domingo, 24 de noviembre de 2013

De tí....,ni tu nombre





En cambio, de tí.., ni tu nombre.
Anoche, en el Clásic entraste en la pista como un torbellino. Eras, querida amiga, el cometa Halley con pantalones de pana y camisa de tirantes que a intervalos regulares pasabas por la orilla en la que yo, sentado, consumía el dulce Bayleys que me acababa de servir nuestra hermosa y joven camarera, Ana: el Angel de la Noche. Tú, rapidamente desaparecías en la vorágine de la musica y como un derviche sumergido en una nube de agua de colonia girabas por toda la pista convencida de que tú eras la única habitante de aquel foso iluminado. Una de tus amigas (luego me dirás que estuvo trabajando hasta muy tarde) mientras se columpiaba en el ritmo de la musica movia la cabeza como si buscara una esquinita en el aire para echarse una siesta. Los movimientos que hacía para buscar aquella pequeña almohada del aire le daba a ella también un aire de sensualidad que a mí, adorador de la mujer no se me podía escapar.
Pero vuelvo a tí...la innombrable...¿te puedo llamar circunstancialmente Eugenia? ¿Sabes? Me recuerdas a una novia de mi adolescencia que bailaba de esa forma enloquecedoramente bella como lo haces ahora tú y que se llamaba así, Eugenia que significa (lo acabo de buscar en Google) la de noble nacimiento. Yo, con tu licencia, te llamaré, a partir de esta linea con ese nombre.
Al principio creí, Eugenia, que ibas un poco bebida. No creas, la otra Eugenia, la de mi adolescencia también solía achisparse de lloni ualker cuando saliamos la pandilla de Magisterio a bailar por las discotecas de Ceuta las canciones de Nino Bravo y de los Cinco Latinos. En honor a su femineidad, te diré, Eugenia que al primer uiski ya iba sobrada, no necesitaba más.  Yo también creí al principio que el alcohol era tu maestro de baile pero cuando observé que tu segunda consumición se reducía a una tonica sin ningun tipo de añadido alcoholado, pensé en la segunda explicación para aquella carrera en circulo que habías emprendido por toda la discoteca: que acababas de separarte de un marido plasta (por decirlo con cierto confort amable) y estabas saboreando los primeros instantes de tu libertad recobrada. Al final no había nada de eso y era simplemente tu forma de bailar de "expresarte" como diría un cursi postmoderno.
Yo, Eugenia, no te quitaba ojos de encima y tú, con la eterna coquetería femenina me mirabas por el rabillo del ojo para asegurarte de que ese admirador te era fiel, y en cambio hacías como si ignoraras mi presencia; esta complicada coreografia te obligaba a abandonar de vez en cuando el timón de tu nave y tropezabas con los demás. Una de las veces te llevaste por delante de tus caderas a un joven bajito (incluso más bajo que tú) y risueño que al sentir en su bajo vientre el golpe de tus nalgas forradas de Levys se pensó que tú ibas a por rolex (o sea igual que él) pero enseguida se dio cuenta de que no, de que tú no ibas a por rolex ni con él ni conmigo ni con nadie sino que ibas a lo tuyo; esa indiferencia que mostrabas ante el pegajoserío machista que mostrábamos me hizo enamorarme de tí con más fuerza, pero mi timidez me impedía acercarme hasta el remolino en cuyo centro reinabas, aquel soberbio maelstrom de pana perfumada.
Una de tus amigas (tan guapa como tú) se bajaba de vez en cuando el pliegue de su camiseta para descubrirse el hombro. Ese gesto cuando es espontaneo, a los hombres nos enloquece pero pierde todo su encanto cuando vemos que es un movimiento impostado. En cambio, en tu caso, Eugenia, era completamente natural y hasta ignorado por tí. El arco iris bicolor de las tiritas de la camiseta y de los sujetadores se te deslizaba por el hombro y tú que no te habías dado cuenta seguías bailando y (ahora sí) deslizando sobre mis ojos sedientos de amor una de tus miradas, de las pocas miradas que pude arrebatarte anoche. El hombro de una mujer, Eugenia, es uno de mis lugares preferidos para reposar mi cabeza por las noches; ese cálido valle de terciopelo beige que se acuna entre el hombro y el cuello es la pista de aterrizaje ideal para mis besos...el tuyo, anoche, no me habría cansado de visitarlo. Al final hube de conformarme con las miradas. Por si no lo sabías, Eugenia, te diré que el lenguaje de las miradas es el más expresivo de todos los medios de comunicación.  Te haré una confidencia ahora que no nos lee nadie: la mirada de una mujer es lo que me hace más llevadero el trayecto hasta la ciudad en el ciento sesenta, un soberbio Man Diesel de trescientos ochenta caballos que me transporta cada mañana hasta la Facultad de Bellas Artes.
Cuando se me terminó la copa le pedí al camarero que sirve las mesas (que gasta hijo estudiante también de Bellas Artes) le pedí que me sirviera otro baileys y lo dejara en mi mesa como señal de posesión o de ocupación (no quería perder ese avistadero desde el que te contemplaba muy a mi placer) y me tiré a la pista a ejecutar esas pisadas de ganso torpe a las que yo en un exceso de optimismo le llamo bailar. Eugenia, ¡hija!, era imposible seguirte, así que decidí colocarme en una esquina de la pista como si fuera un jarrón chino y esperar a que tu trayectoria se acercara lo más posible a mi órbita para decirte al oido alguna nimiedad amable que sirviera para enhebrar una conversación de esas que llaman conversaciones de discoteca y que se reducen a un intercambio de obviedades y de frases hechas y que al final se reduce a dictarse uno a otro sus respectivas partidas de nacimiento intercaladas con algunas metáforas picantes (por parte de él mayormente) con mayor o menor éxito. Al principio pensaba decirte que ibas peinada (lo que era cierto) como Maria Dolores Pradera, con ese peinadito de niña respetable de Colegio de Monjas caro y que gasta padre ejecutivo con sueldo de muchos ceros y que con su faldita a cuadros y sus zapatos de colegiala baila rock and roll al ritmo de Jerry Lee Lewis en el patio del colegio cuando no la ve la madre Superiora que gasta silbato de arbitro enfadado y bigote a lo general pavía, pensaba decirte Eugenia querida eso pero desistí porque además de demasiado extenso para soltarlo en uno de tus pases vertiginosos por mi orbita lo deseché por demasiado literario; lo demasiado literario Eugenia se sale siempre de lo literario y cae en el panfleto, lo dijo un tal Baroja que si algún día te ligo (lo que cae dentro del terreno puramente imaginativo) ya te diré quien fue. ¡Adieu mon amour!

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