lunes, 25 de junio de 2012

Lagartijas de Leitariegos

Cuando el Mistral llevaba unos cuatro kilometros ronroneando la subida al Puerto de Leitariegos, (que es o era el paso obligado para ir desde el Reino de Castilla hasta el Principado de Asturias) me sorprende el gratificante espectáculo de una fuente cuyo caudal no bajaría de unos diez centimetros de diametro de una agua finísima y clara, como suelen ser las aguas de todas las tierras altas. En ella me he detenido para fregar toda la vajilla sucia desde la última comida y para, una vez realizada la cotidiana higiene del pequeño habitáculo, volver a reponer en el depósito el agua consumida. Cuando se vive sobre cuatro ruedas -como es el caso del viajero- el agua es un elemento fundamental, primitivamente necesario….Eso, y el encontrar lugares frescos y sombreados cuando nos llega el verano, que en las tierras por donde discurre nuestro quehacer es duro por demás son las preocupaciones que el vagabundo lleva en la cabeza cuando va al timón de su pequeño yate de quilla seca. Al principio, el vagabundo, víctima de la bisoñez más evidente tomaba el agua en las gasolineras pero cuando la arenilla acumulada en muchos depositos de agua de gasolieneras le rompió un par de bombas aprendió a tomar algunas precauciones elementales y El Mistral se lo agradece no frecuentando los talleres de reparación más de lo estrictamente necesario. Mientras fregaba los platos he estado observando a cuatro o cinco lagartijas que, indiferentes a mi cercana presencia, tomaban el calor que sin duda desprendía una enorme laja de pizarra negra desprendida de la montaña y que cerca del manantial había venido a caer, y sobre cuya laya (¿laja...laya?) se despamarraban estas lagartijas como otras tantas señoritas de balneario decimononico. Parpadeaban lentamente como jubilados de plaza mayor, y una de ellas, la que parecía por delgada más joven me recordaba la cara del actor Jose Isbert cuyas facciones de mamifero prehistorico me fascinó desde sus primeras peliculas y siempre que lo veia deambulando por la cinematografica Gran Via me recordaba a una tortuga triste. Las lagartijas -y los lagartos- son unos animales que gozan de mi más tierna simpatía. La atracción que siento por estos pequeños vertebrados, que nunca me han inspirado temor alguno, creo que se la debo a uno de mis vicios más precoces…la lectura. Respecto a esta afición cervantina por la lectura debo decir que según me contaran luego mis mayores, siendo yo apenas un pellizco de vida de algo menos de un año…mi madre, cuando debía atender a necesidades más perentorias de la casa, dejábame en compañía de mi hermano mayor, el cual, para que yo lo dejara tranquilo de preparar sus temas de Oposiciones me daba como juguete viejos textos del bachillerato ya caducados. Y así, mientras mi madre metía en remojo los garbanzos para el condumio de la tribu, y mi hermano, el pobre, se embaulaba (¡sin anestesia!) los cuarenta o cincuenta temas de Derecho Administrativo, yo, muy tranquila pero reciamente iba arrancando una a una todas las hojas del infeliz incunable que esa tarde había caido bajo la guillotina de mis tiernos deditos. Parece ser que el tiempo empleado en arrancar una hoja del desdichado libro era tan extenso que con un solo libro de Geografía de Primero tenía mi hermano para distraerme casi todo el mes….El paso de arrancar las hojas a leerlas creo que también fue precoz y también tuvo como colaborador necesario a este hermano mayor, lector impenitente de Lajos Zilahy y Somerset Smaugham que fue el que me regaló mis primeros libros libros de lectura..ocho ejemplares de la Editorial Molino y escritos nada menos que por Emilio Salgari. No…no me he olvidado de las lagartijas. Verán: Una de aquellas largas tardes de estío en la que mi hermano trataba de memorizar recitando en voz alta el Recurso de Alzada y el Recurso de Casación, y cansado de mis pequeños serruchos papirófagos, puso entre mis manos un pequeño recipiente cerrado de vidrio en cuyo interior, acompañada de una mosca entontecida trataba de arañar y de romper su encierro uno de estos animales, una pequeña lagartija. Mi hermano las cazaba para entregárselas a un joven estudiante de bachillerato que, una vez muerta era sometida a todos los angulos de su bisturí y microscopio. A partir de aquel día me pasaba las horas extasiado delante del tarrito con la joven prisionera. Más adelante, entrado ya en la adolescencia llevré siempre conmigo una lagartija encerrada en una cajita, y hasta mi temprano exilio al Internado de Cadiz será mi mascota en los examenes del instituto, lo que despertaba la simpatía del profesorado (Véase al respecto: Psicoanalisis de un pesimistima compulsivo aún por escribir). Aprendí a dibujarlas, las modelé en barro, y la letra S, que de una forma tan perfecta imita el trazo dejado por estos animalitos en su caminar fue mi preferida de todo el alfabeto. Pero la fascinación total hacia estos paréntesis vibratiles de vida me vino cuando encontré en mis primeros libros "de hadas" la figura del dragón que viene a ser algo así (y plagiando descaradamente a Gila) como una lagartija cabreada vista a través de una lupa. ¡Qué magica pocima habia hecho posible que los soberbios dragones comeprincesas pudieran estar ahora al albur de un travieso niño de cuatro años, tratando de pasar la hora de la siesta torturando al hermano pequeño de uno de aquellos rajacastillos que por un quitame aca esas pajas soasaba con su caballo puesto al cursi caballero empaquetado en hojalata que sin pedirle permiso venia a importunarle a las puertas de su covacha cuando él, pacificamente, estaba entregado al sano deporte de degustar las sutiles ancas de la pricesa de turno-....¡vamos! toda una lata oigan. Yo, cuando mi hermano, extasiado con la prosa latina de Cicerón, se olvidaba de mí, metía en el recipiente uno de aquellos palilleros "de mojar" y con la puntita de la plumilla despertaba las iras de la pequeña sabandija que retorcia los ojos como Jean Paul Sartre (pronunciese "sajtr" que queda muy "gauche divine") a cada empellón cubriendo su piel prehistórica con lunares de tinta china. La lagartija tenía las horas contadas si no fuera porque mi madre venía a interrumpir aquel sadico dialogo entre el pobre bicho y yo. -¡Paquitooooo! -esta era mi madre gritando desde la escalera- ¿te bajo ya el café? Y Paquito, descendiendo de la lirica nube de la prosa ciceroniana y espantado de la crueldad desplegada por su tierno hermanito me gritaba a su vez.... -Pero.....¡niño! ¿que le haces al pobre bicho? Y después de quitarme la soberbia espada caligráfica me daba un tortazo en mi manojito sonrosado de dedos. A traves de las turbias lagrimas me parecía ver como se reia la lagartija y hasta me imaginaba que me hacia un corte de mangas. De todas formas eso no ha enturbiado ni un ápice el amor que siento por estos pequeños y cinematográficos seres. Vale.

Jean Valjean (escritor)

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