos en las enagüas de mi puerta reclama mi atención.)
Silencio y huida por el foro del señor Núñez.
(Jean Valjean de Montaigne)
(*) Venga tí@ tira de google: no te lo voy a dar todo hecho
(**) Hacer lo mismo que se aconseja en la llamada anterior...De nada.
(***) Este artículo panegírico sobre Lolo y los que vengan detrás van dedicado (¡faltaría más!) a la dueña de Lolo, mi entrañable amiga Montse. El perro es el reflejo de su ama. En este caso queda confirmado. Lolo tiene la nobleza de su dueña. Vale.



(CONTINUARÁ....mal que le pese a uno que yo me sé)

viernes, 15 de diciembre de 2017

Tenía pensado comenzar a escribir este libro después de tu fallecimiento, cuando hubieran pasado.....

...por encima de tus cenizas y de mis canas al menos diez o doce años pero… ¿Qué puedo hacer? Te estás haciendo tan longevo y estás mostrando tal resistencia a la muerte que cada día que pasa me veo a mí mismo más cerca de mi propia tumba que a tí de la tuya. Debo recordarte que ya te has llevado por delante (discúlpame este pellizquito de humor negro) a dos hijos, sin contar a tu esposa. Y por si esto no fuera suficiente para justificar mis temores, hay que decir que ya has intentado suicidarte una vez lo cual, en tu caso al menos, te vacuna férreamente contra sucesivos intentos. También he tenido en cuenta esa regla de oro del escritor que dice que la distancia tanto temporal como espacial crea la objetividad en el relato, que es algo que yo, por otra parte, no tengo demasiado claro. Pero, de todas formas, por eso no has de sufrir; en mi caso se cumple de manera harto satisfactoria pues, por lo pronto, casi dos mil kilómetros de Atlántico nos separan, y, por ahora, no hay peligro de que una aproximación física entre nosotros tenga lugar, pues a ti te tiene ya prácticamente atado a un sillón esa artrosis que vienes arrastrando hace años y que no has tenido el menor pudor en dejármela como herencia, y a mí, como muy bien sabes, me da pánico subirme en un avión. De todas formas no descarto la posibilidad de que mientras escribo este relato la noticia de tu fallecimiento venga a revolucionar toda mi geografía sentimental y ello me obligue a romper todas estas páginas que llevo ya escritas y comenzar una nueva carta. O no...

Es curioso, tú que eres el receptor virtual de esta epístola vas a ser el único que no la va a leer. Y voy más lejos aún en mis elucubraciones sobre el porvenir de este libro: es posible que cuando se publique, ya estemos los dos muertos. ¿Sabes una cosa?, a este tipo de cartas, en el prólogo de carta al padre de Kafka las llaman cartas muertas. Esta triste metáfora me trae a la mente todo ese cafarnaúm apestoso de tópicos romanticóides: El otoño, los jardines solitarios, un triste adagio de Mahler…¡cartas muertas! O sea, que esta carta que te envío a ti, ya ha comenzado a morir desde la primera palabra; viene a ser como si ayudando en un parto tuviera entre mis manos el cadáver diminuto y sanguinolento de un recién nacido. En mi caso prefiero que sea así, una carta muerta en la que te tenga ante mí, para poder hablarte, pero, eso sí, solo como un receptor virtual, sabiendo que no has de leerla nunca. Sí, sí, lo has oído perfectamente: nunca. Porque si tuviera la más ligera sospecha de que pudiera suceder lo contrario, puedes estar seguro de que no la escribiría, no porque no me atreviera, soy bastante cobarde, pero no se necesita mucho valor para escribir, y aún te diría más: solo escribimos los que hemos huído previamente de la vida y queremos volver a ponerla en un orden que nos agrade más o que menos daño nos produzca. Dicho esto te diré que no te la daría a leer simplemente porque no la entenderías, y te haría un daño gratuíto del que yo no sacaría nada, absolutamente nada. Puedes creerme, no es esa mi intención, no escribo estas páginas para lanzártelas al cuello como hojas de afeitar, ni me estoy erigiendo en juez de tus actos; en mi caso, además, no estaría justificado. Cruzarte el rostro con una carta como está, pero viva, palpitante, sería como echarte gasolina o cualquier líquido corrosivo en una herida: te escocería pero no te curaría, mejor dicho no nos curaría, o, siendo menos presuntuoso por mi parte, es posible que la tirases a la papelera nada más comenzar a leerla y te lavases la conciencia con uno de aquellos calificativos que con tanta habilidad sabías dispararme cuando compartíamos la casa de mamá.
(Jean Valjean)





miércoles, 13 de diciembre de 2017

NOTAS DEL CREPÚSCULO. El título de este nuevo Diario que comienzo ahora está copiado de otro....

El título de este nuevo Diario que comienzo ahora está copiado de otro, escrito por uno de mis maestros favoritos: Josep Pla. Ahora bien, hago la firme promesa de que si a lo largo del viaje que ahora comienzo por sus páginas encuentro otro título que me libere del delito de plagio lo cambiaré, si no......
Son en este instante las siete cuarenta y ocho horas de la mañana del viernes 25 de septiembre del año dos mil nueve.
Mi hermano Guillermo se encuentra en estos momentos sepultado entre las sábanas asépticas de una cama de un Hospital de nuestra ciudad natal (Ceuta) luchando contra un cáncer de pulmón de extrema gravedad si hacemos caso de los partes médicos emitidos por los facultativos que lo atienden. No hace ni tan siquiera tres meses que su estado de salud era óptimo; desde la soleada cumbre de sus sesenta y ocho años contemplaba el mundo con cierto ordenado optimismo hasta que la innombrable lo apuntó en su tarjeta de visitas.
Mi hermano Guillermo era, de todos los miembros de la familia y por razones de proximidad geográfica entre el domicilio paterno y la casa de su novia, era, digo,  el encargado de recogernos a mi hermana Mariló y a mí en el cine Astoria donde habíamos pasado toda la tarde y parte de la noche viendo dos y hasta tres veces la última pelicula de Steve Reeves o de Errol Flynn; Steve Reeves en minifalda y peleando siempre con unos leones que parecían jubilados aburridos del Inserso y Errol Flyn colgado de las jarcias de un buque en las posturas de un trapecista de barrio. A mí me recordaba siempre –me refiero a Steve Reeves- al trabajo de un dentista pues todo su afán era abrirles la boca para mirarles no se sabe bien qué.....Los sábados por la tarde, (todavía no había llegado la televisión a nuestro pueblo) nuestra madre, después de dejar perfectamente limpia y arranchada la cocina nos preparaba la merienda, y nos daba las dos pesetas que costaba nuestra entrada en el patio de butacas del popular cine Astoria que pasados los años, y coincidiendo con la llegada de la Democracia, terminaría convertido en unos grandes almacenes de muebles baratos
La grave situación en la que se encuentra sumido mi hermano, me ha llevado a recordar el lapidario familiar. El primer miembro de la familia que nos abrió a todos las puertas del Más Allá fue mi hermano Pepe que con apenas diez años recién cumplidos se marchó de este mundo embutido en su trajecito gris de Primera Comunión. Mi hermano Pepe, como un poeta inédito murió en Primavera, en la primavera del año mil novecientos cincuenta y siete. 


HE concluido la lectura de EN EUROPA del autor holandés Geet Makt (dudo del nombre y del apellido). Se trata del diario de un viaje por Europa recorriendo los escenarios de los más importantes sucesos políticos acaecidos en nuestro continente desde la primera Guerra Mundial hasta el conflicto de la desmembración de la Yugoslavia de Tito.


EL miedo a contraer la gripe A me ha llevado a convertirme en un consumidor compulsivo de todos los productos mágicos que se ofrecen en las estanterías de las herboristerias de nuestra ciudad.
Sueño, sueño todas las noches aunque no consigo recordarlos.

LAS relaciones con mi hija Clara siguen cortadas. Ya incluso he olvidado cuando fue el día o el mes o el año que hablé con ella por teléfono. Creo que falleceré sin haberle hablado, sin haberla visto. Y aunque me hubiera gustado que las cosas se hubiesen desarrollado de otra manera sigo pensando exactamente de la misma manera que cuando tuve con ella las primeras discusiones. Mis ideas sobre lo que es la educación de una joven no han variado ni un ápice; los hechos, por desgracia me han dado la razón. Aquellos niños de siete u ocho años que tuve como alumnos en mis últimos años de profesorado son ahora los jóvenes de veinte o veinticinco años que protagonizan las paginas de sucesos de los periodicos por pegarles a sus padres o matar y violar a la novia que los ha dejado...
La última información que tengo de mi hija es que iba a comenzar este año un curso de guionista de cine, cuando ya tiene veintiseis años y lleva en la Universidad de Valencia casi diez....
Su madre, según me cuenta mi hermana, padece una fuerte fibromialgia y ataques puntuales de depresión. Si ahora fallece, hará lo que hizo también mi hermano Paco –otro “padre amigo” como la madre de Clara es la “madre amiga”- dejar en el mundo un ser completamente inmaduro e incapaz de asumir la propia supervivencia economica y afectiva.


SEGÚN las noticias meteorologicas comunicadas a través del popular locutor Carlos Herrera nos encontramos hoy en nuestra zona geográfica en alerta naranja...o amarilla -no recuerdo ya el color- con la que se nos quiere indicar, en fin, que vamos a ser visitados por una cortina de fuertes lluvias.
Esta mañana, después del desayuno me he subido, como cada mañana a refugiarme en mi pequeña biblioteca. Mi libro de lectura en estos días son las Memorias de Albert Speer, el que fuera arquitecto oficial de Hitler y el que, si no hubiesen perdido la guerra, encargado de reconstruir toda la ciudad de Berlín, y algunas ciudades más de Alemania convirtiéndolas en una exposición de marmoles y esculturas de falso clasicismo griego. El interés del libro radica fundamentalmente en haber sido escrito por una persona que estuvo muy cerca del dictador y que con la inteligencia suficiente y la objetividad y la lejanía de perspectiva que le facilitaba el no pertenecer a la ideologia nazi nos ofrece un perfil del personaje que no debio diferir mucho de la verdad. Y por si todo esto fuera poco su lectura se hace muy amena por la maestria del narrador, por el  manejo y la plasticidad de su prosa.


CONTINUO con el insomnio, producido, según me dice el neurólogo que me controla la Miastenia, por la medicación que estoy tomando, y sobre todo por el Mestinón. No pasan de las cuatro o cinco horas de sueño al día.


HE  llamado por teléfono a casa de mi hermano. Después de un pequeño prologo protagonizado por mi cuñada he hablado con él. Me dice que anoche tuvo por primera vez un ataque de asfixia y que esta mañana, (tose mucho mientras me habla) le han punzado el pulmón para drenar el liquido que lo inunda.
“Ella” se acerca cada vez más a mi hermano.
A los tres minutos escasos de conversación le he rogado que interrumpiéramos la conversación pues los golpes de tos le ahogaban los intentos de explicarme sus luchas diarias con la enfermedad.
Morirá. Sin duda morirá. Todos a su alrededor saben que morirá y ese ruido de aguas negras en su habla es el precursor del fin.
Después he llamado a casa de mi hermana. Ella había salido y le he comunicado mis temores a mi cuñado Pepe. Le he informado de la aparición del fatal liquido en los pulmones de Guillermo. Me he alegrado de que mi hermana no estuviera. Su marido se lo explicará de una manera más sedante.
Esta Navidad estaremos solos mi hermana y yo. Otra vez como cuando éramos niños y nos daban las doce de la noche en las butacas del viejo cine Astoria de donde –me repito- nos sacaba él, Guillermo.

ES tarde de sábado y la he pasado limpiando el viejo equipo sony de música. Luego he continuado con la lectura de las Memorias de Sandor Marai. Me refiero al segundo volumen, el titulado ¡Tierra, Tierra! El libro comienza con la invasión de Hungría por parte del ejército soviético. Marai, que se ha refugiado en una pequeña casa rural en las cercanías de Budapes, nos cuenta sus encuentros con los recios mozos de la estepa que entran en las casas medio asustados y tomando lo que ven a mano y hablando de Gorki y de Chejov.
Marai, con la inocencia del que aún no ha leído Archipiélago Gulag los recibe como el viejo profesor que saluda a los alumnos más díscolos de su clase tratando de comprender su comportamiento.
El Mestinón –siempre según la autorizada opinión del neurólogo que me controla la Miastenia- sigue haciendo de las suyas en mi estómago; se me ha vuelto más ácido, bastante más ácido...Al contrario de lo que me sucedía antes que tenía unas digestiones lentas y pesadas, ahora y ¡gracias al Mestinón! mi estomago tritura los alimentos más consistentes como si yo tuviera ahora dieciocho o veinte años.....
Cómo soy bastante pusilánime ya me he encargado de solicitar una visita al Especialista de Medicina Interna en la Clinica que mi compañía médica tiene en el pueblo.
Ya he localizado, gracias a Internet, los Diarios de Marai, los que escribió –si hacemos caso del título con el que han publicado los mismos- entre los años 1984 y 1989, año éste último en que de forma voluntaria puso fin a su vida. Es justo la edad con la que falleció mi padre. Freud me diría que esta asociación de ideas me viene porque he convertido a Sandor Marai en mi padre...y llevaría toda la razón del mundo. Mi alma infantil e inmandura tiene como las remoras –esos peces que se fijan en las quillas de los buques- unos chupones sicologicos con los que me adhiero al primer hombre –real o virtual eso es lo de menos- que circula por las proximidades de mis aguas afectivas.

CUANDO hayan pasado las fiestas de Navidad iré al notario para anular el último testamento que hice. En ese testamento nombraba heredera universal a mi hija Clara. 










sábado, 9 de diciembre de 2017

CRÓNICAS DE HADÚ

        
                            MI primera bicicleta fue un patín, ¡sí, sí, un patín!, un hermoso patín de dos ruedas blancas y rotundas como una pareja de donuts. Tenía un manillar con freno a la rueda delantera y un transportín para llevar el bocadillo, o para sentarse, según corriera el viento. El encuentro con este maravilloso corcel metálico que hizo volar mis huesos infantiles por todas las calles y callejas de Hadú, mi barriada natal tuvo lugar en los escaparates de la Casa Ros, uno de los comercios más añejos y prestigiosos de la ciudad que, cada mañana, con una puntualidad nórdica abría sus cierres metálicos en la Calle Real cerca del cine Apolo. Además de cámaras fotográficas de prestigiosas marcas internacionales, Casa Ros se publicitaba en los entreactos de los cines locales como el lugar adonde todos mis paisanos que ejercían profesiones relacionadas con la salud pública....y privada acudían para abastecerse de sus instrumentos de alta precisión que la ciencia de la optimetría y la audiometría ponía al alcance de sus clínicas particulares. El señor Ros, seguramente que para aprovechar y amortizar la licencia de importación que tenía concedida para comerciar con el país de los tudescos (véase: Alemania) traía por Navidades las pequeñas y no tan pequeñas delicatessen que la industria juguetera de este país arrimaba cada año al mercado europeo. Y allí, entre toda la filigrana de precios lujosísimos, con sonrientes papanoeles de peluche marcándote el producto con una amplia sonrisa cervecera, allí estaba mi hermoso patín cegándome con los brillos de su manillar cromado y haciéndome cosquillas en las burbujas de mi imaginación con sus rotundas (ya se ha dicho) ruedas blancas sumergidas entre los últimos modelos de microscopios Zeiss o de un elegante telescopio con el que redescubrir otra vez la luna de los poetas; o aquellas perfectas miniaturas de aldeas alemanas ferroviarias por donde discurrían las soberbías máquinas Franklin con sus vagones de todos los colores y con las que todos los niños de Ceuta hemos soñado alguna vez, ¡si, si, tú también mi querido lector! Si hoy día, a la hora de escribir sobre aquella Ceuta o aquel Hadú de mi infancia recorro con el barco de mi memoria todos los rincones y recovecos de mi barriada natal se lo debo a aquel hermoso patín que me llevó a descubrir desde los callejones y patios vecinales de la barriada musulmana de la Mezquita pegada ya casi a los montes de García Aldave hasta las pequeñas casas unifamiliares que se agrupaban como gaviotas asustadas al borde de las faldas del monte Hacho que venían a ser, si se contemplaban desde el mar, como las gárgolas o los diáconos que anunciaban la presencia monte arriba del siniestro presidio que ha protagonizado los momentos más tumultuosos de la historia local.
                              CUANDO ya tomé la suficiente confianza y autoridad sobre mi patín y para hacer los honores a mi ascendencia fenicia (ni más ni menos que como todos los habitantes de esta península ibérica) comencé a comerciar con las apetencias casi eróticas que mi hermoso vehículo despertaba en toda la canalla infantil del barrio,  no me lo pensé ni dos veces y por una perra gorda admitía a bordo de mi patín al pedigüeño de turno y, emulando yo a los coolies chinos, yo, también a fuerza de peinar el suelo con una de mis piernas paseaba al cliente por las callejas del barrio; había días que me lo alquilaba “sin conductor” el niño de la Farmacia que, como todo hijo de boticario había nacido con un poder adquisitivo bastante confortable y por dos reales le prestaba mi patín por todo el tiempo que cabía en media hora y que yo cronometraba con un viejo reloj de pared que colgaba de la entradita de la casa de mis padres.
                                            CUANDO comencé a unirme al tráfico rodado y llegaron a las dependencias familiares las quejas de mi tío Pepe, conductor de autobuses, relatando mis rallis por la cuesta de la Puerta del Campo, mis padres entonces, en las tertulias de la comida discutieron entre las dos posibilidades, a saber: o levantarme consejo sumarísimo y mandarme de por vida a las Islas Chafarinas o...lo que era más razonable comprarme una bicicleta que me diera la seguridad precisa frente al trafico motorizado que, como cualquier lector de mi edad sabe, en aquella época era bastante eximio. La bicicleta era de color verde y el recuerdo que guardo de ella es que olía muy bien, o al menos a mí así me lo parecía. Si dejo de escribir y tanteo con los dedos de mi mano izquierda en el parietal del lado correspondiente aún puedo teclear con mis dedos alguna arruga resto de la cicatriz que me dejara en la cabeza el accidente más serio que tuve con esta bicicleta. Era, creo, una mañana de verano en la que los niños conquistábamos las calles antes que los mismos gatos. No sé qué diabólica inspiración me movió hacia el fatal experimento pero el caso es que me tiré por una pendiente muy pronunciada que terminaba en el enrejado de la Huerta de Azuhara o Azuhaga que el nombre se ha ido despintando en la memoria como un azucarillo en el agua. Como un niño de la guerra después de un bombardeo fui llevado a la Casa de Socorro de mi entrañable barriada de Haddú con todo un coro de plañideras vecinas que sostenían entre los brazos a mi madre. Este pequeño encontronazo de mi infantil parietal contra la verja de la Huerta de Azuhara significó un interregno en mis practicas velocípedas pues además coincidió con el reciente fallecimiento de mi hermano Pepe. Al sentirme con los pies tocando otra vez el duro suelo y verlos huérfanos de aquellas alas de goma con las que yo peregrinaba por la ciudad tuve que recurrir a la bicicleta de alquiler y todas las pequeñas monedas que mendigaba entre los miembros de mi familia iban indefectiblemente a engordar la caja de ingresos del pequeño taller de bicicletas regentado por un mecánico alto, guapo y elegante que a mí me parecía un galán de cine disfrazado de mecánico pues me lo imaginaba más bien en alguna de aquellas peliculas “de safari” que echaban en la sesion continua del cine Astoria los sábados por la tarde o en la sesión “de matinée” (dicho queda aunque en francés) los domingos por la mañana.  Ni del patín ni de esta pequeña bicicleta que me dejó un recuerdo en la piel de mi cabeza recuerdo la forma en cómo desaparecieron de mi vida. Creo que mi padre era el que se encargaba de ello. Durante el tiempo que permanecí en el internado de los salesianos  desapareció junto con una escopeta de aire comprimido con la que (ahora lo recuerdo con bastante orgullo) fui incapaz de matar ningún volátil por más que lo intentara. Una tarde de verano, un niño del barrio que era aficionado a cazar con trampas me pidió prestada la carabina y delante mía abatió tres o cuatro gorrioncillos que cuando yo los ví crucificados entre las manos del niño me quitaron las ganas de tener escopeta para siempre. 
                       ....Pero estaba hablando de mis bicicletas. Luego llegó ya en forma de bicicleta de adulto una preciosa Bertin (francesa) comprada en el comercio de Tetuán y que un amigo de mi padre casi tan joven como yo, pasó por la frontera pedaleando y (como para disimular) mirando al fondo indiferente como el actor Jacques Tattí en sus famosas escenas de cartero de no recuerdo ya qué película. Con esta bicicleta terminé de confeccionar el mapa de mi ciudad pues ya trabajaba para entonces en el pequeño comercio de repuestos de automóviles que mi padre poseía en la castiza y popular Plaza Vieja (¡qué nombre!..Tan sólo uno me he encontrado que casi me gusta más que éste; ha sido en Málaga una calle del casco viejo llamada Plaza de Toros Vieja) de donde salí, con mis estudios de Magisterio ya concluidos para irme al servicio militar lo que supondría la salida definitiva de la casa paterna. 
Como todos los jóvenes de mi generación que tenían coche familiar yo también sentí la fascinación por el volante y los motores de combustión interna haciéndome olvidar por años este simpático vehículo movido a pedales para sentir las vibraciones del gasoil inflamado debajo de mi sillón de piloto; hasta aprendí (con ese mimetismo de la juventud) a tirar pedántemente sobre el mostrador de la cervecería de turno el manojito de llaves del vehículo para impresionar a la novieta de turno o a la que, aún sin serlo, yo aspiraba con hacerla tal. ¡Cuánta razón tenía mi entrañable maestro Josep Pla cuando decía aquello de la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo ...¡¡¡Cuánta razón...!!!
Cuando abandoné la casa paterna (y el coche de papá) para irme a trabajar a Barcelona hube de recurrir a mis recuerdos de velocipedista para mantenerme razonablemente vertical sobre las dos ruedas de una potente Sanglas-500 que adquirí con una indemnización que me llegó de la Academia de la que fui despedido después de haber abandonado una “ducati 125” que el padre de un alumno me vendió como de “segunda mano” a un precio asequible a la modesta nómina que cobraba por aquellos años.
Y después de muchos años, habré de esperar a mi precoz jubilación y la adquisición de mi flamante autocaravana que ya ha salido en estas páginas con el nombre de El Mistral, para mi reencuentro con la bicicleta; esta vez será bajo las lineas aerodinámicas de Rosicler, nombre que me recuerda los rosados amaneceres que he contemplado izado sobre su sillín y moliendo los kilómetros de asfalto con obstinado pedaleo. Con Rosicler he paseado por los bulevares de algunas ciudades de nuestra vecina Francia y he trotado por los caminos rurales de la isla de Mallorca, lugar paradisíaco para la bicicleta tanto por el paisaje como por la educación urbanita y la cortesía de sus automovilistas que ven con simpatía a este silencioso vehículo doblando las esquinas de sus rosadas masías en esos atardeceres mediterráneos de nuestras queridas islas cuyo paisaje invita a leer a Séneca, a Virgilio y cosas así. Vale.
Alberto Núñez García.
                     

viernes, 8 de diciembre de 2017

Las Memorias de Jean Valjean II

Las relaciones que he mantenido con mi padre desde la infancia hasta que abandoné el domicilio familiar de la calle Baro Alegret de Ceuta una vez concluidos mis estudios de Magisterio siempre fueron muy tormentosas. Mi padre se había criado huérfano. A la madre se la llevó la tuberculosis cuando mi padre contaba ocho años de edad y al padre, vivo aún, se lo llevó el ferry que cruzaba el Estrecho y nunca más se supo de él ni bajo que cielo pueden dormitar sus restos. Esa carencia de amor materno y paterno le marcarán para malvivir todo el resto de su vida encadenado a una neurosis que le impedirá ejercer con un mínimo de garantías de éxito las funciones de padre, sacramento civil para el que Dios por lo visto no lo había llamado. No era un hombre autoritario, no, ni mucho menos era, simplemente, ya lo he dicho, un neurótico y sus reacciones más primarias eran completamente imprevisibles, sobre todo cuando yo lo contrariaba con algunos de mis caprichos de niño malcriado, malcriado por una madre sobreprotectora que temía en todo momento que la muerte se me llevara consigo como hizo con mi hermano Pepe. Respecto a su falta de autoridad debo decir que a lo largo de mis años en convivencia con él lo vi muchas veces doblar la cerviz humildemente ante cualquier critica de mi madre hacia cualquier aspecto de su nefasta paternidad que como digo dejaba bastante que desear. Sus intentos de corregir mi malcrianza materna iban acompañados en casi todos los casos de una violencia extrema hasta el punto de que si mis hermanos no lo hubieran separado en las ocasiones que más peligraba mi integridad fisica ya hacía años que yo calentaba mis huesos en algún rinconcito soleado del cementerio de mi pueblo que se encontraba bajo la advocación de San Antonio y justo frontero a un vertedero municipal que en los días de levanta perfumaba todo el recinto mortuorio con una niebla espesa de olor agrio dulzón.  Al no haber tenido padre sus limitaciones y su autoindependencia en cualquier aspecto de la vida eran muchas. Cualquier hombre con un mínimo de picardía podía engañarlo miserablemente y levantarle los bolsillos mientras él se quedaba alelado saboreando cualquier halago por falso que fuera la persona emisora de dicho piropo.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Las Memorias de Jean Valjean

Cuando aquellos libros de Emilio Salgari, Julio Verne, Conan Doyle...comenzaron a aburrirme lo suficiente hube de acudir, para seguir matando el tiempo en las eternas siestas insomnes de aquellos veranos sureños a la pequeña biblioteca del mayor de mis hermanos. Él que era el único de la casa aficionado a la lectura (abrigado ya económicamente, a sus dieciseis años por una nómina del Estado a la que se hizo acreedor como funcionario en la Delegacion de Comercio de Ceuta) compraba a plazos aquellos libros gordos de dos mil y tres mil páginas de papel biblia en los que la Editorial Plaza y Janés servía a la voracidad lectora de mis paisanos los autores de moda: André Maurois, Lajos Zilahy, Somerset Maugham......Estos autores fueron mis padrinos en mi puesta de largo como lector impenitente. 

 Mientras mi hermano oía con devoción litúrgica sus lecciones de inglés en el pickup comprado también a plazos yo pasaba páginas y páginas de tan perfumadas ediciones apenas sin entender nada de lo que iba leyendo pero que al suponer, para mí, dichas plúmbeas lecturas, la tabla de náufrago que me rescataba de la calle, la excusa que me eximía, al menos delante de mi conciencia de la obligación de tener que alternar con mis semejantes yo hacía como que aquellas lecturas no solo las entendía sino que hasta las disfrutaba; algo realmente  patético. Aun así, tanta y tan precoz fuerza de voluntad no será premiada jamás por el Destino, pero eso ya es otra historia.

Una vez leída, de aquella manera, la pequeña biblioteca de mi hermano sucedió, no recuerdo cuando ni en qué circunstancias, un hecho verdaderamente prodigioso (prodigioso en el sentido de excelente, exquisito, primoroso, que es como lo define el Diccionario de la Real Academia en su segunda acepción) como lo supuso el descubrimiento de la Biblioteca de mi Instituto, que si no recuerdo mal era al mismo tiempo la Biblioteca Pública Municipal del pueblo que por falta de local se alojaba entre los estudiantes que dicho sea de paso no la frecuentaban excesivamente, y es que, simplemente ignoraban su existencia, como yo.

 Este descubrimiento de mi “paso del noroeste” particular, este hecho marcará, (aún albergo serias dudas de si fue para mi bien o para mi mal), un hito en la historia de mi vida; su depósito bibliográfico, que ahora nos parecería modesto, y que dormía entre las cuatro paredes de esta sabia institución me catapultaron de hoz y coz en la pasión por este deporte de pasar páginas y comer letras y que nunca me abandonará ya, apartándome de una forma definitiva e irreversible  del tráfico callejero y de las para mí difíciles relaciones con las agrupaciones canallescas de la muchedumbre infantil del barrio que pasaban las tardes de sábado rompiendo pelotas de trapo en un remedo de futbol junto a las tapias del Asilo de Ancianos o persiguiendo a los pobres gatos de la municipalidad los cuales, al menor movimiento sospechoso de la díscola tribu, desaparecían por las esquinas como pequeños relámpagos de terciopelo beige. 

Muchas veces me han preguntado cómo me aficioné a la lectura. Y como esta pregunta se la hacen a uno cuando ya pinta algunas nieves en el cabello y cuando se ha perdido ya la cursilería pedante de la juventud he contestado lo que ya he citado más arriba y que es la cruda verdad: fui un niño retraído y tímido que me relacionaba mal con mis semejantes de pantalón corto y mis semejantas de lindas trenzas escolares; me rompí los dientes delanteros cuando llegué a esa edad en la que uno se mira más en el espejo que en el prójimo y este aspecto feo unido a los apelativos insultantes que me brindaba la canalla infantil del barrio me llevaron a refugiarme en el hogar paterno del que sólo salía para ir al Colegio o al cine los domingos con mis padres. ¡Cómo admiraban mis amigos mi afición por la lectura! y....¡cómo envidiaba yo la facilidad que mostraban ellos para conquistar la amistad de las compañeras del colegio! aquellas lindas princesas de calcetines mordidos y trenzas deshilachadas que olían a mantequilla y a tinta escolar por las que yo, en aquellas siestas agosteñas suspiraba con el libro apretado entre mis manos abanicando mis sueños con la brisa de la cercana playa que hacía desfilar a la atardecida una capilla sixtina de nubes por encima de nuestros tejados.

Si por aquel entonces Freud me hubiera tumbado en su famoso sofá psicoanalítico el diagnóstico habría salido fulminante con la fuerza de un torpedo: A usted, jovencito, lo que le sucede es que tiene sobrevalorado al otro sexo, y yo no lo habría entendido claro. Habrán de pasar muchas lluvias y muchas nubes para que, pisando ya los umbrales de la vejez y sumergido en las lecturas de Wilhem Reich se me haga alguna luz en la conciencia sobre el perfil psicológico de aquel niño que fui y del viejo que ahora soy; las investigaciones de este disidente marxista sobre la formación del carácter neurótico ampliarán mi paisaje interior, despejándolo de las nieblas que hasta entonces lo cubrían y que me llevaba a culpar al Destino (ese chivo expiatorio) de todas las necedades por mí cometidas y que como piedras lanzadas al aire por mí han ido cayendo luego siempre sobre mi estructura psicologica y emocional con una puntualidad y puntería verdaderamente diabólicas.

Era tan necio entonces que siempre le echaba la culpa de mis desgracias a los más absurdos y obtusos pronósticos; a veces caminando hacia el Instituto, con las lecciones mal aprendidas me decía a mí mismo: si el último coche (entonces el trafico era algo más ligerito que el de ahora) que vea antes de entrar a clase, los números de su matricula suman una cantidad par (o impar) no me preguntarán la lección. Y cuando estos juegos de aprendiz de brujo no funcionaban enseguida me buscaba una explicación lógica (lógica dentro de mi estúpida  ilogicidad) que no resquebrajaran los cimientos de mi “religión la carta”. 

En el internado de los salesianos, llegué, no sé por qué retorcidos atajos de mi precaria capacidad intelectiva a la negra convicción de que los miércoles eran los días fatídicos para mi supervivencia entre la plebe estudiantil y si no surgía la desgracia yo obrando como un ser completamente irracional víctima de una mente mágico simbólica me buscaba mis propios problemas para, al menos, consolarme en la certeza de mis pronósticos, provocando con mi agresividad y mis malos modos, que todos los dioses del miércoles se me pusieran de espaldas; mi masoquismo psicológico ya iba apuntando maneras.

De todas mis desgracias encontraba yo siempre un culpable exterior a mi persona, a mi propio YO. Y respecto a mis relaciones con las chicas habrán de pasar muchos años para que ahora, de viejo comprenda perfectamente que los hechos reales se ajustaban bastante bien a ese pronóstico de Freud sobre mi hipervaloración del otro sexo, moviéndome siempre en el puro amor platónico cuando, ya en la adolescencia, mis fluidos más íntimos buscaban  sus cauces naturales de salida, sus medios de expresión que yo había reprimido..la causa de esa represión, como ya he apuntado saldrán a la luz aunque de una forma poco matizada y muy a lo bulto, para entendernos, pues en todos sus perfiles y aristas la sigo ignorando; y todo era (lo sabré ya de viejo) que ya habían comenzado a aparecer los primeros síntomas graves de mi neurosis que, si bien algo aminorada me sigue acompañando y no me dejará sino cuando metido en mi ataúd me despidan en las puertas de la funeraria. 

Yo era un adolescente torpe y soso  incapaz de tocar el vestido de una de aquellas beldades quinceañeras con las que compartía las lecciones de geografía y “mates” en la academia de clases particulares como se llamaban entonces a este complemento formativo que por una modesta mensualidad aportada por nuestro progenitores recibíamos al salir del Instituto. Así fue como y por qué que me refugié en la lectura. Todas las visitas que acudían a casa, al verme sentado en un sillón de la salita entregado a ese feo vicio del que ahora reniego impíamente, cuando me veian leyendo comentaban todas con esa cursilería dulzona  y postdiabetica que iba a ser yo de mayorcito un lumbrera...vamos un enfant terrible de la Ciencia o del Arte....¡pobre de mí! porque yo también me lo creía pero era el caso que esa falsa intelectualidad precoz no se reflejaba en los estudios; mi comportamiento en el Instituto era el de un verdadero holgazán, que por llamar la atención y buscando la solidaridad de los compañeros más díscolos de la clase me mostraba duro y mostrenco a los consejos de los viejos profesores que terminaban aburriéndose de mí y expulsándome del aula de clase.

Mi irresponsabilidad mostrenca, campesina, me inspiró para falsificar las  notas finales del Primero de Bachiller lo que me hizo merecedor de ser internado, como lo fui, en un Colegio de los Padres Salesianos. Y es cierto que la lectura me gusta y me sigue deparando horas placenteras pero no es menos cierto que los orígenes de tal afición fueron los que fueron y al papel no lo puedo engañar. Contemplada desde la atalaya de mis sesenta y cinco años la biografía de aquel niño neurótico que iba de tropezón a susto y de susto a tropezón hasta romperse los dientes (los físicos y los mentales: las paletas delanteras me las rompí en el colegio de los agustinos) ese niño que asoma como asustado de la Vida en las viejas fotos de la lata familiar me produce una indefinible sensación de ternura y fracaso al mismo tiempo, como de una vida quer se ha empleado dando vueltas con la noria a un pozo sin agua.

Y es que siempre le he tenido miedo al fracaso; ese pánico neurotico a no quedar bien, ese terror a que se forme alguna grieta en la máscara que oculta mis miedos, preocupado siempre porque a través de esas vias de agua pudiera asomar el verdadero YO que siempre me he obsesionado de llevar oculto y que lleva años viviendo tras esa muda efigie que yo mismo me he fabricado para intentar engañar a la Vida, ese inmenso trabajo de masoquismo sicologico como la de estar constamengte tapando agujeros en un bote salvavidas que se me viene al fondo, todo ese trabajo de grisaceo y mediocre Sísifo amenazado por la piedra, todo,  me ha impedido disfrutar de las flores del camino o de hermosos atardeceres bajo la sombra fresca de un arbol,  y en cambio me han llevado a pisar siempre la única boñiga fresca de vaca que había en el sendero, sin duda que puesta allí por los dioses para mi desgracia o, como Quevedo a que truene y diluvie cuando me atrevo a salir al Mundo (las pocas veces que me he atrevido) con el cuerpo desaliñado y mi alma infantil a la descubierta.

Jean Valjean




                                                                              
                                                        


Yo soy un diarista

Un diarista es un escritor de diarios. Yo soy un escritor de diarios. Ya sé, lo sé perfectamente, sé que a estas alturas del blog no descubro ningún mediterráneo, (que tampoco me lo propongo) pero como a los toreros viejos, a mí también me gusta recrearme en la suerte, es como ensayar de vez en cuando la pose de diarista para que ese personaje que narra mis diarios no pierda forma. Esta afición incurable a exponer mis pellejos en la plaza pública, entre el puesto de la carnicería y los pozos de la curtiduría de pieles, esta casi enfermedad de gozar abriendo mi YO y hurgar con mi estilográfica en sus tripas para ver qué llevo ese día escondido entre los pliegues de mi subconsciente y que pretende pasar de contrabando (la verdad es que lo consigue muchas veces) el fielato de la conciencia sin pagar su tributo a Freud; este narcisismo patológico me viene de lejos. Ya desde muy niño me gustaron los relatos escritos en primera persona. Recuerdo perfectamente la etapa de mi evolución lectora en la que se produjo el cambio: El mayor de mis hermanos, único lector de la familia y del que yo heredaré tan deliciosa enfermedad, me trajo de la Biblioteca del Instituto el famoso libro de Daniel Defoe, y entonces sucedió el milagro: después de muchas lecturas de historias y cuentos con sus verbos ubicados en la tercera persona del singular, la lectura de Robinson Crusoe fue, como la explosión de una supernova,  y un verdadero descubrimiento del placer que proporciona la lectura de relatos contados en primera persona. Estas memorias de un náufrago perdido en la isla de Juan Fernandez ha marcado para siempre mis apetencias lectoras así como mi elección a la hora de escribir. Creo que fue un genial acierto por parte de Defoe el darle a su historia la forma de unas memorias, te lo hacen más creíble y más vivo en definitiva. Pla, Josep Pla era de la misma cuerda y lo expresó con una frase que, a pesar de la admiración que siento por este escritor, me pareció algo excesiva. Decía Pla: Los hombres que sólo leen novelas son unos cretinos. Si bien es cierto que abomino de este juicio tan radical, tan injusto y tan equivocado (sobre todo cuando se han escrito novelas tan malas como las que él ha dado a las prensas), no es menos cierto que cada vez me he ido alejando de la ficción y ajustando más mis gustos a los  libros de Memorias, Diarios y primos cercanos como el género epistolar. Sólo la poesía me mueve de vez en cuando a moverme por aguas distintas de las habituales. No los escribo para los demás, los escribo para mí. Cuando me siento ante mi pupitre y tomo los recados de escribir nunca pienso en el lector. Al único que de verdad debe gustarle es a mí. Por otra parte mi vida se balancea, ya en estos años cercanos a la vejez (siendo un poco tolerante con mi propia vanidad) se balancea, se columpia entre el hastío y el aburrimiento. Y el colocar a mi YO, completamente desnudo encima de mi escritorio y diserccionarlo con mi estilográfica es uno de los pocos placeres (junto con el alcohol) (*) que puedo todavía permitirme. Desde hace ya algunos años soy  mi único animal de compañía, no tengo otro, tenía un gato llamado Séneca y ya murio,  por eso me observo, me estudio, me leo. Soy el alfa y el omega de mis escritos. No hay más. Y cuando el relato se inclina a la ficción...no hay tal ficción, son los múltiples y variados disfraces que adopta mi YO para manifestarse sobre el papel.
Solamente cuando tomo el autobús que me lleva a la ciudad y dispongo de una variada fauna bípeda para practicar caza mayor con mi estilográfica, sólo entonces descanso de ese autismo feroz que me aprisiona  y procuro satisfacer mi voyeurismo insaciable con ese pequeño grupo ambulante que el azar ha reunido en ese momento en el autobús, que es el ciento sesenta, casualmente el mismo número que llevaba yo grabado en todo el menaje particular que usaba en el Colegio Interno allá por los prólogos, los tristes prólogos de mi adolescencia. Pero a lo que iba...Una vez acomodadas mis posaderas en el adminículo, tan tieso y tan duro que sólo los optimistas llamarían asiento, me dedico a observar a mis semejantes con el mismo placer que siento cuando abro las páginas de un libro. Trato de imaginarme, por el aspecto físico de cada uno de ellos,  la vida que hacen entre las cuatro paredes de su casa: Ese grandullón –por ejemplo- vestido de niño, con los auriculares introducidos en unas orejas gordas y esponjosas como nalgas,  la barba cerrada de tres o cuatro días que está sentado junto a su madre, una respetable anciana que hace años dejó ya atrás la vejez. La empleadita del “cortinglé” pizpireta, fresca y joven, (apetitosa a cualquier hora del día) y con su bolsito transparente que viene a ser algo así como su  conciencia, su “pepitogrillo”, ante las miradas inquisitoriales del jefe de planta que, al igual que yo, alimenta su propio voyeurismo buscando en las aguas transparentes del bolsito de su subordinada cosas que sólo existen en su imaginación. El jubilado hipocondríaco parapetado, en las trincheras de sus miedos, detrás de un enorme sobre del Hospital Comarcal que contiene alguna fotografía indiscreta de su más íntima fisiología y que él está deseando compartir con todos para que le consuelen de los males presagios que su mente ha fabricado en una noche de insomnio..o para que le den el pésame tardío por una viudez ya rancia. Y muchos más...
Otros días en lugar de inventarme una vida (alegre o triste, azarosa o inmensamente aburrida) para mis personajes, los hago a todos ellos partícipes de una obra de teatro. Para ello, lo mejor es elegir dos personas que estén enzarzadas en una animada conversación, y si la conversación la acompañan de un rico repertorio de gestos con la cara y con las manos tanto mejor. Desde el mismo instante en que consigo convencer a mi YO de que esas dos personas son actores y por lo tanto lo que están haciendo es representar un guión previamente escrito, que nada es en ellos espontáneo, que se encuentran entre las candilejas de un teatro el goce estético es infinito (porfa...no se atornillen la sien con el índice de la mano derecha pensando al mismo tiempo en mi coeficiente intelectual...cada quien se entretiene como quiere y el trayecto del ciento sesenta es largo y pesado). Decía que el goce estético es infinito porque, como pueden suponer, estos “actores” son los mejores del mundo, su representación es perfecta porque ellos no están representando....solo mi mente lo cree así. A veces, cuando se dirigen al mismo punto de la ciudad que yo voy, los sigo detrás sin romper la bella ficción, hasta que el rugido del claxon de un autobús que me pasa rozando los pellejos me recuerda el principio fisico de la impenetrabilidad de los cuerpos cuando se enfrentan el morro de un poderoso leyland de cuatro ejes con la débil estructura osaria de un jubilado que, de propina, vive aquejado de artrosis.
Esta afición o adicción mía a convertirlo todo en teatro, en pura escenificación me viene ya de lejos...De niño me gustaba disfrazarme, ocupar una personalidad distinta de aquella que comía, dormía y estudiaba en la casa de mis padres. Para ello acudía a un armario grande y negro donde mi madre guardaba las ropas viejas, y una vez conseguido el aspecto apetecido, me presentaba delante de mi público, el que yo imaginara que podía caber en aquel espejo grande de la puerta del armario. Antes había memorizado cuatro o cinco líneas de una de aquellas de Emilio Salgari o Julio Verne que a precios populares lanzaba al mercado la Editorial Molino y se las ofrecía como opera prima o gran estreno a las moscas que se miraban el bajo vientre en las aguas plateadas del espejo.
En mis diarios me comporto de la misma manera. Cuando me he cansado de estar en una postura he de cambiar enseguida, y para ello tomo prestada la piel de un personaje y comienzo una novela que no llega más allá de los dos o tres capítulos. Por supuesto que todas ellas escritas en primera persona, como si se tratara de un diario más.  Quien sabe si todo ello no será  un ensayo general para la última representación de nuestra vida, la propia muerte.

(*) El autor escribió este artículo hace ya algunos años pero ha sido hoy cuando, encontrándolo durmiendo en un archivo perdido de un viejo ordenador ya jubilado, lo ha colgado del blog. El autor, auxiliado por la asociación de Alcoholicos Anónimos consiguió abandonar tan nefasta adicción que tantos pequeños-grandes problemas le habían estropeado momentos importantes de su vida. El autor ha descubierto con la bienaventuranza de la sobriedad que, al escribir, el acierto o desacierto en la búsqueda de un buen adjetivo o de una metáfora afortunada y bien ubicada en el texto no dependen para nada de la cantidad de orujo que se haya trasegado. Vale.

(Jean Valjean)


sábado, 2 de diciembre de 2017

Escribo desde un locutorio que hay cerca del lugar de reunion de OA. Creo que puede ser un buen lugar para tomar notas en mis cuadernos de los Diarios.
S*** me ha enviado por email un corto relato sobre su padre. Me ha parecido que está muy bien escrito y en la respuesta así se lo he dicho. Es un texto desgarrador donde la hija ajusta cuentas con un padre que posiblemente también es neurotico.
Me he sentido identificado completamente con esta joven. Si yo hubiera descubierto mi neurosis cuando tenía su edad probablemente me habría dado tiempo a publicar algo interesante, pero mi tiempo desgraciadamente ya ha pasado y trato de ganarle la partida a la vida ayudando a S*** a descubrir su neurosis y a que no se malogre como escritora que lo es y muy buena. Al igual que yo, S***, para no desmentir a todos los psiquiatras que sobre ello han escrito, también es muy destructiva con sus escritos. Su falta de autoestima y la necesidad psicótica que de cariño tiene (como todos los que estamos en el grupo) la llevan a infravalorar sus textos. Cuando tengo ocasión le hablo de que uno de los síntomas de la enfermedad neurótica es la parálisis para el trabajo intelectual comprendida la escritura.
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Sería realmente muy interesante y me ayudaría mucho en mi trabajo psicoanalítico si los compañeros de OA (al menos algunos) quisieran probar, como yo, las dietas de cremas y líquidos. Estoy convencido que si la llevaran a cabo obtendrían los mismos benéficos resultados que he obtenido yo.

Los Diarios



(*)                El Faro, 2 de Marzo

ESTE año está siendo generoso en lluvias. El cesped del jardin encerrado entre las casas que forman esta fase de nuestra urbanización ha crecido tanto que se ha convertido en un prado o dehesa que haría las delicias de cualquier población rumiante que metieramos en ella.
La barca ha perdido la hermosa peluca de flores que tenía y ahora nos muestra su calva de tierra negra donde están comenzando a echar raíces las hierbas salvajes cuyas semillas nos trae el viento por encima de los tejados.
Los ecologistas del pueblo andan algo despistados con el índice pluviométrico que está asomando este año por las estadísticas municipales. Según ellos, la Naturaleza, como si de un Dios católico y "prevaticano segundo" se tratara nos iba a castigar con la sequía más pertinaz, y ¡claro! estas constantes lluvias les tira por tierra todas sus teorías de catastrofistas agnósticos.
Esta mañana me he llegado hasta la Biblioteca municipal donde he encontrado la película que protagonizaron James Stewart y Doris Day a comienzos de los sesenta, me refiero a "El hombre que sabía demasiado" Es un film que me quedó grabado cuando siendo niño fui a verlo con mis padres a la última sesión del Cine Astoria. De la película apenas si recuerdo ninguna escena. Solo recuerdo el argumento: el hijo de un matrimonio americano de turismo en la ciudad de Tanger y que es secuestrado. El motivo de que me quedara grabada en el recuerdo para siempre no fue otro sino que se trataba de la primera película "de mayores" a la que acudí en compañía de mis padres. Ese gesto de invitarme a ir con ellos a la última sesión del cine de nuestro barrio me llenó de orgullo; el hecho no carece de importancia: ya se me consideraban dentro de la nómina familiar una persona con la suficiente capacidad intelectual y emocional como para ver una película "de mayores" y en la que mis padres corrían, en mi compañía el riesgo de ser sorprendidos por alguna escena que hiciera toser a mi padre con aquella tos tan característica suya cuando perdía el control de la situación (la que fuera). Mi hermana, cinco años menor que yo, se quedó en casa custodiada por Paco, el mayor de mis hermanos que hacía poca vida nocturna y, como yo, lector empedernido. 

PARECE que la ingesta de comprimidos de iodo a la que vengo sometiéndome desde hace un par de semanas está resultando beneficiosa para mi metabolismo. Y es que ha llegado uno a esa edad en la que (¡jamás lo hubiera pensado!) irremediablemente se cae en la más abyecta hipocondría. Moliere rediculizó con bastante gracia esta etapa siconeurótica del hombre representándola en ese viejecito que, cada mañana, al levantarse contempla con preocupación las deposiciones nocturnas (sólidas y liquidas que durante la noche han fermentado en la bacinica debajo de la cama) para tratar de sacar de esas observaciones la dosis de optimismo necesaria para afrontar el día que comienza o a veces para, espantado por algún color u olor desconocidos (o la textura misma) de esos residuos convocar rápidamente en su domicilio al médico, al notario y al cura, por ese orden. Yo, aunque no he llegado todavía (todo se andará) a esos límites me voy pareciendo no obstante cada vez más al protagonista de mi relato Canción de Otoño que anda por alguna entrada de este mismo blog y que está inspirado en la vida cotidiana de mi padre en sus últimos años de vida obsesionado por sus horas de insomnio, por alguna mala digestión o por un nuevo crujido de su esqueleto no registrado hasta ese momento.


HE cambiado el flexo articulado que se asomaba por encima de mi sillón de orejas como un gatito educado, lo he cambiado, digo por una lampara de pantalla que, atornillada a una estantería me brinda la luz cenital algo más diluída que es la que necesito para una lectura confortable; esa luz que impregna ahora la biblioteca ha tomado un color de miel que me agrada; mis libros han tomado un aspecto más tierno.  





(*).: En la foto, la casa del autor...¡No, no! la de la puerta blanca no...la otra.




lunes, 29 de agosto de 2016

ANTONIO RODRIGUES.....

......SOLDADO, VIAJANTE E JESUITA PORTUGUES NA AMERICA DO SUL NO SECULO XVI. COPIA DE UMA CARTA DO IRMAO ANTONIO RODRIGUES PARA OS IRMAOS DE COIMBRA.


                                                          De S. Vicente, do último de maio de 1553

Pax Christi. Ainda que te agora, com muitos perigos, andei navegando por este mar do sul, onde há tantas tormentas, que poucos navíos escapàm, contudo confesso, Carissimos Irmaos, até agora ter navegado por outro mar mais perigoso, que e o deste mundo e suas vaidades, onde tantos se perdem, do qual Nosso Senhor me livrou por meio do Padre Manuel da Nobrega, recebendo-me na Santa Companhia de Jesus, trazendo-me já Nosso Senhor movido para entrar nela vendo quanto tempo e com quantos perigos tinha sido soldado no mundo, com tao pouco proveito, e que entrando nela entrava em melhor batalha, que é das almas, e com tao grande premio, que é a remuneraçao eterna.





Mandou-me o Padre que eu vos desse conta da minha vida e das merces que Nosso Senhor me tinha feito, e por eu ter ido daqui do Brasil ao Peru, por terra e tornado, vos escrevesse tambem dos gentios que por esas te rras há, esperando ser ajudados de vós para a sua salvaçao, e o aparelho que tem para receber a nossa santa fe; e para vos dar esta conta vos quero escrever desde o principio da minha vida a estas partes.

E é que eu e outros Portugueses, assim por vaidade como por cobiça de ouro e prata, no ano de 1523 partimos de Sevilha em uma armada que fazia Dom Pedro de Mendoça, na qual éramos 1800 homens; e todos carregados de nossa cobiça, chegamos, com prospero vento, ao Rio de Prata e entramos pelo rio com as naus 60 leguas.
Logo quiseram ir em terra todos para edificar uma cidade: e os primeiros seis que sairam para ver o lugar onde se podia fazer mataram-nos as onças bravas. Nem por isso se deixou de edificar ainda que cada día as onças matavam homens. Prouve a Nosso Senhor castigar a nossa cobiça e pecados, que soldados comumente fazem: permitiu vir tanta fome ao arraial que nao davam a comer a cada um, cada día, senao seis onças de pao. E porque a gente por esta causa, com a franqueza, nao podía trabalhar, era muito castigada dos oficiais da ordem da guerra, porque lhes davam com paus, e assim morriam cada dia 4 ou 5. Ainda que nao deixou Nosso Senhor a estes, que castigavam aos outros, sem castigo, porque vieram os gentios um dia de Corpus Christi e mataram 40 dos mais nobres e esforçados.

Aconteceram nesta fome, com que Nosso Senhor nos castigou port nossos pecados, coisas semelhantes ás que aconteceram aos judeus en Jerusalem, no cerco de Tito a Vespasiano. Porque esforçando-se a dois soldados, lhes comeram as barrigas das pernas, e um homen matou, em sua casa a um seu primo e comeu-lhe a assadura. Acabando de comer o acharam que estava para morrer, permitindo Deus por seu justo juizo que o matasse a comida com que a morte do primo procurou. Aconteceu tambem comerem uns o excremento que outro depois de ter comido deitava, ainda que pela corrupçao dos corpos era aquilo tao peçonhento que quem o comia logo morria. E, desta maneira, uns com fome, outros por os matarem as onças, e outros os gentios, morreram neste tempo, que se fez a cidade, 600 homens.


O Governador vendo ir a gente desta maneira, voltou para a Espanha, o qual morreu no caminho e deixou em seu lugar a Joao de Ayolas, o qual em bergantins subiu pelo rio 350 leguas deixando a cidade sepultura de mortos; e praza a Deus que nao seja o inferno sepultura das almas e nao sejam lá castigadas como foram cá seus corpos. Digo isto, Carissimos Irmaos, porque claramente se ve ter Nosso Senhor permitido tantos males por nossos pecados. Porque ali renegavam e blasfemavan de Deus, ali os falsos testemunhos, ali as injustas justiças e vinganças, ali os oficiais da ordem da guerra diziam:


- ¡Bem é que morram, porque nao haverá ouro para tantos!

Estes morreram ainda mais miseravelmente, porque os seus corpos careceram até de sepultura.

Deixando isto, andando a 350 leguas, achamos uns gentios que chaman "Timbos", os quais sao muitos. Nao comem carne humana, antes se afastam disso. Sao muito piedosos, porque indo nos muito sumidos e os dentes e beiços negros, levando figura mais de homens mortos que vivos, nos levaram nos braços e nos daram de comer e curaram-nos con tanto amor e caridade, que era para louvar a Nosso Senhor ver, em gente apartada da fe, tanta piedade natural, que com tanta mansidao e amor tratavam a gente estrangeira, que nao conheciam. Achamos ali un espanhol que sabia bem a lingua deles, a qual tem muitas palabras latinas.


Há muitas terras povoadas deste genero de gentio, os quais obedecem a seus principais e neles há grande disposiçao para se farezem cristaos. Praza a Nosso Senhor de manda-los visitar, porque a nossa, porque nao era para ganhar as suas almas senao para ver se tinham ouro, nao lhes fez nenhum proveito na fe.


Há, adiante destes gentios, outros que chamam "Corumna", outros "Aquilocos" e "Chenatimbos" e "Queuvas" selvagens e "Guirandas" e "Chandues" e "Garinas". E estes Garinas tem guerra com todos os vizinhos e comem-nos; e se cativan meninos, fazem-nos á sua maneira. Estes nos mataram muita gente.


Deixamos alguma gente entre os Timbos e fomos cerca de 60 homens em bergantins, que fizemos, com a nossa cobiça ás costas, pelo rio acima a servicio da avareza, a buscar o governador Joao de Ayolas, o qual tinha subido, com tres bergantins e 160 homens, pelo rio 380 leguas. E, deixando os bergantins com 30 homens, foi-se pela terra dentro com a outra gente em busca dos gentios chamados "Carcara", que tem ouro e prata. E, antes que chegassem lá, houve muita prata, a qual nao se sabe quanta era. E, voltando para tornar com mais poder para sujeitar aqueles gentios, adoeceu a gente que trazis a volta e, nao achando os bergantins no porto, foi ali toda a gente sem fiçar nenhum, mortos por uns gentios chamados "Pagaes"


Muito de considerar é, carissimos irmaos, os trabalhos que os homens levam pelas coisas 

deste mundo e quao poucas vezes sao galardoados mesmo destas coisas baixas dele; porque comumente os premios dos trabalhos tomados pelo mundo sao outros maiores trabalhos nele, deixando o perigo que tem de cair em pena eterna, e, todavia, ha tais que os sigam e tanto sofram por ele e por Deus que dá premio eterno a até centuplum in hac vita nao há quem faça nada. E aqueles que especialmente se dedicam a seu serviço sao tao excedidos dos do mundo, que tem farta materia de confusao en ve-los correr mais depressa à morte do que eles a vida.

Indo nos em busca do Governador passamos por muitos gentios que sería longo contar. Somente direi alguns, a saber: Os "Mearetas" que nos carregavam os bergantins de peixe curado ao sol e muita mantença, porque disto se mantem. É gente que nao come carne humana: tratam muito bem os cristaos; sao também piedosos como os Timbos, que nos receberam en suas casas, e os "Mepenes" que sao muitos e da maneira destos, e os "Cuchamecas" e os "Agazes". Todos estes gentios nao comem carne humana.



Chegamos a terra dos "Carijos", que sao gentios muito poderosos e grandes lavradores e, naquele tempo, em extremo crueis, que comiam carne humana. Chegamos con muita fome e falta de mantimentos, por haver seis meses que a remos tinhamos caminhado, sem ter un so dia vento de vela, la por nosso capitao un homem chamado Joao de Salazar muito capaz na guerra, o qual como nos via ir cansados de caminhar, tomou conselho do que seria bom fazer, e concluiuse que se fizesse ali fortaleza. E, assim saltamos em terra as tres partes da gente, ficando os bergantins apercebidos para a guerra no rio. E um homem, que levavamos, que sabia a lingua, começou a dizer áqueles gentios (que cuando nos viram eram tantos sobre nos que cobriam a terra) que nos eramos filhos de Deu e que lhes traziamos nossas coisas, cunhas facas e anzois; com isto folgaram e nos deixaram em paz fazer uma fortaleza muito grande de madeiras muito grandes. E, assim, pouco a pouco fizemos uma cidade aonde trouxemos toda a gente que vinha atrás, e outra que o Imperador depois enviou, de maneira que se juntaram nela 600 homens, os quais vieram a tanta cegueira que pensaram que o preceito cresciti et multiplicamini era valioso. E assim, dando-lhes os gentios a suas filhas encheram a terra de filhos, os quais sao muitos habeis e de grande engenho. Estando nesta cidade, chamada de Nossa Senhora da Assunçao, por ser começada neste dia, nos livrou Nosso Senhor, dai a algum tempo, no mesmo dia, de umas traiçoes que os gentios nos fizeram; e provue a Nosso Senhor que foram vencidos. E dai em diante começaram a temernos muito.

Desta cidade fomos mais adiante a conquistar terras e subimos mais acima 250 leguase chegamos perto do Maranhao e das Amazonas. Chegamos aos "Parais", gente lavradora, muito amigos dos cristaos; tem un principal a quem obedecem que em sua lingua chaman "Mameri". Nao comen carne humana. Perto destes estao os "Barbacanes", os "Sabacoces", os "Saicoces", todos gente lavradora de muitos mantimentos, é docil para receber a fé de Christo. Passamos por outros gentios, de que nao fizemos caso, por nao serem lavradores, a que chaman "Pagais", os quais mataram a nosso governador Joao de Ayolas. Estes sao pescadores e caçadores. Achamos também outros gentios chamados "Gaxarapos", mui ruim gente, e outros que chaman "Gatos".

E nao achando e nesta saida prata nem ouro, tornamos a nossa cidade, cansadose e em excesso trabalhados.
Neste tempo os Carijós tomavan muito bem a doutrina de Christo, como abaixo contarei.
Fomos outra vez no ano de 1548, que entramos caminho do poente, buscando a gentilidade "Carcara", que tem ouro e prata. Fomos vinte de cavalo e 250 de pé e 3000 Carijós, homens de guerra. E assim caminhamos pela terra dentro 70 leguas e chegamos a uns gentios, chamados "Maias", que sao seis provoaçoes e uma a meia (sic) onde estava o seu principal. E gente de muitos mantimentos e grandes lavranças. Nao comen carne humana. E vende-nos nao ousaram esperar-nos, fugiram desamparando a suas casas. Mas o principal nos enviou un presente de certas peças de prata e muitas mantas de algodao, que suas mulheres fiam e tecem. Tem entre si, a que chaman "Taonas", e a estes dao a comer os seus inemigos quando os tomam.

E, deixando estes, fomos adiante sempre por povoado e achamos outra muita gente, a saber: os Laenos, Quichaqueanos, Soporoanos, Madpenos, Canes, todos gente lavradora, de muitos mantimentos. Achamos também outros chamados Cororés. Estes nos esperaram para pelejar, mas os de cavalo os desbarataram. Tinaham uma provoaçao de bj (sic) casas com praças no meio, bem-feitas e poços de beber, muito fundos, por nao haver rios por toda aquela terra. E logo achamos outros chamados "Caporés", os quais tinham uma provoaçao de 300 casas. Estes nos enviaram muitos avestruzes e outras carnes, porque isto é o que mais há naquela terra. Achamos logo adiante outros chamados "Severis"; é provoaçao mais pequena. Deram-nos também do que tinham e nos deram noticias da gente que tinha ouro e prata, que se chamava "Carcara". E assim passamos aos "Corcorones", boa gente, e depois a outros, que nao nos esperaram per terem medo. Toda esa gente e boa e nao come carne humana. Dali passamos um despovoado de 50 leguas, mas sempre por bons caminhos e chegamos a umas "salinas", coisa muito para ver, porque sao cerca de meia legua de comprido, onde ha sal branco e limpo e em muita abundancia e está longe do mar 400 leguas. E ha muitos povos ao redor destas salinas, de que me esquecem os nomes. Chegamos, depois de tao grande deserto, a uns gentios chamados "Morianos" sem ter que comer, com muita fome e trabalho; e achamos mantimentos de favas e outros legumes, patos e galinhas. Depois fomos adiante aos "Bracanos" e aos "Paicunos", e estes somente achamos comer carne humana, porque lhes encontramos as panelas ao lume com metade e pés e maos de homens. E dai fomos aos "Morganos", que nos esperaram de guerra e nos mataram un homem e feriram 20. E depois fomos a outra povoaçao destes, que também nos esperaram, mas a todos cativamos, exceto os que fugiram. Dai fomos aos "Brotoquis" e "Cevichococis", "Oricicocis","Tarapacocis", todos em uma terra muito boa, que nao comen carne humana. As mulheres fiam e tecem muito bem, nem se ocupam noutra coisa, porque os homens tem cuidado das roças que sao as suas lavranças. Há destes muitas povoaçoes em 10 e 12 leguas em roda. Aqui tivemos noticias dos "Carcarais". E fomos adiante, como homens que sabiam a terra, por un deserto de 55 leguas; e chegamos aos "Tamachoois", que tinham muitos caes de Espanha. E ali soubemos estar perto do Peru e que aqueles gentios, por nao estar sujeitos aos Cristaos,, fugiram para aquela terra. E assim, enviando lá 14 homens, que chegaram dai a 90 leguas, aonde stava un cavaleiro chamado Dom Pedro, nos volamos muito tristes, por nao achar ouro nem prata, a nossa cidade, quere do ainda o Governador seguir o caminho do norte. Isto vos digo, Carissimos Irmaos, para que vejais quanta gente se perde por falta de operarios, que sem duvida se os houvesse toda esta gente se converteria facilmente a nossa santa fé, e para que vos espanteis do que os homens do mundo sofrem por uma esperança va das coisas dele, para que assim vos animeis em trabalhar e aperfeiçoar as vossas almas a vir ajudar esta gente tao desamparada. Tornado a nossa cidade, achamos admiravel fruto feito com os gentios, porque um Padre, chamado Nuno Gabriel, deixando uma capelania que tinha na igreja se deu todo a doutrinar estes gentios; tomava os principais deles e os filhos dos principais e os tinha em uma casa grande e ali os ensinava a ler a escrever e sabiam o Pater Noster e Ave-Maria, Credo e Salve-Regina, Mandamentos e finalmente toda a doutrina. Fez-lhes cantigas contra todos os seus vicios, a saber, para nao comerem carne humana, para nao se pintarem, para nao matarem, etc. Foi coisa para louvar a Deus o fruto que com estes gentios fez este Padre e a mudança que fizeram, porque sendo dantes grandes comedores de homens agora já vj (sic) leguas em roda os nao comem. E tanto o fervor que tem, que ainda nao manha, quando se enchem os caminhos dos que vem a missa. Melhor sabem as festas que muitos cristaos. Vem a missa um principal com toda a sua aldeia e depois outro com a sua e assim por diante os outros, e, muito cedo, para tomar lugar na igreja. Fazia este Padre com eles procissoes e levava consigo os que doutrinava, cantando louvores a Nosso Senhor e especialmente nas procissoes de Corpus Cristi, cantando muitos louvores do Santissimo Sacramento; pregava-lhes cada dia, e vinham de 5 leguas as mulheres com os seus filhos as costas, por frios grandissimos, fomes e muitos trabalhos, a batizar-se e ainda agora lhes parece que fazer mal a um cristao é o maior mal que se pode fazer. Vendo o inimigo da humana generaçao este fruto, buscou modo para o impedir e o achou. Porque os cristaos de cá, que ali estao, desbaratam tudo, escandalizando muito aqueles novos cristaos, porque nao deixam aos pobres indios, mulher, nem filha, nem roça, nem rede, nem cunha, nem escravo, nem coisa boa que lhes nao tomem e roubem. Levam-nos como escravos até o Peru e aqui ja trouxeram muitos cativos. Assim que, com o desamparo, se perdem por nao haver quem os socorra. Eu falei com o P. Manuel de Nobrega que fosse ou mandasse lá um da nossa Companhia, porque ali perto há outros gentios que nao comen carne humana, gente mais piedosa e aparelhada para receber a nossa santa fé, por ter em grande estima e credito aos cristaos. Agora tenho desejos de ser de 20 anos e ter longa vida para ir com alguns Padres da nossa Companhia, por eu ter mais experiencia da terra e gastar as minhas forças e vida em ensinar esta gente. Vinde, pois, Carissimos Irmaos, pois ja há tanto que fazer e tanta gente se perde por falta de operarios! Acrescentou-se o desamparo daqueles Carijos, que foi agora un capitao com gente da cidade de Nossa Senhora da Assunçao a buscar as Amazonas, onde dizem haver ouro e prata. E aquele Padre, que tinha doutrinado aquela gente, já enfastiado de ver tantos males dos cristaos, foi com eles e nao há agora quem tenha cuidado daquela gente senao para a destruir e assolar. Neste estado deixei aquela terra rogando a Nosso Senhor me desse caminho para a minha salvaçao e assim vim aqui, que sao perto de 360 leguas, por uns gentios, chamados Topinaquinas e embarquei para Portugal para dar lá larga conta destas necessidades e se me quissiesem receber na Companhia para fazer penitencia dos meus pecados. Mas, tornando a arribar e, movendo-me mais Nosso Senhor, pedi ao Padre Manuel da Nobrega me recebesse e ele me recebeu nesta santa Companhia. E assim me trouxe Nosso Senhor, depois de tantos trabalhos, a porto tao seguro e me fez grande merce, qual eu nunca saberia agradecer. Assim pois vos contei, Carissimos Irmaos, a messe que há nesta terra, tanto em todos estes gentios e Carijos, como no Peru, onde há grande necessidade de Padres da Companhia, porque afinal, os que lá vao, levam mais o seu intento no ouro do que nas almas, e mais impedem com a sua cobiça a salvaçao deles. Já o caminho esta feito daqui ao Peru, e a gente muito aparelhada para receber a nossa santa fé. Nao fata senao que venam da Companhia, uns para as partes do Peru, outros para aqui, a colher tanta messe, até que pelo tempo. Nosso Senhor queira que se ajuntem, porque há alguns anos que foram dois frades franciscanos, entraram cerca de 50 leguas daqui desta Capitania pela terra dentro, caminho dos Carijos, e a uma aldeia deles chamaram Provincia de Jesus, onde fizeram admiravel fruto. Isto digo para que vejais a disposiçao desta gente, principalmente a dos Carijos, que estao desejando quem os favoreça, e muitos espanhois que ali estao os desejam. E assim escreveu já dali um Padre ao nosso Padre Leonardo Nunes, pedindo com muita instancia que vá lá. Nas oraçoes dos Padres e Irmaos muito no Senhor me encomendo.