sábado, 28 de marzo de 2015

EL ÚLTIMO TRANVIA (Las Memorias de Jean Valjean)



                                                                             Verano del 59

Mis comienzos como estudiante de bachillerato en el Instituto Nacional de Enseñanza Media de mi ciudad natal no pudieron ser peores: aunque el número de asignaturas que suspendí se ha disuelto ya en las aguas del olvido creo recordar que únicamente aprobé Dibujo Artistico, gracias a mis habilidades innatas para el trazo y las sombras, porque hasta la Gimnasia, llamada eufemísticamente Educacion Fisica suspendi por -creo recordar- carecer de la más mínima elasticidad en los ejercicios de salto y carrera, mostrando una más que evidente torpeza para realizar la figura de el pino y voltearme por encima del potro. Ante la magnitud del fracaso, mi corto cerebro y mi estúpida terquedad me llevaron a falsificar las notas, convirtiendo un expediente desgraciado en un brillante cum laudem que, naturalmente, no fue creído en casa; aun me avergüenzo al recordarlo.




Comenzaba el verano del 59 y llegaba a casa el pequeño Volkswagen "escarabajo" solicitado a través del catálogo a su fábrica en Alemania; nuestro flamante utilitario nórdico destacaba como una gema entre aquel espeso hormiguero de patrioticos "Seiscientos", que la industria automovilística española comenzaba ya a verter sobre el asfalto de nuestras carreteras aún comidas por la lepra de los baches y los socavones; una tierna España que aún se calzaba con alpargatas y se cubría con boina, y que usaba para "eso" hojas de periódico en lugar de papel higiénico. También en ese verano nos visita el presidente norteamericano, (antes hemos entrado en la ONU) y yo, pobre neurótico infantil lo paso ondeando con triste gloria la bandera de la felonía cometida contra mi cartilla de calificaciones; tan sólo el reciente fallecimiento de mi hermano Pepe que llevo a nuestra madre a proyectar todos sus miedos sobre el más pequeño de todos los varones convirtiéndome en un pelele mimado y consentido, tan sólo eso me libro de (ahora si) las justas iras de mi padre que, también neurótico, temio tal vez excederse en sus correctivos, cómo le había sucedido tantas y tantas veces. En fin, que aburridos y cansados, decidieron mis progenitores, de mutuo acuerdo, abdicar de sus obligaciones tutoriales para conmigo y delegaron esa (lo reconozco) dura carga en los Hermanos Salesianos de San Juan Bosco, cuyo internado se encontraba cerca de nuestra localidad una vez cruzado el Estrecho.




Mi padre siempre creyó que aquellos buenos curas, inspirados sin duda por su santo director, habian obrado, literalmente hablando, un milagro sobre mi arisca persona, y no le faltaba razón para ello porque la verdad es que la transformación de mi carácter se hacía evidente después de unos breves momentos de padecer o disfrutar de mi compañía. Contemplados desde la lejanía de los sesenta y cinco años, mi comportamiento durante aquellos dos cursos escolares vividos en el Internado fue otra prueba evidente de mi desequilibrio emocional. Demasiado consentido y mimado por mi madre y recibiendo de mi padre una indiferencia gélida el resultado de tal tormenta de encuentros y desencuentros no pudo ser distinto del que fue, a saber: mi neurosis infantil no diagnosticada y, por ello, no tratada era la que gobernaba mi vida a su entero capricho y antojo. Ante la firme oposición de mi madre a introducir algo de disciplina en mi carácter pusilánime e infantiloide, mi padre, Como por desgracia suele suceder en estos casos tomó el camino más cómodo: la más absoluta indiferencia ante cualquier pueril rebeldía por mi parte, quién sabe si no sospechaba ya, al mismo tiempo que no era el el padre más apropiado pues su neurosis también le imponía limites. Como paraba poquísimo tiempo en casa, tampoco le resultó difícil vivir en la clandestinidad más firme, llevando mal o bien el papel de un padre a media jornada como se diría ahora.

No se puede explicar de otra forma mi comportamiento en aquellos años del internado. No tardaría en arrepentirme de decisión de interrumpir mis estudios en aquel colegio. Situado el colegio en el centro de un extenso bosque de eucaliptos pinos alcornoques y teniendo como límites las playas, las extensas playas atlánticas de la costa gaditana gaditana, se vivía un ambiente calmado tranquilo. Mi neurosis, alejado de mi familia que era en mi caso el detonante de mi enfermedad, estando la misma en estado durmiente y habiendo conseguido una beca que aliviaba bastante la carga económica que para mis padres suponía mi estancia en un colegio de ese cache y habiendo conseguido, por mis excelentes calificaciones una beca bastante sustanciosa, tenía todos los triunfos en mi mano para que mi vida hubiera tomado otro rumbo bien distinto y que mi desgraciada y desafortunada decisión le llevó a tomar.

Con estos buenos salesianos cuyo trato hacia nosotros era excelente, con ellos descubrí el placer de la lectura, afición que tuvo sus gratas consecuencias en los estudios pues eran coronados cada trimestre con calificaciones más que notables. Este panorama que, desde los pupitres del colegio se abría ante mi vida difícilmente iba a fracasar y estoy convencido ahora de que mi vida hubiera sido muy distinta de la que ha sido. Habría terminado el bachillerato y, seguramente, habría continuado estudios universitarios…todo eso se vino por tierra cuando en el segundo año de estancia me negué a regresar al colegio. Estudie tarde y mal una carrera para la que no sentía ninguna inclinación que se reflejó en mi curriculum con situaciones verdaderamente patéticas. En definitiva he sido una hoja llevada por el viento. Desde siempre he tenido la triste sensación de que yo no he gobernado mi vida y si no he acabado peor ha sido por puro azar que no me ha llevado por caminos muy difíciles.


Jean Valjean



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