jueves, 29 de enero de 2009

Los Diarios


29 de enero de 2009

En la anotación correspondiente al dia 23 de enero de este año -fecha en la que doy comienzo a la redacción de estos diarios- les hablaba -a propósito de qué significaba para mí el hecho de poder acceder con mi escritura a las páginas de un blog- les hablaba, digo, de una experiencia didáctico-geográfica compartida con mis alumnos por los años en que yo ejercía mi profesión de docente en una escuela del extrarradio de Barcelona, ciudad a la que emigré desde mi pueblo natal una vez concluidos los estudios de Magisterio sin mucha brillantez...francamente dicho sea como de paso. La experiencia consistió en lo que sigue:

Entre mis alumnos y yo redactamos una carta en la que nos presentábamos como componentes de la clase de Geografía del profesor -aquí venía mi nombre y apellidos- del colegio tal y tal del barrio tal de la tal ciudad...Barcelona.
Una vez redactado el mensaje lo plastificamos en la papelería del barrio, la misma papelería en la que yo recogía cada fin de semana mis periodicos y mis fascículos coleccionables.
Y para no cansarles a ustedes, mis queridos blogianos, con descripciones y geografías menudas obviaré toda la hojarasca del relato y pasaré a contarles como terminado ese curso escolar zarpé junto con la que entonces era mi esposa, y en compañía de nuestra recien nacida hija Clara en el ferry de la Compañía Transmediterranea J.J. Sister para pasar el mes de julio en compañía de mis padres que entonces estaban todavía vivos y compartían el domicilio de mi única hermana en la capital canaria. Cuando mi pobre criterio, ayuno totalmente de conocimientos náuticos me dijo que nos encontrábamos a mitad de la travesía entre el puerto de Cadiz y el de Las Palmas, que es aproximadamente el punto del oceano donde se encuentra una ramificación de esa enorme corriente marina de superficie que va de un lado a otro del Atlántico y que se llama la Gulf Stream o Corriente del Golfo, y aprovechando una hora de la madrugada en la que no había casi ningún pasajero paseando por la cubierta que pudiese atornillarse la sien con un dedo mientras me brindaba una mirada de commiseración y una medio sonrisa de conejo, tiré al mar cinco -ya no recuerdo el número de botellas exactamente pero fueron más de dos y no creo que llegaran a la media docena- envases de Anis del Mono, elegidas más que por su sabor por la transparencia de su vidrio que facilitase la identificación del mensaje por parte de un pescador casual, y regresé muy satisfecho a mi camarote para conciliar el sueño interrumpido. He de decir que no conseguí dormir esa noche pues mi mente, empachada de los libros leidos en mi adolescencia firmados por Stevenson o Verne anduvo como un quijote nautico soñando con playas remotisimas donde varara nuestras botellas y por personajes lejanos tratando de descifrar nuestra hermosa lengua cervantina.

Transcurrido aproximadamente un año desde que fueron lanzadas las botellas al mar nos respondieron desde el otro lado del oceano. Un tal Joaquín J. Novoa residente en Miami había encontrado una de ellas cuando pescaba con su pequeña barca cerca de una de las muchas islas que pueblan las costas de esa parte de los Estados Unidos.




Pues, volviendo después de esta extensa disquisición a lo que me ocupaba al principio, y era ésta: ¿Qué sensación me produce esto de escribir en un blog dentro de un espacio ya planetario, en el la masa crítica de escritores pasamos con mucho la masa crítica de todo el sistema solar?. ¿Tropezará este blog mío, en la enorme (hay que ir buscando calificativos que se adapten mejor a las dimensiones de Internet) masa de lectores y escritores que pululan en este medio, se tropezará con algún lector? A pesar de que las posibilidades son muy remotas, la vanidad, por lo menos en mi caso lo es, nos lleva a depositar en esta botella mensajera, que es la red de internet, todas las necedades que el ayuno o el exceso de comida produce en nuestro cerebro desde las primeras horas de la mañana.
Produce hasta frio pensar que estas letras que yo garabateo en mi ordenador pueden ser leídas por un estudiante chino de español en una lejana aldea del interior de la China más profunda. Claro que sucede como en el juego de la primitiva: el premio es tan sumamente cuantioso que todos nos rendimos a la tentación sin pensar en que las posibilidades son remotísimas; pues eso precisamente sucede con los blogs, al final te van a leer los cuatro amigos. En el siglo diecinueve, según cuenta Baroja en sus Memorias, la literatura inglesa y la francesa llegaban con no poca dificultad a nuestras librerías y las traduciciones escaseaban. La primera novela de Baroja tuvo una tirada de quinientos ejemplares y se vendieron con harta dificultad. Hoy, en los Estados Unidos, un escritor de bestselers que no venda arriba de medio millón de ejemplares se considera un fracaso editorial. Claro que también sucede con el papel impreso lo que ha sucedido en internet: el ochenta por ciento de los libros que se venden y que se consumen (que es muy distinto de leer) son de una calidad literaria más que discutible.
Y volviendo al hilo con el que comencé este artículo: Eso ha significado para mí el descubrimiento de esta editorial mundial donde todos tenemos cabida, escribamos más o menos bien y aportemos ideas discretas o necias y sabios consejos o inútiles disquisiciones. Cada mañana abro mi ordenador e introduzco en esta página las pequeñas aventuras que me suceden en mi retiro, con la esperanza -ya lo he dicho- de que algún viajante de la red se pare ante mi puerta y le apetezca asomarse a mi pequeño universo.
La mañana de este primer dia de febrero se ha levantado lluvioso. Como me gusta ver de llover me he subido a trabajar a la biblioteca. De jovencito, en mi pueblo natal, costero y de fuerte climatología atlántica, en esos días de invierno lluviosos y frios, me gustaba irme hasta el Puerto, solo, conduciendo el flamante Austin Cambridge familiar, y una vez aparcado en el espigón de Levante, con los cristales subidos, calefactado el ambiente con el humo del cigarrillo y, prácticamente hundido en la cálida tapicería de paño inglés, ver de estrellarse la lluvia en el parabrisas del coche, todo ello con un fondo de música clásica en la radio estereofónica (que se decía entonces cuando se quería presumir de tener una cierta solidez económica) de la marca Blauckpunt que venía a ser como el "pata negra" de todas las radios. Los grandes petroleros atracados en el Muelle de Poniente se hacían, deshacían y volvían a hacer, dentro de la espesa cortina de agua. En el viejo edificio de la Comandancia de Marina, con forma de barco, se refugiaba esos días el rebaño de gaviotas habitual y se paseaban, bajo la enorme visera de hormigón impacientes y nerviosas. Poco a poco el humo del cigarrillo y mi propio aliento iban empañando el interior de la cristalera del confortable vehículo; entonces apagaba la radio, cerraba los ojos y me quedaba acunado por el golpeteo de la lluvia en la gruesa chapa del Austin. Así eran para mí las mañanas de domingos invernales durante mi accidentada juventud en mi pueblo natal, un pueblo costero y de una fuerte climatología atlántica..¿No lo había dicho?
Y vuelvo a mi presente de jubilata.
Espero que a lo largo de la mañana descanse un poco la lluvia y yo pueda salir a dar mi paseo matinal por el Paseo Marítimo. Si cada día no ando por lo menos cinco o seis kilómetros, no consigo dormir por las noches. Esta característica la heredé de mi padre junto con otros rasgos de mi caracter que me resultan menos agradables.





No hay comentarios:

Publicar un comentario