martes, 24 de noviembre de 2009

Los Diarios




Ha fallecido mi hermano Guillermo. Al escribir esta frase, con la que doy comienzo a una nueva entrada de mi blogg me suena toda ella a falso, algo así como si lo que estuviera escribiendo fuese mentira, todo mentira...¿Por qué? Creo que puede ser porque no me he dado a mí mismo la posibilidad de contemplar su cadaver. El pasado domingo por la noche me llamó mi sobrino desde C*** y me dio la noticia. Al final de la conversación me indicó la hora del entierro. Yo le respondí que no iría al entierro. No sé si se habrá molestado. No lo sé. En la foto de la izquierda, (El campo de fútbol de nuestro pueblo natal) él es el que mira hacia el objetivo del fotógrafo. La foto puede ser del año 1949 o 1950. Ese niño que mira a la cámara con un rostro donde todo es pura inocencia crecerá, se hará un hermoso adolescente, fumará sus primeros pitillos, conocerá a su novia...en definitiva, Dios le dará la oportunidad de completar su ciclo vital; verá, junto a su mujer, de crecer a sus hijos y a sus nietos, lo que no es poco....
Y ahora, mientras escribo estas notas, el cemento de su lápida aún estará fresco, o sus cenizas aún no se habrán disuelto del todo en las aguas de nuestro mar, o quizás, algunas briznas todavía se encuentren posadas en alguna flor, o sobre alguna piedra que el sol del día haya calentado...no lo sé.
Ha dejado este mundo a la edad de sesenta y ocho años y ya desde muy niño mostraba cierta precocidad para mover su cuerpo con una elegancia de la que carecíamos todos los hermanos. Cuando en mi adolescencia comenzaba a fumar mis primeros pitillos, me gustaba verlo a él golpear el filtro de su flamante cigarrillo rubio sobre el lomo niquelado de su encendedor electrónico o sobre el hemisferio rotundo y brillante de su reloj cauny de pulsera. Era un amante de las corbatas y con él aprendí a enlazarme el nudo de la mía, -había uno que era el llamado "wilson" que él enlazaba con una habilidad cinematográfica con el pitillo en la comisura de los labios y guiñando un ojo para evitar el humo. En la distancia corta desprendía ese aroma, tan atractivo en el hombre joven, mezcla de tabaco de alta gama y perfume caro, cálido aroma de confort y lujo que yo descubrí por primera vez, o al menos lo reconocí como un signo de buen pedigrí cuando me acompañó una vez al Colegio Interno, y en el autocar que nos llevaba hasta el pueblecito de Chiclana me quedé dormido sobre su brazo acunadas mis narices infantiles por ese aroma del que vengo hablando, aroma que no encontraba en mi padre y que me lo brindó él; él fue para mí, en mi infancia, ese "papá" de lujo con el que uno se podía presentar en cualquier sitio y quedar bien. Entre los muchos recuerdos agradables que tengo de mi infancia ligados a este hermano recuerdo un juguete que él me construía con los carretes de hilo que mamá utilizaba en su vieja sínger. Los ingredientes con los que fabricaba aquel juguete que a mí me entusiasmaba tanto eran, además del carrete de madera, un pedacito de lápiz, un trocito de goma elástica y una rodaja de vela de cera a la que le había sacado previamente la mecha. Con estos rudimentos tan simples, montados siguiendo el cánon que dictaba la receta aquella ruedecita adquiría movimiento de una forma para mí mágica, pues a tan corta edad yo ignoraba los principios más elementales de la Mecánica y mi mente no asociaba el avance de la máquina con la energía acumulada en la goma retorcida sobre sí misma aplaudiendo como un descosido cuando la veía escalar lenta pero inexorablemente todas las arrugas de la cama o los pequeños objetos que mi hermano iba colocando debajo de la voraz ruedecilla dentada.
El primer viaje "a la península" -como decimos los caballas de pro- lo hice con este hermano: la familia acababa de adquirir uno de los flamantes "volkswagen" modelo escarabajo que la firma local Benet importaba de Alemania, el nuestro era de color crema y nada más sacarlo del consignatario se le asignó una mascota, se trataba de uno de aquellos perritos de peluche con la cabeza pendular y unos ojitos grandes y curiosones que desde el cofre trasero, asomado a la ventana saludaba a los viandantes con aquel movimiento de cabeza que los sucesios baches de la desidia municipal convertían en un discurso sin fin......El objetivo del viaje era llegar hasta Orense para asistir al bautismo de un tierno primo que la cigüeña acababa de dejarnos en aquella esquina de España (aún se decía España). Mi hermano Guillermo estrenaba carnet de conducir y con sus dieciocho primaveras muy bien llevadas iba acometer la proeza de atravesar todo el mapa en un vehículo que en la modesta economía del pais era considerado como "de lujo". Después de árduas negociaciones con mamá conseguí que ella desistiera del lugar de preferencia y me dejara a mí el puesto de copiloto, con la propina añadida de que podría ir manipulando a placer el estupendo aparato de radio marca Blauckpunt todo un derroche de la industria alemana de la electrotecnia....
Todavía, ahora, cuando circulo con mi autocaravana por la llamada Ruta de la Plata, encuentro trozos de la antigua carretera que nosotros rodamos en aquella romántica excursión en la que el paisaje que se veía a través del parabrisas se ofrecía desierto de vehiculos, edificaciones y señales de tráfico. Los puentes (de piedra y factura casi romana) había que atravesarlos por turnos dada su estrechez..claro que era tan escasa la afluencia de vehiculos que no representaba ninguna dificultad seria. En Aldea de Elcano me dio una trompada un asno al que interrumpí en su almuerzo; en una fonda de Salamanca, me oriné, con los nervios, en la cama, y en la Fuente de las Burgas de Orense me escaldé un dedo con sus aguas.....Y a mi primo, "lo sacó mamá de pila" con la gracia de Jose Luis.
Después hice más viajes con la familia pero este fue el primero que hice en compañía de mi hermano Guillermo, que acaba de fallecer. La primera y más intensa sensación que me ha invadido al enterarme de su muerte ha sido la de la soledad.
Descansa en paz, hermano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario