miércoles, 5 de marzo de 2014
Cada pueblo
llega a conquistar, con el tiempo y su paciencia, un mendigo oficial, un
mendigo que ha conseguido convertirse en el icono de esa pequeña sociedad
provinciana que ve reflejada su mediocre existencia en el rostro barbudo y en
las grietas faciales de ese vagabundo que cansado del camino decidió acogerse a
sagrado entre los muros de esa pequeña población costera. El mendigo oficial
tiene ya sus puestos de caza asignados por el Tiempo, sabio en oficios, y de
buena mañana, asienta sus reales a las puertas del Open Cor, donde las monedillas
más modestas hacen su alegre trampolín saltando desde el confortable abrigo de
paño hasta su sucia estameña de saco viejo. Las mañanas de domingo tiene que
acudir a las puertas de la Iglesia pues su imagen literaria que parece como
sacada de un relato de Faulkner le da a la joven ermita cierto marchamo de
vejez, cierta pátina de pintura flamenca pues mi mendigo haría como modelo las
delicias de los pinceles de un Rubens o de un Sorolla por citar sólo a dos de
los grandes. Con el viento de Levante que arrastra la hojarasca otoñal de la
Alameda hacia las alcantarillas el mendigo también se marcha. Nadie sabe donde
pasará ese tiempo, ni creo que a nadie le quite el sueño. Y como las gaviotas,
una mañana soleada aparece dando tumbos por nuestras aceras acompañado de su
viejo y fiel can.
A la
atardecida, con sus bolsas llenas de restos de comida y el tetrabrik de vino en
el bolsillo de su enorme chaqueta, nuestro hombre, acompañado de su perro
abandona el pueblo y se interna por las diversas pequeñas calas que forma
nuestra costa para, seguramente, buscar un refugio donde dormir. Yo, por más
indagaciones que he realizado no he podido sorprenderlo en su intimidad
nocturna, no he descubierto dónde pasa las noches, parece como si se
confundiera con el paisaje o...¿por qué no? su Ángel de la Guarda se lo llevara
consigo a pasar la noche al abrigo de los terribles levantes que azotan
nuestras playas en estos meses invernales.
El perro que
acompaña a nuestro mendigo recuerda remotamente y ayudado por una imaginación
calenturienta a esos lujosos pastores alemanes de grupa caida y mirada noble y
escéptica de profesor inglés que aparecen en los anuncios de comidas para
perros echados sobre un cesped de lujo y acompañado por una familia de alto
standing...De todas formas qué lejos queda nuestro chucho de esta hermosa raza
canina, con su pelambrera levantisca y llena de mordiscos, sus enormes orejas
que han perdido la sincronicidad y se mueven desparejadas como las de un asno
de ropavejero, y con sus andares de anarquica coreografía que oscila entre la del
borracho y la del reumático....Pero, a pesar de su patetica imagen defiende a
su amo con gallardía y tesón. Cada vez que me he cruzado con nuestro mendigo
cuando él regresa por las mañanas hacia el pueblo no me he librado de las
hoscas miradas de su compañero horizontal y de no haber ido atado con una
cuerda de esparto a la cintura de su amo, más de un susto me habría dado el
noble chucho.
Hace días
que el mendigo acude sólo a su cita con la puerta del Open Cor. Y cuando
decimos que acude sólo nos referimos naturalmente que no lo acompaña su perro,
ese deshecho de la raza canina que con no poca dificultad mantenía ultimamente
una digna horizontalidad. Es seguro que ha pasado a mejor vida. Vengo haciendo
conjeturas sobre el final que ha debido de tener el pobre animal. Es posible
que persiguiendo algún sueño comestible se haya lanzado a la autopista a cuyo
borde duerme el mendigo y uno de esos camiones de cuatro ejes le haya pasado
por encima de sus costillas sin tan siquiera notarlo el conductor en la dirección
del vehículo. También es posible que soñando con un festín de huesos cocidos de
ternera haya decidido no despertar jamás y permanezca en esa covachuela que
compartía en vida con su amo y termine convirtiendose en una alfombra de piel
vuelta que nos mire desde el fondo de sus ojos desorbitados como para echarnos
a todos en cara la ingratitud que hemos mostrado con el que llamamos –con
cierta cómoda hipocresía- el mejor amigo del hombre, quizá porque no nos hemos
atrevido a llevar la osadía hasta el extremo de definir cual es el mejor amigo
del perro. Descanse en paz el perro del vagabundo.
(jean valjean)
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