sábado, 12 de septiembre de 2015

UN VIAJE EN TREN



Talgo pendular. Mensajes publicitarios. Montes de Pizarra: decorados de peliculas "del oeste". Túneles de "El Chorro". El tren se quita y se pone sucesivamente su abrigo de tierras y olivos. El tren, como si estuviera quejoso de abandonar esta parte del país lanza lastimeros quejidos cuando pasa veloz por las pequeñas estaciones incendiadas con el fuego blanco de su cal; los tiestos de geranios de todos los colores humanizan el acuarium de cristal ennegrecido en cuyo interior retumban y saltan como diablos enloquecidos las manivelas de acero peleandose con las ruedas del tren que se quieren escapar de los rieles que las tienen apresadas.El  botijo, colgado bajo el reloj, sudado y frio, permanece impasible ante el grito ensordecedor que inunda el anden al paso del terrible mastodonte.

En el interior del compartimento un silencio aseptico como de ambulatorio medico. Detrás de mi nuca un bebé se pregunta sobre el sentido de su existencia con un soliloquio dulzón de saliva y maicena.


Parada al pie de la montaña, en la ladera, entre el verde seco de los olivos el blanco bostezo de una alquería. Calor sofocante de estío. Camino polvoriento, seco, donde un rebaño de cabras, como parido por la tierra, irrumpe de pronto impregnando el paisaje de un africanismo contundente, total, sin réplica; alguna de ellas se entretiene arando con sus dientes amarillentos en la mano verde de una chumbera, hasta que el estampido de una piedra sobre sus ancas sucias la espanta y huye, corriendo, hasta enterrarse de nuevo en el oleaje caqui de pelo y boñiga de sus compañeras de infortunio. El perro del pastor, consciente de su importancia, contempla la maniobra con indiferencia izado sobre un monticulo, aunque no quita ojo de las cabras, diríase que las cuenta una a una...

El jefe de estación de la Estación de Gobantes recibe al tren en una posición "de firmes" de soldadito de plomo.

Al cruzar el último túnel, un algarrobo despeinado, de un verde amargo, pasa con indiferencia por delante de nuestra ventanilla.

Llanos de Puente Genil: verdura espantada de los olivos aplastada por un cielo brumosos y peligrosamente bajo. Un gallito de hierro hace funambulismo sobre el alambrito norte sur de su veleta. Los olivos, a tres patas, hacen la rueda bajo las nubes grises:

                                                Que llueeeeeeva...

                                                 que llueeeeeeeva
                                                  la Virgen de la Cueeeeeeva....

Una calva de faldones entrecanos amanece (o atardece) tras la cabecera del asiento delantero; es una calva sublime, socrática, que me acompañará Dios mediante hasta la Estación de Atocha.


 El bebé que llevo detrás se ha debido dormir; ya no se oye ese runrruneo felino injertado en mantra hindú; de vez en cuando se ve que suelta un eructito porque acaricia mis orejas un perfume que se encuentra equidistante entre la leche agria, la maicena y el agua de colonia con la que sin duda, su protectora lo ha de estar incensando constantemente.

-¿Le molesta el niño?
- No señora...¡Por Dios...! Angelito.
-Es que hasta que no acaba de echar los gases no se tranquiliza. ¿Sabe usted?
-Nada señora. A mandar. Y que lo crie con salud.
-Muchas gracias
-No las merece. Faltaría más.

Hace como unos diez minutos que el tren ha tomado la via del AVE y no se siente ya debajo del suelo, ese traqueteo, ese cabalgamiento entre oseo y metálico con el que nos hemos dormido siempre en aquellos viejos trenes de nuestra infancia y que le hicieron por ello merecedor, a este medio de transporte del romántico apelativo de iron horse: caballo de hierro.

Esta quietud acuática unida a esta velocidad de vértigo, empaquetados como vamos entre moquetas y ventanas que no se abren, nos hacen aborrecer aún más si cabe este odioso progreso que nos lleva a todas partes desbocados y a uña de caballo....¡Bueno...! que más quisiera uno que ir todavía y literalmente a uña de caballo, sería señal de que vamos a lomos de uno de estos hermosos y nobles animales.
...¡Qué más quisiera uno...!

Jean Valjean.

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