domingo, 3 de enero de 2010

Los Diarios

El estar situado biográficamente en los últimos escalones de la familia; o sea, ser de los miembros más jóvenes del clan tiene el inconveniente de que si una enfermedad no viene a echar por tierra el manido calculo de probabilidades va uno viendo a lo largo de su vida fallecer a todos los seres queridos de esa tribu, termina uno, sin más remedio, enterrando a todos esos predecesores con los que se ha compartido infancia, adolescencia, juventud...;pues bien, eso es justamente lo que le ha sucedido a este servidor de ustedes que ahora teclea en su ordenador para quién sabe si sentirse un poco menos solo en su casa este invierno, invierno que, por cierto, nos está viniendo algo líquido, si, si, líquido, literalmente líquido; la lluvia lleva ya tres días sin dejarnos, (en este preciso instante está llamando a mi ventana con sus mil y una patitas de cristal) y "el hombre del tiempo" nos dice, con las manitas cruzadas por delante como un monje benedictino, que tendremos agua hasta casi pasada la Nochebuena...

Pero...nada; se me ha vuelto a ir el santo al cielo, y es que uno -¿qué quieren?- tiene el defecto de la disolución, le pasa a uno como le pasaba a aquel tonto que señalando el sol se quedó embobado mirándose una berruguita del dedo. En fin, les decía que a mí me ha sucedido eso (no me gusta repetirme). Hace apenas un mes falleció el último hermano varón que me quedaba en la Tierra, Guillermo, al que le brindé una nota necrológica en este blog hace cosa de quince o veinte entradas. Yo les invito a ustedes a leerla. En esa nota necrológica (perdonen otra interrupción pero me acabo de acordar de un escritor de la posguerra española que las necrológicas las bordaba, se llamaba César González-Ruano, se murió con un cigarrillo en una mano y la estilográfica "parquer51" en la otra, y si la memoria no me falla comenzó la carrera de periodismo muy joven, haciendo necrológicas para el ABC de la época). ¡Ya está!...Sigo....Pues eso, que nos hemos quedado solos los dos miembros más jóvenes de la familia, digo yo que será para que uno de los dos, el último que quede, apague la luz.

La noche en que mi sobrino, por teléfono, me dio la triste noticia del fallecimiento de su padre, la mala nueva de tan fatal desenlace que, por otra parte todos esperábamos ya que se produjera de un momento a otro, pues esa noche, al pensar que ya sólo quedábamos mi hermana y yo a este lado de la Muerte, me acordé a renglón seguido de aquellas "sesiones continuas", las tardes de sábado (y algún día de entresemana en el que el monedero de nuestra madre se podía estirar algo más de lo saludablemente permitido sin poner en riesgo la cena de aquella noche) en el patio de butacas del cine Astoria, viendo "otra de romanos" con el "estive rive" en faldita plisada tumbando romanos con la delicadeza que una princesa acostaría margaritas en el cesped...¡vamos! sin arrugársele un pliegue de aquella insinuante faldita. ¡Ah! y de la acomodadora, aquella buena hembra de carnes duras y pelo color platino que se pegaba toda la tarde cazando prófugos del "gallinero" con su linternita de cinco duros comprada en El Tesoro Escondido que, lejos de estar escondido se hallaba a la vista de todos frente a la parada de taxis y al lado de la pastelería La Argentina....Esas tardes de sábado de una España en blanco y negro, como las del nodo, mamá nos preparaba a mi hermana y a mí, en una cestita de mimbre, resto de un disfraz de "caperucita" que mi hermana estrenara con notable éxito en sus primeros años de parvulario, (noble institución pedagógica que era conocida en aquel entonces por el más expresivo nombre de "escuela de las migas"), pues en esa cestita mamá nos preparaba la merienda, y después de aconsejarme a mí que "no la soltara de la mano" me entregaba el correspondiente óbolo para que la taquillera nos diera a su vez aquellos papelitos verdes que pasados los años, con el propietario ya muerto y enterrado aparecían en lo más hondo de los bolsillos de las chaquetas junto a las bolitas de alcanfor en el ropero familiar.



Mi hermana, que era una niña de una dulzura poco corriente, aguantaba la coreografía del steve rives o del que fuera con una paciencia infinita, hasta que a eso de las diez o las once de la noche yo sentía una ligera presión en el hombro que me sacaba de las fantasias de luz y sonido que me tenían practicamente sepultado en la pantalla. Y, como siempre, era Guillermo, nuestro hermano Guillermo, que con su atractiva juventud de dieciocho años sumergida en aroma de tabaco americano, regresaba ya de de "dejar a la novia" como se decía entonces, y nos sacaba a nosotros del viejo cine para reintegrarnos al hogar familiar. Esa noche, a un servidor le caía la bronca encima por haber tenido a la niña tantas horas encerrada en el cine, pero al sábado siguiente...más de lo mismo. Y es que uno era incorregible. Pero no es de los esfuerzos pedagógicos que hicieron mis padres para educarme de lo que les quería hablar sino de un paralelismo que se me ha ocurrido a raiz del fallecimiento de nuestro hermano. Cuando éramos niños se nos hacía de noche a los dos en aquel viejo cine viendo la misma película dos, tres y hasta cuatro veces hasta que, muriendo ya el día, aparecía nuestro angel de la guarda bajo la forma de mi hermano Guillermo para reintegrarnos a los dos a la casa. Dicen que dormir es como morir un poco, por lo tanto ¿no será, en justa correspondencia, morir como dormir mucho? La vida nos ha dejado otra vez a los dos miembros más jóvenes de la familia en este mundo tal como estábamos en aquel viejo cine (que olía a orina y a zotal) las tardes de los sábados: sentados en nuestras respectivas vidas y contemplando el paso de los años en la gran pantalla del mundo. Se podría decir que la Vida sería ese inmenso y enorme "Cinastoria" donde hemos quedado aislados del resto de la familia, sumergidos en la noche artificial de la sala de proyecciones, viendo, ela y yo el paso del Tiempo hasta que, llegada nuestra hora, venga Guillermo que acaba de fallecer a recoger nuestras almas y llevarlas con el resto de la familia que ya están Allá. Aquellas sesiones continuas en el Astoria (que tampoco existe ya) tuvieron lugar cuando los dos apenas comenzábamos a caminar por esta vida.....¿no sería aquella situación una premonición, un aviso, un prólogo en el que ya estaba dibujado en breves trazos el final de la historia de esta familia que ha sido la mía? Por supuesto que no descarto la posibilidad de que se trate unicamente de una mera fantasía excretada por la mente cansada y aburrida de un jubilado solitario en la noche de Navidad pero, yo les digo como decía el clásico....."Si non e vero e ben trovato" ¿Eh que sí?




3 comentarios:

  1. ...preciosa comparación, maestro...
    Y tal vez verdadera, más allá de su encanto poético... ¡quién sabe!
    Un abrazo.

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  2. Amigo Carlos:
    Al hilo de tu comentario, con el que estoy plenamente de acuerdo en que pudiera ser realmente así (vaya por delante que soy creyente) he recordado una anécdota que me sucedió cuando vivía mi esposa.
    Ella, Conchi, era muy aficionada a la cartomancia y me llevaba con ella cada mes a la visita que le hacía a un hombre que leía el Tarot. Pero una de la veces en que yo no fui. Este hombre le dijo a Conchi que a mí me protegía un familiar fallecido hacía cuarenta años; el hombre insistía en que en la carta salían cuarenta, exactamente. Esta escena tuvo lugar en el año 1997. Pues si le restamos cuarenta queda el año 1957.Ese fue el año en que falleció mi hermano Pepe que era dos años mayor que yo y con el que compartía colegios y juegos.
    Además: Mi madre, que sufrió un fortísimo schock con la perdida de este hijo, le reprochaba (cariñosamente claro) al infantil difunto que al morir había dejado como huerfano a su hermano pequeño(yo) que ya carecía de compañero de juegos......¿No condenó, mi madre, con sus quejas y reproches al alma de este niño que murió con diez años, a estar rondando siempre alrededor de mi persona fisica...?

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  3. Siempre he soñado con un sitio así, aunque soy un incrédulo recalcitrante, eso no quita para que pueda imaginarme un mundo para después de este, donde poder estar rodeado de las almas o espíritus de las gentes que amamos en el pasado; aunque luego, con cierto desasosiego, con esta mentalidad del pobre mortalito, no llego a concebir una historia eterna de una relación de máxima felicidad con todos los seres que convivieron con nosotros y con los que inevitablemente irán llegando. No me imagino a un tatarabuelo mio agasajando a mi tataranieto en un guateque allá entre vaporosas nubes... ¿qué música habría que poner?, ¿qué se bailaría?, ¿qué temas de conversación surgirían?
    Tal vez, una vez llegados a nuestro dstino, nos uniformen a todos por igual, y nos cuelguen cual hojas en un arbolito, a ver pasar el tiempo tranquilamente; pero eso sería muy aburrido ¿no?

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