Miércoles, 17 de octubre
Los trabajos para
entregar en la Facultad me dejan poco tiempo libre. Creo que voy a sacar muy
pocas asignaturas este año. De todas formas me da un poco igual pues mis
proyectos son unicamente el de aprender a pintar; que tarde más o menos tiempo
en sacar el titulo es algo indiferente, o al menos que debería ser indiferente
para mí.
Las clases
prácticas son las más atractivas pues en Bellas Artes se reducen a pintar,
dibujar, modelar barro...etc etc, aunque la lectura que nos ha recomendado el
profesor de Historia me está resultando muy atractiva también; la HISTORIA
DEL SIGLO XX de Eric Hobsbawm (que nos abandonó el pasado 1 de octubre a la
edad de noventa y cinco años de edad) es de amena lectura y muy didáctico. Creo
que este hombre nos podría haber dejado (si es que no lo ha hecho) unas
Memorias muy interesantes. ¡Qué lastima...! pues su prosa no tiene nada que
envidiarle a la de los mejores escritores. Me ha recordado un poco a Elías
Canetti.
Me ha interrumpido la redacción de estas notas una llamada al movil de
mi amigo Salvador Bueno y me dice que hay unas Memorias de este escritor. Las
buscaré.
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Este otoño ha
comenzado con una camarera nueva en el bar del barrio donde habitualmente tomo
mi ración de café. Se llama Ewa (con uve doble) y es de una ciudad de Polonia
cuyo nombre me dijo pero que no entendí muy bien. Tiene treinta y seis años, o
sea es algo mayor que mi hija (que tiene casi treinta) y es de una belleza
aristocrática; podría pasar muy bien por un miembro femenino de una de esas
familias de la extinguida nobleza eslava: alta, delgada, rubia, con ojos azules y con una
cabellera abundante que ella recoge en una gran trenza que al caer a su espalda
se encarama a uno de sus hombros por donde asoma como una piel de lujo...le da
un cierto aire de campesina noruega (o de por ahí) que a mí me gusta mucho.
Cuando seca los cubiertos detrás del mostrador más que una camarera tiene todo
el aire de una elegante ejecutiva o profesora que, desprendida de su traje de
chaqueta y de su portafolios se dispone a prepararse algo de comida antes de
marcharse a su despacho. La piel, muy blanca y sus manos denuncian que no se
han dedicado jamás a trabajos groseros o duros, me recuerda una de esas manos
de las merceras de mi pueblo que llegaban a la vejez sin otra ocupación que la
de atar paquetes con lacitos o sacar tejidos finos para mostrarlos a las
clientas...o de pianista, todo menos de camarera fregaplatos. Me he sentido
fuertemente atraido por esta joven, y desde que ella sirve el café mi tension
arterial (debido al excesivo consumo de este alcaloide) corre el riesgo de
alcanzar cotas dignas de un sheerpa del Everest. Sin caer en optimismos
trasnochados creo que se interesa algo por mí lo que logicamente ha despertado
en mi alma el inquieto revoloteo de ese gorrioncillo travieso que todos los
hombres maduros pero algo poetas tenemos atesorado en el corazón como una vieja
pero a la vez fresca reliquia de nuestra adolescencia.
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Esta mañana,
después de haber trabajado un poco con el libro de Hobsbawm que me han recetado
en la Facultad he bajado al bar a tomar café y a ver a Ewa. Está sirviendo los
desayunos a los más dormilones del barrio. Yo, una vez sentado en mi esquina
habitual de la barra, uno de los dos camareros (que están ahí desde que se
abrió el establecimiento) me sirve mi descafeinado con leche y sacarina (se lo
sabe ya de memoria y sólo me pregunta cuando me ve llegar. ¿con sacarina o con
azucar? que son las dos variantes entre las que me muevo según haya ido el dia
con la comida de dieta. En mi MP-4 suena mi cancion preferida de todas las que
canta ese bello angel negro llamado Witney Houston (no recuerdo el titulo pero
fue la banda sonora de la pelicula El Guardaespaldas)
Yo la sigo con la mirada y ella, Ewa se pasea por
el bar con la elegancia de una profesora de danza; el cuerpo completamente
recto. Cuando se acerca hasta el cubo de la basura para tirar los restos de
alguna mesa (yo me encuentro muy cerca de ese cubo) o a tomar un sorbo de café
del vaso que tiene en una esquina de la barra, nuestras miradas se encuentran y
nos recreamos por unos breves segundos sin excusarnos por esa mirada tan
expresiva con alguna sonrisa de circunstancias. Y entonces, con el sabor de esa
mirada de Ewa, en mi viejo corazón se produce un pequeño terremoto y los dos
dígitos que marcan mi ya avanzada edad se dislocan, se intercambian los lugares
y así, vueltos del revés, marcan otra edad, una edad que hace ya muchos años
que viví. Como dice el bueno de Nat King Cole en una de sus canciones: el amor es algo maravilloso...¡bueno! él lo dice en inglés.Ilustracion del encabezamiento: El Beso. Fotografía de Jean Valjean
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