lunes, 25 de noviembre de 2013

Horizontes lejanos en el Apolo (una tarde de cine)

Papá siempre llegaba tarde y mamá (también siempre) se enfadaba; y no era para menos; mamá llevaba ya media hora vestida con su traje de chaqueta oscuro (aquel que se hizo reciclando uno viejo de papá) que llevó en la Primera Comunión de nuestro difunto hermano Pepe. Ese traje era el perejil de todas las salsas en la lata de fotos familiares que guardaba como un árbol genealógico, la memoria (en papel kodak) de las tristezas y alegrías que desde la calle Fajardo Martinez donde nací yo, hasta la de Comandante Baro Alegret, en cuyos retretes (¡teniamos dos! como en las casas de respeto) me fumaría yo mis primeros "predilectos de reyes" (que de malos hubieran vuelto republicano al mismísimo don Pelayo) escudriñábamos mi hermana y yo en las tardes de invierno abrigados por la mesa camilla y una taza de chocolate.Cuando mamá llevaba ya más de diez minutos sin andar la faja le daba el abrazo de Fávila (mejor dicho: del oso de Fávila) y le ponía el vientre al borde de la expulsión de gases. Mi hermana y yo, también vestidos de domingo haciendo honor a los diez años que contaba yo y a los cinco que tenía ella, navegábamos en nuestro autismo infantil fantaseando con las musarañas de la atardecida. Mamá de vez en cuando, conteniendo los nervios me enviaba a la esquina de la Imprenta Imperio (que hacía de proel en la avenida) a ver si había salido ya la gente del futbol, del campo Alfonso Murube (prócer de mi pueblo que nunca procuré saber quién fue y qué cívico acto lo llevaría a que estamparan su nombre en el frontispicio(*) de tan modesto estadio que a mi me recordaba (las pocas veces que me llevaban para tratar de inculcarme una afición que ahora a mi vejez todavía no tengo) aquellos campos de futbol de las peliculas españolas de posguerra a los que acudía Toni Leblanc con su carita de ladrón bueno seguramente que para estafar a algún catetillo de aldea (véanse al Landa o al Lopezvazquez de turno) y para que nos desternilláramos de la risa en el patio de butacas.
Al final, como cada domingo aparecía papá con mis hermanos mayores por la esquina de la Caja de Ahorros donde sentaba plaza el carrillero Bernardino que cada hornada competía con Pepe el del Barco por ver cual de los dos le servía a la clientela del Cine Terramar las pipas de girasol más gordas y mejor tostadas. Mi madre se hacia la visible al borde del asfalto de la carretera y con la mano en alto le regañaba por señas a mi padre que al verla aceleraba el paso con los hijos mayores vestidos de caqui como dos lebreles de Carlos IV en las Tendillas donde cazaba.
¡Que si mujer, que si....! -era la letanía, el dominusvobiscum con el que papá se incorporaba a la tribu familiar al tiempo que le entregaba la americana y tomaba la manivela para arrancar al Forito que era el nombre cariñoso con el que se conocía en la casa al grande y cubista Ford A que papá comprara en una subasta en la ciudad de Tanger, subasta que ponía al alcance de las economías de los empresarios más modestos toda la ferretería ambulante que iba caducando en la cochera oficial de la Embajada de los "usa" en Marruecos (hacia muy poquito que había dejado de ser Marruecos Español). 
En el Café Colón merendábamos churros con chocolate. A mí me gustaba mucho hacer monigotes sobre los vidrios empañados de sus grandes puertas de dos hojas. El otro espectaculo que atraía mi atención era el paseíllo del camarero con su bandeja en frágil equilibrio que practicamente volaba por sobre las cabezas de la clientela. El que mejor hacia este baile tipo sirtaki griego era un camarero al que decían el Chipé, porque siempre que le preguntaban como estaban los churros (o cualquier otra mercadería incluida la salud de su esposa) respondía "chipé" que se supone quería decir: inmejorable o muy bien.
En el cine si no nos tocaba columna que mi padre siempre se la adjudicaba a sí mismo para que el resto de la familia pudiera ver los besos que recibía la "greis kely" o los puñetaños que daba "clar gueibol" sin padecer esa noche un insomnio por torticolis...Si no ocurría eso, la pelicula discurría en paz y tranquila pero con la columna dentro de nuestras entradas las dos horas de estancia en el cine incluido el nodo era una tortura para mi padre pues andaba constantemente moviendo la cabeza y las toses roncas del espectador de atrás nos hacía temer el estallido de una tormenta.
A ustedes les parecerá una tontería pero el momento más agradable para mí venía a ser cuando a la salida del cine mi madre me forraba toda la cabeza y sobre todo la boca y nariz con la bufanda de mi padre que olía a tabaco y a colonia macho que mezclado con el suave aroma de la lana me adormilaban sobre el asiento trasero de nuestro viejo Ford A.
Cuando el viejo Ford sale del Paseo de la Marina y enfila el "...de las Palmeras", completamente solitario a esas horas de la noche, y con el vendedor de garrapiñadas recogiendo los restos de su negocio dominical, veo, con estupor (pero por lo visto soy el único testigo de tan maravillosa escena) mientras mi hermana duerme, mi madre se pelea con la faja y mi padre le habla al forito, que era (ya lo he dicho) el nombre de pila del coche veo, digo, la bíblica estampa de Paul Newman en el papel de Billy el Niño en la pelicula El Zurdo, que está agonizando sobre los pilares que sostienen el edificio donde se encontraba los Estudios Fotograficos Ulzurrun sobre un bazar indio donde se compraban las estilográficas Hurricane al mejor precio. En la acera de enfrente, se baja de un brillante y negro Cadillac, la esbelta figura de Bette Davys que con una botella de burbon en la mano y arrastrando, como solo ella sabía hacerlo (¡bueno! y la otra, la que recibio el tortazo en cimenascope de Glenn Ford) el trocito de piel de visón que cubría estando sobria sus hombros blancos dignos del cincel de Fidias. Pero Billy el Niño, no puede verla, acaba de ser ejecutado por Patt Garret y no le puede contestar pues se ha derrumbado ya sobre la persiana que cubre los escaparates donde duermen las gollerías de importacion.
-Niño...¡no te hurgues la nariz!. Paco. Dale tu pañuelo a este niño que está siempre pensando en las musarañas.
¿No lo decía yo?
(*).- P.D.: Después de terminar mi artículo he consultado los libros y he conseguido averiguar que se trataba del futbolista Alfonso Murube, nacido en Utrera (Sevilla) en el año 1913 y fallecido en combate en abril de 1938 durante nuestra última guerra civil...¡¡¡qué más da en qué bando luchaba!!! era un español más de todos los que murieron. Vale

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