lunes, 7 de enero de 2013

Carta a mi amiga Eva...¡Ewa!



Querida Eva:


Esta soleada y fresca mañana de Navidad he acudido puntualmente al Café en el que trabajas para tomar mi primera dosis del día de cafeína que me mantendrá en un razonable estado de lucidez mental hasta la hora del "rioja" que también tomo en tu compañía (lo de "en tu compañía" no deja de ser una presuntuosa manifestación de vanidad por mi parte pues lo único que haces es servirme el condumio y eso cuando no está Carlos, el otro camarero, cerca de mi crujía).
Nada más entrar (y como mi próstata iba en superavit; ya sabes: achaques de viejo) he pasado de corrido a lo largo de la barra camino de la aliviadora taza y casi ni me he fijado en tí, que te movías por el rabillo de estribor de mi ojo izquierdo. Eras, en ese instante para mí, una bella nebulosa diluida en colores como una pintura de Manet, eso eras. Pero, una vez rendido tributo a mi complicado sistema diurético guión renal, y tomado asiento en la barra (ya sabes la esquina desde la que puedo ver trabajar a la cocinera Ana, mujer que también cumple mis cánones de la belleza femenina y con la que me gustaría tener una aventura) me di cuenta a la primera mirada de que no traías puestas tus gafas graduadas con las que te he conocido desde siempre.

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Eva, han pasado ya algunos días desde este punto y aparte que retomo ahora. Han vuelto tus gafas al paisaje cotidiano de nuestro Café del barrio. Yo, en mi incurable coquetería masculina que con los años se agudiza peligrosamente pensé que abandonabas las gafas por mí, ¡vamos! pensaba, pobre de mí, que lo que pretendías era conquistarme, pero no...nada de eso, ha sido solamente veinticuatro horas para que tu sistema optico pasara la consabida ITV con el tecnico de turno.


Desde que te abordé aquella para mí fatal noche en la Plaza del pueblo para entregarte un ejemplar de uno de mis libros y solicitar tu compañía como copiloto en mi autocaravana para una excursión dominguera al cercano pueblo (guión villa guión ciudad) de Antequera...; desde esa noche, digo, se ha roto el encanto de aquel mágico morse de miradas que manteníamos tú y yo incluso en presencia de tu marido. Como un hermoso animal que se sabe codiciado y que conoce sus límites te has vuelto a replegar sobre tí misma y ya no puedo hundirme en el azul infinito de tus hermosos ojos...Eva...¡Ewa! Una hermosa esfinge silenciosa que transita por los alrededores de mi corazón sin derramar sobre mi pobre alma enamorada aquellas miradas que me hacían soñar....¡No te imaginas...! No te imaginas la de veces que peinandome la barba o el cabello delante del espejo me he repetido mirando el mapa arrugado de mi cara: ¡Estupido..! ¡Estúpido!


Eva:

Cada mañana, al levantarme, me hago la promesa de no ir más al Café en el que trabajas...para romper esa promesa cuando como ahora (que son las doce y cuarenta y seis de la mañana de este soleado domingo) quedan justamente dos horas para que comenceis a servir la paella a los parroquianos que comemos en el Café. Ardo en deseos de verte. Siento celos de mí mismo, Eva...¡Ewa! cuando me acuerdo de aquella tarde en que desde la barra del Café me saludabas con la mano cuando yo pasaba cerca de la marquesina. Todo eso se rompió con ese fatal encuentro de aquella noche en la Plaza del Pueblo en la que yo espanté la preciada presa a la que venía siguiendole el rastro, o sea..tú. Ese ejemplar de mi novela MARTIN REQUENA IN MEMORIAM ha sido el regalo más inoportuno y fatidico de todos los que he regalado desde que se publicó allá por tierras del reino de Granada.

De todas formas, mi querida Eva, aunque ese hermoso cabello que cada mañana trenzas junto al espejo nunca pueda ser acariciado por las viejas y artrosicas manos de mi amigo Jean Valjean...Aunque nunca pueda yo mirarme en el fondo de tus bellos ojos y emborracharme en ellos de azul...Aunque nunca vaya a oir de tus labios de adolescente una palabra de amor....A pesar de todo eso, Eva, mi dulce Eva deseo que seas muy feliz en este nuevo año que comienza.

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