lunes, 23 de febrero de 2009

EL ÚLTIMO TRANVÍA (Las Memorias de Jean Valjean)

El primer colegio al que me llevaron siendo niño fue la "Academia de la Señorita Trini". Así era como se conocía en mi pequeño barrio natal de Hadú a una modestísima escuela de párvulos que esta maestra de escuela regentaba al final de la calle que me vio de nacer un dos de mayo del año mil novecientos cuarenta y nueve y que luchaba todos los años (con los peores resultados dicho sea sin el menoscabo de la dignidad profesional de esta proletaria de la Pedagogía) con el programa de las Oposicionesal Magisterio Nacional. Bajo este pretencioso titulo de "Academia....tal y tal" que, como en el caso de las viejas tabernas portuarias colgaba de una chapa en la fachada de la casa y que el viento de Levante hacía crujir en las noches de invierno oyendo yo su agrio crujido desde mi cama en el sofoco del insomnio, bajo ese título nobiliario no había otra cosa más que una pequeña habitación donde naufragaban una docena escasa de pupitres tatuados a golpes de navaja y manchados de tinta azul y roja, con un mapa de España colgado detrás de la mesa de la profesora...en fin...¿qué les voy a decir? todo digno del poema de las moscas de Machado.
Cuando a juicio de mis padres, que una noche, después de la cena y levantados los manteles me examinaron entre restos de naranjas y migajones de pan de hasta donde llegaban mis conocimientos de la Gramática para la correcta identificación de los distintos fonemas que conforman el cuerpo teórico de nuestro hermoso idioma...cuando eso...pues decidieron en comandita matricularme en la Academia de don Antonio, que en cuanto a lujo suntuario ahí le iba con la de la señorita Trini, solo que en brutalidad y ligereza de palos le daba ciento y raya a la modesta pedagoga de la otra esquina de la calle...¡Ah! y el tamaño de los tinteros que eran notablemente mayores y de recio plomo mordido por los alumnos en las rabia impotente de las tardes de castigo, que no eran pocas.
En esta escuela permanecí mañana y tarde hasta que cumplidos los diez años, y aprobados los examenes de Ingreso al Bachillerato senté plaza de estudiante en la docta Institución que levantaba su edificio de piedra berroqueña en una zona de la ciudad conocida como La Puerta del Campo. A partir de ese instante solo acudía a la escuela de don Antonio como alumno nocturno, una vez concluida la jornada en el Instituto. Mi expediente como alumno de primer curso de bachillerato fue tan indeseable que al año siguiente mis padres -con harto dolor de mi madre- me enviaron a un internado al otro lado del Estrecho.

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