domingo, 8 de junio de 2014

MARTIN REQUENA IN MEMORIAM


                                                              MARTIN REQUENA IN MEMORIAM


Doña Benita murió soltera y virgen. Por expresa voluntad de su dueña, la crucecita laureada, de plata, pasó al manto de la Virgen de la Antígua de cuyo sagrado lugar desapareció durante las primeras revueltas que asolaron al Pueblo en el verano del treinta y seis.

Yo no sabría decirle a usted, a ciencia cierta, si la Señorita tuvo o no tuvo esos amoríos pues, cuando yo contaba ocho años de edad, doña Benita era ya una anciana de pelo blanco, y casi ciega, que se pasaba las tardes, y hasta no pocas noches, rezando rosarios por todos los muertos de la aldea; sí que tuve ocasión de ver, algunas tardes que acompañaba a mi madre al viejo caserón del boticario, el retrato de un joven militar que me miraba insolentemente desde su amarillenta fotografía; bajo su adusta mirada, la vieja solterona desgranaba rosarios rumiando preces con su boca desdentada; también recuerdo que en la solapa del oscuro uniforme lucía, el joven militar, la cruz blanca del Cuerpo de Sanidad. 

Algunas tardes, la Señorita, me invitaba, con un vago ademán a pasar al interior de su oratorio y me regalaba caramelos de menta cuyas envolturas guardé yo, hasta bien mozo, en una caja de puros.
Otras veces, mientras apacentaba las cabras de mi padre en los riscos próximos al Cementerio, muy cerca del Cerro que decian entonces "del Reloj", yo la veía descender, a doña Benita, con pasos torpes desde una hermosa tartana pintada de azul y dirigirse cogida del brazo del sepulturero, casi tan viejo como ella, a la tumba del descansado de su padre. La tartana azul, pasados los años, terminaría como gallinero en el corral de nuestra casa; ya no debe de existir.

La noche en que La Jesusa vino aporreando la puerta de nuestra casa la aldea entera encendía mariposas y mascullaba oraciones para tratar de dulcificar la agonía de la Señorita. La puerta del corral estuvo toda la noche dando recios golpes, y las cabras, barruntando, sin duda, a la propia Muerte se lamentaban con tristes balidos. Mi madre después de tomar del baúl un crucifijo y un tarro de colonia abandonó nuestra casa en compañía de la partera.Cuando atrancaron la puerta, la campana de la Encarnación tocaba "a muerto", y los lamentos de su bronce viejo y picado iban a morir mismo a los pies del Castillo.

Después de darle tierra a la difunta hubo muchas habladurías en la aldea y sus contornos por ciertas tierras de buen labrantío, y con una vena gorda de agua, que la Señorita, en su testamento, había dejado al Convento de los Franciscanos, los cuales al tomar posesión de la finca despidieron a los antiguos jornaleros empleados por el boticario. El resto de las propiedades pasó a manos de un sobrino del boticario que, después de venderlas, se marchó con el dinero.

El molino de aceite fue adquirido, a buen precio, por el señor don Balbín que, para celebrarlo, pagó al párroco de la Ermita de la Encarnación tres misas por el alma de la antigua dueña y subió los derechos de molienda; mucho tiempo se habló, en la taberna de La Roja del nuevo molinero y de sus malas entrañas; se dieron algunos golpes de más sobre sus mesas y la posadera vendió algunas arrobas más de "jumilla", y de ahí no pasó la cosa; los despedidos de la finca pidieron trabajo en la Yutera, unos lo consiguieron y otros no, y estos últimos marcharon a Pueblo Grande para trabajar en la fábrica de alpargatas. (J.V.D.M.)

Jean Valjean

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