lunes, 11 de febrero de 2013

Notas dispersas



 EL ÚLTIMO SUSPIRO.- Bajo este epígrafe (utilizado por Buñuel para titular sus Memorias) pienso anotar en este Diario la última anotación (el último suspiro) de los Diarios que voy leyendo.
Comienzo este epígrafe con Giovanni Papini.
La última anotación en su Diario es de diez de marzo del año mil novecientos cincuenta y tres. En todo ese año ha sido la del diez de marzo la única que ha recogido en su Diario:

1953

10 de marzo.- He pasado largos meses de tristezas y sufrimientos. He soportado todo con la esperanza de curarme. Me han acribillado a pinchazos, me han dado masajes en los brazos y en las piernas. A pesar de todo, no puedo caminar sin ayuda y me cuesta trabajo sostener la pluma con la mano derecha.Ya no volvió más a su Diario. Tres años después de esta anotación, en el año 1956, Giovanni Papini fallecerá.

 Martes 12 de febrero.-

Intento localizar a mi hermosa Cenicienta; una mujer que conocí en la discoteca el pasado sábado y a la que le propuse llevarla hasta su pueblo a bordo de mi autocaravana. Solo tengo de ella un nombre de pila seguramente que falso y un bello gesto al desprenderse de sus gafas de sol para decirme muy delicadamente que me agradecía mucho mi interés pero que no podía aceptar el ofrecimiento de llevarla a ella y a su amiga en la autocaravana hasta su ciudad.
Cuando una mujer comienza ese maravilloso y nunca bien estudiado gesto de quitarse las gafas para enseñarte sus ojos pone en ello la firma de su más intima personalidad.


El regimen de comidas parece que se va encauzando entre unos limites razonables desde el punto de vista del colesterol.



He terminado la lectura de NUESTROS CONFLICTOS INTERIORES  de Karen Horney.



LLEVO una semana entregado a la lectura de Archipiélago Gulag. Cuando he alcanzado la página 1000 de las mil ochocientas ocho que componen estas Memorias sólo se me ocurre un comentario: ¿Cómo será el siguiente Gulag? ¿Tiene límites la maldad humana? No es una lectura agradable pero si es necesaria, muy necesaria.
Hace ya casi un mes desde esta anotación, y me entero, por mi amigo Salvador de que ha salido la segunda y última parte de este libro.


HE comenzado a escribir una novela. Se trata de la biografía de un negrero que ejerció esta poco edificante profesión a finales del siglo diecinueve. Como acostumbro a hacer en mis libros, tambén este lo escribo en primera pesona; es el propio negrero el que, mientras espera a ser ahorcado, va recordando su vida. Me resulta muy dificil y muy poco creible una historia de ficción contada en la tercera persona del singular.


YA me han llamado desde la consulta del cirujano y me dicen que me operan del ojo el proximo dia seis de febrero. Así que posiblemente para finales de febrero o primeros de marzo saldré de viaje. Ya comienzo a estar cansado de tener que andar con un ojo cubierto, como aquellos bucaneros que se me asomaban a las páginas del libro en mis lecturas de Emilio Salgari.


MAÑANA me he de someter a esa pequeña intervención quirurgica en el ojo izquierdo de la que hablo en la anotación anterior. Mi hermano ha llamado para saber en qué estado de animos me encuentro.
Pero lo que realmente me preocupa es la desviación que he sufrido de la pupila. El oculista, ayer, en su consulta, daba a entender que en el peor de los casos se solucionaria con una intervención para devolver la pupila a su lugar con la fuerza del bisturi.
Creo que mi salida con el Mistral se va a retrasar por lo menos dos meses, pues el siete de marzo tengo cita para el cirujano que me ha de sajar un quiste de grasa de la piel en el brazo derecho.


OTRA Nochebuena amenaza caer sobre mí. Mi hermana, como cada año, llamará esta tarde desde Canariaspara preguntar cómo me encuentro.
Va a ser –esta fatídica Noche- la cuarta Nochebuena que paso solo desde que falleció Conchi.
Después del copioso desayuno-almuerzo-cena que he triturado sobre las seis de la madrugada me he ido a andar un poco por el Paseo Marítimo. Unos albañiles con el anagrama del Ayuntamiento en el dorso de sus monos de trabajo, reparan unos desconchones que los sucesivos enfados del cercano mar han arrancado del enlechado de cal del altar de la Virgen. Me canso pronto y me recogo en mi biblioteca a continuar la lectura de Proust. Cada cierto número de inviernos retomo este autor.
La Miastenia, con sus cansancios y sus fatigas, me recuerda de vez en cuando que ella no me ha abandonado, que está ahí, posiblemente hasta mi muerte.
Aunque posiblemente estas páginas no vayan a encontrar nunca lector, a pesar de eso quiero explicar qué significa eso del desayuno-almuerzo-cena:
Desde hace aproximadamente un par de meses, he decidido tomar todos los alimentos que correspondan a un día, en una sola toma. A las cinco o las seis de la madrugada, me levanto y tomo la dieta correspondiente a un almuerzo y a un desayuno y ya no vuelvo a tomar nada de alimento hasta las veinticuatro horas, es decir, hasta las cinco o las seis de la madrugada del siguiente día. Los resultados al menos en el aspecto fisiologico han sido excelentes. Se ha confirmado mis sospechas de que al tener un metabolismo demasiado lento, y hacer unas digestiones muy largas, comiendo de una forma convencional –o sea repartiendolo en tres o cuatro tomas a lo largo del día, y alargando la última, osea la cena, hasta poco antes de acostarme- tenía serias dificultades para mantenerme en un peso razonable.
Pero no consigo reeducar mi forma de comer. Continuo ingeriendo los alimentos casi enteros, sin ser masticados y triturados de una forma conveniente. Me sucede que cuando noto en el interior de mi boca que la comida se ha convertido ya en una papilla informe y casi liquida un asco infinito me empuja a expulsarla de mi boca. Por eso –creo- no le doy a los alimentos la oportunidad de convertirse bajo la presion de mis dientes en esa ameba informe y líquida que se supone debo tragar.



El día de ayer lo pasé lavando ropa y leyendo las Memorias del profesor Julián Marías.
¿Me han gustado? Un poco sí, sobre todo la parte última, o sea las páginas correspondientes a la etapa de su biografía en la que queda viudo de su “Lolita” y él acusa ese fallecimiento como un fuerte mazazo de cuyas funestas consecuencias se salva refugiándose en su trabajo.
En algunos momentos de su lectura, el profesor Marías me recordaba a la imagen de mi padre. Creo que la causa de ello hay que buscarla en mi deseo ardiente de encontrar ese padre que yo no he tenido.



Mi hermana acaba de llamarme por telefono para preguntarme cómo me encuentro y qué voy a cenar esta noche de Nochebuena.
Le recuerdo mi nuevo –y poco extendido- horario de comidas. Ella se rie. Oigo risas de fondo. Son mis sobrinos que están montando el Arbol de Navidad.



El día de Navidad de este año de dos mil ocho ha amanecido grisaceo y bastante desapacible. Después de desayunar he ido a dar un paseo por la playa. El Paseo Maritimo estaba completamente desierto; los bares cerrados con las sillas de plástico amontonadas junto a su cierre metalico. El rebaño titular de gaviotas de esta playa permanecia arrinconado junto a las barcas, limpiándose con el pico la pechera blanca de su smoking.
Pienso mucho en mi hija. Ya se me ha olvidado cuando fue la última vez que hablamos por teléfono. No la veo desde el mes de septiembre del año 2002. ¡¡¡seis años!!! Eso es mucho tiempo en la vida de una joven, aunque no suponga nada en mi biografía. De vez en cuando me acosa la duda de si estaré actuando correctamente con ella. Y creo que si. Si ella no me necesita para nada y no me quiere ni me tiene ningún aprecio, en esas circunstancias forzar unas relaciones sería –para mí- mucho peor.

YA he cumplido sesenta años. Llevo al menos dos –dos años- que no escribo nada en este Diario y las relaciones con mi hija continuan igual. Mi hermana, a la que he visto estos días en Madrid me cuenta algunas cosas de ella; me dice que en el mes de septiembre de este año comenzará el segundo año de guionista. Tiene veintiseis años, una madre enferma de fibromialgia y ninguna forma estable de ganarse la vida honradamente. De una manera indirecta le reprocho a mi hermana que no me apoyara cuando en la adolescencia de Clara quise forzar a la madre para que me entregara la patria potestad de mi hija. El tiempo por desgracia ha confirmado mis temores de antaño.


MI hermano Guillermo, fumador empedernido desde su más temprana edad, ha caido en las redes del cancer. Aunque los augurios de los médicos son algo optimistas, una nube negra ha cruzado el cielo de nuestra tribu. Esta situación en la que se encuentra ahora el único hermano varón que me queda con vida me ha llevado a reflexionar sobre las relaciones que hemos mantenido entre nosotros todos los hijos de ese matrimonio al que llamamos nuestros padres. Mientras vivía mamá los miembros de esa familia nos reuniamos de vez en cuando pero al fallecer la familia se dispersó. Debo reconocer que cuando yo tenía compañía, quiero decir esposa no me acordaba para nada de mis hermanos. Ahora que estoy solo lo llamo algunas veces pero él no me llama nunca. Si muere solo quedaremos ya de la familia mi hermana y yo.....¿cual de los dos será el que quede el último? A mí no me importaría morirme si no fuera porque no quiero dejar a mi hija en la situación que se encuentra. Si la madre muere no me tendrá más que a mí.

CUANDO yo era niño me quedaba embelesado mirando hacia el aparato de radio e imaginándome cómo serían aquellas personas (que yo creía iguales a nosotros pero sumamente diminutas como para caber en el interior del receptor) que me estaban hablando a través de la cretona gris de su altavoz. Creía, en mi infantil inocencia, que dentro de aquella radio y de todas las demás existía otro mundo como el nuestro pero reducido a su mínima expresión y hasta soñaba con tener algún día a uno de aquellos hombrecillos parlantes sentado en la tierna palma de mi mano. Pero...¡Ay! una tarde, y no recuerdo si fue uno de mis hermanos o mi propia madre –me inclino a pensar por alguno de mis hermanos mayores- le quitó a la radio, no recuerdo ya con qué motivo, la tapa de cartón que lo cubría por detrás. Mis ojos, espantados, se sumergieron en una ensalada de cables y lamparas encendidas que despedían un fuerte olor a un gas que yo entonces ignoraba ser ozono, pero de aquellos seres maravillosos...¡ni rastro! Algo muy importante se derrumbó....o se levantó aquella tarde dentro de mi mente pues no he podido olvidar nunca aquella escena en la que fui testigo mudo y espantado de la autopsia a un aparato de radio.
De mayor sigo teniendo mis preferencias por todo aquello que fabrica mi imaginación que por la imagen ya fabricada que me brinda el cine o la televisión. Cuando una novela me gusta mucho y decido que va a ser una de mis lecturas repetidas y se da la circunstancia de que esa novela va a ser “llevada al cine” evito ver la pelicula porque en proximas lecturas del libro, mi mente contaminada ya por la gran pantalla no puede imaginarse el universo del libro y con pereza probada acude a las imagenes que el recuerdo me trae de la pelicula.
La pintura de Vermeer; esas casas de Delft vistas desde la calle, esas fachadas de ladrillos rojos a traves de cuyos ventanales se ven el interior y el fondo de la casa son el alimento ideal para que mi propia imaginación cree unos universos que en la vida real no pueden darse.
Cuando llevaron a la pantalla en forma de pelicula las pinturas de Vermeer, con actrices y actores que encarnaban a los personajes de sus cuadros me guardé muy mucho de ir a ver esa pelicula. Cuando mi ya difunta esposa me invitó a acompañarla a esos lugares horribles llamados “centros de ocio” para ver la pelicula de marras, me salió a boca de jarro el siguiente comentario: ¡¡¡Ahhh!!! No, decididamente No. A mí no me joden las pinturas de Vermeer....¿qué me va a quedar entonces?
Aunque me gusta el cine (por supuesto mucho menos que la pintura y la lectura) creo que fue un grandisimo error ir a ver la pelicula de La Colmena (la genial obra de Cela). La lectura de este libro que tanto me gustaba perdió para mí todo el interés.



¿QUE tiempo ha transcurrido desde la última vez que frecuenté las páginas de Por el camino de Swann de Marcel Proust? No lo sé. Pero, el primer pensamiento que me ha acudido a la mente, cuando esta mañana, retomada la lectura de este libro, he llegado a esa tierna y a un tiempo pavorosa escena en la que el narrador lucha, armado de la palabra, por rescatar del olvido la escena de aquella magdalena compartida en su infancia con su tía Leoncia las mañanas de domingo en Combray, cuando he saboreado esas páginas, he llegado a la conclusión, (a la feliz conclusión por otra parte) de que todas las lecturas acumuladas en mi ya larga vida, desde aquellos tomitos de Emilio Salgari de la editorial Molino, hasta las Memorias de Ultratumba de de Chateaubriand no han sido otra cosa que mi preparación intelectual y estética para ahora, en la madurez, saborear a placer estas hermosas miniaturas creadas por el genio del escritor francés. Merci Monsieur Proust.


(Al lector) Querido lector: LAS pesimistas anotaciones que sobre mi hija he reflejado en estas Notas dispersas, no reflejan en absoluto el estado de cosas actual, pero, por fidelidad al texto no he querido suprimirlas. Por fortuna, las relaciones con mi hija Clara se han normalizado. Aunque ha necesitado mucho tiempo para saber qué quería estudiar parece que al fin lo han encontrado en esos estudios de guionista de cine. Yo la animo a escribir.


Jean Valjean,

2 comentarios:

  1. holaa soy carlos sicilia qizas me recuerdes, que estuve en bellas artes contigo e intercambiamos un par de libros incluso te regale un dibujo. Bueno pues queria preguntarte por la lista esa de libros que me ibas a dar entonces pq ahora estoy que necesito comerme un buen libro y queria preguntarte a ti, si tienes la lista por ahi y me contestas a mi mail me haces un favor :). SAludos

    mi mail: carlossicilia93@hotmail.com

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  2. Un saludo desde estas tierras calurosas sevillanas.

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