lunes, 2 de febrero de 2009

Carta abierta a la hija de Jean Valjean


El Faro, 6 de septiembre del año 2007

Hola ma cherie:
Hace aproximadamente tres horas que he llegado a casa del viaje relámpago que hice hasta C*** con la intención de verte y de hablar contigo. No sé si sabes, aunque si puedo asegurarte que lo he comentado contigo y con tu madre muchas veces- no sé si sabes, digo, la distancia exacta que hay entre tu pueblo y el pueblo en el que yo resido actualmente, pues te lo diré, es, exactamente la de quinientos sesenta y ocho kilómetros que al multiplicarlo por dos sale la nada despreciable cifra de mil ciento treinta y seis -kilómetros, naturalmente-. que es la distancia que recorrí con mi autocaravana en apenas cuarenta y ocho horas y casi sin dormir, dada la urgencia que para mí tenía el entrevistarme contigo. Creo que por lo incívico de tu comportamiento también te mereces que te diga en las condiciones que hice ese viaje. Tengo un problema de irritación en un ojo, problema que a pesar de no ser excesivamente grave si me dificulta bastante la conducción, y en el caso de una autocaravana -tú ya has viajado una vez en ella y recordarás lo dificil que resultaba conducirla por algunos puntos de las ciudades a las que llegábamos- no necesito decirte que esas dificultades, en las condiciones de precariedad visual en las que yo lo hacía, alcanzan niveles casi de peligrosidad suicida.
Nada más llegar a C*** y aparcar en el lugar habitual en que suelo hacerlo siempre que voy a tu pueblo, te llamé desde una cabina para comunicarte donde estaba y la intención que traía de pasar la tarde contigo y hablar algo de tus estudios que no van todo lo bien que yo desearía.
Por el tono de tu voz que pusiste cuando me reconociste supe enseguida que mi visita no era de tu agrado. Ya imaginabas a qué venía. Si, si, tus estudios, eternamente tus estudios. Esa es mi lucha contigo desde que entraste en la adolescencia...contigo y con tu madre a la cual la ha invadido siempre un desenfrenado optimismo con respecto a las directrices pedagógias que aplicaba para tu educación. De nada le sirvieron mis advertencias cuando después de presentarme a aquel cretino de profesor que tenías en no recuerdo qué curso de primaria, y que afectado de una acusada sentimientopatía, e influido sin duda por algún afecto insano que le inspirara tu situación de hija de padres separados -esta fauna, por desgracia abunda más de lo deseado en nuestro glorioso Cuerpo del Magisterio Nacional- le dije, a tu madre, que no estaba satisfecho con las explicaciones que me había dado aquel pupitre con patas y tampoco estaba satisfecho con tu rendimiento escolar teniendo presente tu nivel de inteligencia que es bastante alto aunque no vaya acompañado, por desgracia, de una disciplina y una voluntad que sepa dirigirla hacia tu bien.
Como ha sucedido siempre entre nosotros -bueno no siempre, mejor habría que decir desde que entraste en esa etapa dificil de la adolescencia- cuando aún no había consumido yo cincuenta céntimos de teléfono ya estabamos peleandonos. Como siempre, también, me reprochabas las persecuciones inquisitoriales a las que yo te sometía por mor de tus estudios, quejándote de la indiferencia que yo mostraba hacia otros aspectos de tu personalidad y otros perfiles de tu joven biografía. A esto debo contestarte que posiblemente lleves razón. Pero..¡mira! ma cherie, a mi edad tengo ya la suficiente experiencia acumulada a lo largo de mis años de profesor, -y por ello de trato diario con la fauna juvenil- como para asegurarte de que fuera de tus frías y gélidas relaciones con los estudios no presentas problemas alguno, y si tienes alguno tu madre que vive contigo permanentemente no lo ha percibido, y si lo ha percibido a mí, a mí no me ha dicho ni media....Si quieres saber mi opinión te diré aún algo más: ya hubiera querido presentar yo en mi adolescencia la capacidad de relacionarse con los demás compañeros que has presentado tú desde la más tierna infancia. Respecto a esa facilidad tuya -de la que yo siempre he carecido-para relacionarte con los demás niños recuerdo un suceso del que fuiste protagonista y que tuvo lugar en el pueblecito de P*** adonde vine destinado después de separarme de tu madre. Tú apenas contabas dos años de edad, pasabas conmigo todo el verano. Por las tardes bajabas a la puerta de la calle a jugar con los demás niños. Había una niña en el vecindario con la que tú congeniabas más y os hicisteis casi inseparables. Una tarde discutisteis por algo y la niña, algo enfadada iba ya camino de su casa cuando la tomaste de la mano y la llevaste hasta el kiosco del barrio donde vendían las "chuches". Una vez bien atiborrada de azucares manufacturados volviste a recuperar una amistad que para tí era más importante que la fruslería por la que os habiais peleado. Yo, a tu misma edad, no presentaba esa facilidad para relacionarme con los otros niños. Así que nunca me has dado motivos para preocuparme por ningún aspecto de tu personalidad, la cual se ha ido desarrollando, según mi opinión de profesor ya jubilado dentro de unos niveles más que aceptables de tranquilidad y de ausencia de enfrentamientos con tus padres o de ellos dos entre sí al haber interrumpido yo, mi convivencia conyugal con tu madre cuando apenas contabas tú un año de vida o año y medio.
Atiende ma petite: el comportamiento que has tenido estos días con tu padre no se puede decir que haya sido precisamente un ejemplo de buenos modales y de buena educación. Ya no eres una niña ¿sabes? Además, yo, en ningún momento te voy a conceder el título de "niña". No voy a dejar de exigirte tus responsabilidades...que también las tienes, aunque lo ignores. La culpa de que me hayas dejado en plena calle de tu pueblo sin bajar siquiera a saludarme ya no es de tu madre, es exclusivamente tuya. Para mí eres una mujer. Y como mujer que eres debo decirte lo siguiente:
Tu comportamiento conmigo, después de haberme recorrido en las condiciones en que lo he hecho, los quinientos sesenta y ocho kilometros que distan entre tu pueblo y el mío, sobrepasan con mucho los límites de la más vulgar y zafia groseria. Yo siempre pensé que el límite de tu embrutecimiento...(¿Te parece dura esta frase? pues lo siento...pero no la retiro...¿Qué prefieres? ¿Que te la diga tu padre dándote con ello la oportunidad de que tú misma reflexiones y corrijas tu comportamiento o que te la suelte, de malos modos, un extraño en tu lugar de trabajo -o en una reunión de amigos- y te pongan la cara roja como un tomate?) estaba en colgar el telefono a tu padre cuando éste hacía comentarios sobre tu conducta, comentarios que no eran de tu agrado, pero veo con mucho dolor, ¡con muchísimo dolor! que me había equivocado de cabo a rabo; todavía eres capaz de superarte a tí misma; tu grosería y zafiedad pueden alcanzar niveles rayanos en la genialidad; contigo siempre cabe el aliciente de la sorpresa pues el nivel de tu mala educación se me pierde de vista, como el horizonte del mar en días de bruma. ¿Hasta donde llega ese nivel de brutalidad, ma cherie? Anda. Dímelo.
No podrás reprocharme que no haya querido hablar contigo, aunque los intentos, por mi parte hayan sido a través del correo convencional....No has respondido a ninguna! ¿Y tienes la desfachatez de decirme que no me intereso por conocerte? Ma cherie, cuando se suelta una frase altisonante por teléfono, de esas que a la legua apestan a serial televisivo venezolano, del estilo de "tú no te preocupas por conocerme" a una persona -en este caso, yo- que después de chuparse sesicientos kilómetros por carretera la has dejado en la calle (iba a decir en la puta calle) negándote siquiera sea a verla y saludarla....una de dos...: o se tiene muy poca verguenza, o -lo que todavía es peor- se es una persona completamente inmadura, o sea que se posee la mentalidad de una niña de diez años aunque el cuerpo sea de una mujer de veinticinco....¿me explico?
Te quejas de que no te conozco o de que no muestro el suficiente interés por conocerte, y cuando me presento a las puertas de tu casa me quemas los oidos con el eco de una C*** zafia, bruta y de mal gusto. Te lo repito, tú eliges: ¿Mala educación o inmadurez? A mí, tratándose de mi hija me resultaría muy dificil verme en la obligación de tener que elegir entre esas dos posibilidades.
Tienes un ordenador portatil, y yo te he escrito varias veces invitándote a mantener una correspondencia sincera sobre aquellos asuntos que de tu padre te puedan interesatr. ¿Me has respondido? No ma cherie. ¿A quién quieres engañar con esa novelería de...."¡Tú no te interesas por conocerme!" que a mil leguas de distancia suena a calderilla falsa? A mí no puedes engañarme. ¡Ah...! ya te entiendo. Para tí, la buena actitud mía sería la de que cada dos o tres meses mantuvieramos por teléfono una conversación de cinco minutos en la que tu padre no te pregunte -como es su obligación- ni te hable de las cosas que te podrían resultar molestas. ¿Es eso ma cherie? ¿Que los dos nos regalemos los respectivos oidos con mentiritas piadosas? ¿Eso es? ¿Que nada más nos digamos (sobre todo yo a tí) cosas agradables y dejemos las verdades dolorosas bien arrinconadas en el bolsillo de nuestras almas. ¡Oh, no, ma cherie...tu padre no es de esa madera. Lo siento. Estoy deseando que me preguntes todo lo que quieras. Con ello demostrarás mucha madurez. Y yo, por mi parte tengo muchas ganas de conocer a esa hija que me resulta tan desconocida.
Cuando leas estas cartas -si algún día lo haces- yo llevaré ya algunos años, o meses...fallecido...En fin, no nos pongamos sentimental...
En la primera de nuestras dos últimas conversaciones por teléfono utilizabas como argumento para no haber podido, según tú, estudiar, ha sido que has tenido que ir a la consulta de un Siquiatra. Pues bien, debes saber que cuando fui anteayer a verte también era con la intención de que me informaras sobre el resultado de esa visita, y si el doctor había hecho algún diagnóstico, y, en ese caso, si era grave o no....Cuando fuiste al siquiatra hubiera sido una buena ocasión para escribirme y contármelo todo...¿O no ma petite? ¿Tendré que escribirle yo a ese médico para que me mande una copia de su informe? ¿Por qué no me lo mandas tú y, de camino, aprovechas la ocasión para decirme porqué sientes hacia mí ese desprecio para el que no creo haberte dado motivos, a excepción de exigirte, como cualquier padre ha de hacerlo, esfuerzo y responsabilidad en los estudios, esfuerzos que al final revertirán en tu propio beneficio?

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