viernes, 6 de febrero de 2009

Los Diarios (Herbert)


El Faro, 7 de febrero de 2009
Si un día, para mi mal,
viene a buscarme la Parca,
empujad al mar mi barca
con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas
(Juan Manuel Serrat)
La barca que se encuentra varada en el jardín de nuestra urbanización se va deshaciendo poco a poco como un hojaldre seco. Cuando llegué a esta casa fue esa barca lo primero que llamó mi atención. Mientras Conchi, mi esposa, discutía con el dueño de la casa las condiciones del contrato de venta yo me extasiaba con tan insólito decorado: una barca "de las de verdad" acostada sobre el cesped junto al tronco de un pino, con el vientre lleno de cesped y la espuma roja de los geranios derramándose por sus costados. Al pronto me recordó la barca de aquel personaje tan popular de la serie Verano Azul. ¿Quién sería -recuerdo que me dije- quién sería el "chanquete" de esta pequeña patera cargada de geranios, jazmines y petunias? Sus alas, todavía cerradas y frescas como una rosa joven estaban pintadas de blanco y de verde. En su popa, cortada a tajo, se despeinaaban la bandera de España y la de Andalucía.



Cuando, después de formalizada la compra nos vinimos a vivir a esta nueva casa tuve ocasión de descubrir quien era el benefactor que con tanto amor cuidaba de aquella pequeña barca blanca y verde que se había quedado varada para siempre entre unos parterres de geranios y de petunias. Con la atardecida, me tropecé por los parterres de la urbanización con un vecino que iba a tirar su bolsa de basura en el contenedor de la comunidad. Como decía la copla "...era hermoso y rubio como la cerveza". Así era Herbert, el que se había preocupado de comprar la barcucha que había sido desahuciada del mar y agonizaba en el espigón junto a la ermita, y él también el jardinero que cada mañana le quitaba las malezas que crecían junto a su quilla. A pesar de su edad caminaba recto y erguido; imagino que de joven debió de hacer furor en los bailes de salón y en las cervecerías de Sttugart, que es la ciudad en la que él, según me contaría más adelante había vivido y trabajado desde muy joven. A Herbert le gustaban los cigarrillos negros Ducados que consumía con una generosidad que lo llevará a la tumba, y el vino áspero y macho de nuestras viñas del interior.
Ahora su viuda, de la que nunca he sabido su nombre y a la que yo, en mis conversaciones con su esposo, citaba sucintamente como "la Frau"...o sea la señora, anda estos días por aquí. Ha venido desde Alemania para adecentar un poco el chalecito que compartío con Herbert y, según los rumores a venderlo y volver a comprarse un apartamentito en su ciudad originaria, imagino que cerca de alguno de sus hijos.
La barca, ya digo, se va deshaciendo poco a poco como un ramo de novia antiguo. Imagino que acabará como esos perros o gatos que son atropellados en la autopista que cuando ya han pasado por cima de su cadaver unos cuantos miles de ruedas y ha quedado reducido el cadaver a un manojito de huesos irreconocibles, unos obreros del Ministerio de Fomento los apartan a la cuneta con un acertado golpe de golf dado con la escoba. Cuando la barca de Herbert se haya convertido en un montoncito de tablas podridas vendrá el servicio de limpieza municipal y silbando un pasodoble la tirarán por la borda de la camioneta.
No me he atrevido todavía, ni creo que lo haga nunca, a preguntarle a la viuda si los restos de Herbert fueron calcinados o simplemente sepultos...
Herbert, que conocía la dificultad que presentan mis manos para cualquier trabajo de bricolaje, siempre que me veía intentando adecentar algún aspecto exterior de mi casa se presentaba ante mí con la frase mágica: "Herbert hacer..." así era como Herbert se ofrecía para ayudar a todo vecino que lo necesitara. Y Herbert me montó el canalillo para evacuar el agua de lluvia. Y Herbert me barnizó la piedra de la fachada del jardín.


22 de Abril del año 2010

El pasado domingo, 18 de abril regresé a casa de una (una más) de mis largas travesías por la geografía de nuestro entrañable pais que vengo haciendo a bordo de mi autocaravana. Y al entrar en el pequeño recinto llamó mi atención el aspecto que ofrecía el pequeño parterre que se encuentra en el centro de la pequeña plaza. El jardinero había renovado las flores, y aunque los nombres de ellas no podría citarlos en este artículo si puedo decir que la sensación resultó de lo más agradable. La abundancia de lluvias durante este invierno (anoche todavía llovió, cosa insolita en estas fechas por estas latitudes) le ha dado a todo el conjunto una luminosidad esplendida: el césped está jugoso, tierno, y en aquellas zonas donde ha crecido algo más de lo debido, se inclina hacia los lados al menor toque de la más leve brisa, esa brisa azul que nos sube desde el mar, Solo faltaba un elemento en tan hermoso decorado: la barca, la barca que tan primorosamente galafateaba nuestro querido Herbert cada primavera. La viuda de Herbert, mujer algo más retraida y que nunca llegó a aprender nuestro idioma como para poder salir de su eterna sonrisa muda cada vez que se cruzaba con un vecino en el senderito empedrado del parterre, a la que yo siempre nombraba por "frau Herbert" no ha sido testigo del expolio de la barca pues hace ya casi un año que se marchó definitivamente a su pais después de haberles vendido el chalet, a un joven matrimonio de profesores.¿Por dónde andará ahora la señora Herbert? Posiblemente esté recluida en un pequeño apartamento de las afueras de una enorme ciudad de la Selva Negra, llena de chimeneas, y a unos cincuenta o sesenta metros (el apartamento) sobre el nivel del asfalto, adecentando un dormitorio en una de cuyas mesitas, sin duda, rompe la cadena del olvido, un portarretratos con la foto de un Herbert treinta añero, con su eterna sonrisa afable...aquella con la que iluminaba el patio de mi casa cuando terminaba de hacer algún trabajo y queria manifestar su satisfaccion por la obra bien hecha: <<¡Herbert hacer...Herbert hacer....>> Antes de entrar en casa me he asomado a ese hueco dejado en el parterre por la ausencia de la barca, y he vuelto a ver a mi amigo Herbert, pespunteado sobre un fondo de azul marino, izando en la popa de su barca las dos banderitas andaluza y española.

Descanse en paz mi amigo y vecino Herbert.
La pintura es del pintor mallorquín TORRENTS I LLADÓ. Se titula Portitxol, y es un óleo de 93 x 73 cms.



















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