viernes, 26 de noviembre de 2010

Segundas Crónicas de Allí





































1900

Aquella Primavera de principios de siglo se recuerda en el pueblo de Allí por tres notables sucesos de losque la tradición oral de mis entrañables allineros guarda recia y entera memoria. Uno de estos sucesos fue la llegada de los primeros "Hispano-Suiza" que circularían por sus calles durante la primera mitad del recien estrenado siglo. Se trataba de los primeros vehículos de lujo que la famosa fábrica de automóviles enviaba desde Barcelona hasta nuestras cálidas latitudes del sur. ¡Ay!...Aquellos tiernos descapotables con ruedas de bicicleta, con dos grandes ojazos de hermosa perplejidad como lucían a ambos lados de su afilado morro, y con su capota, aquella capota de lona de color café con leche que sus dueños, a la que caían cuatro gotas desplegaban rápidamente, y que un aire tan de excursión y tan de campiña les daba a estos cochecitos, cuando parloteaban -¿quién sabe con quién?- con sus grandes cilindros de acero por entre los espesos pinares que coronaban -todavía lo coronan- el draconiforme istmo de nuestro querido caserio. Fueron tres -si no le fallan a este pobre cronista, los forros de la memoria- los vehículos que, mandados traer por riguroso encargo desde (reiteramos) su Fábrica enBarcelona fueron desembarcados en el Muelle de Poniente aquella mañana del veintiocho de mayo de 1900.



Uno de ellos fue adquiridopor el Cónsul de uno de esos exóticos paises perdidos bajo los monzones, de nombre (el pais, naturalmente) enrevesado, gangoso y algo musical. Otro fue mercado en la franquicia del Puerto por el doctor Arenas que llegó a coleccionar con el tiempo hasta cuatro modelos distintos de Hispano-Suiza, y el tercero fue a parar a manos del Práctico del Puerto que llegó a tenerlo de limpio como las propias rosas después de una lluvia. Llegados a este punto tenemos que hacer constar de forma clara y precisa para el mejor entendimiento de nuestros futuros historiadores que cuando el Práctico murio del Cólera, -ladel 18 que fue de las más mortíferas- su viuda se lo vendería por seis mil pesetas (¡No se crean...! en aquellos tiempos era un potosí!) al taxista Pascual, que pensaba destinarlo al servicio de las bodas de alto pedigree con –naturalmente- una sustanciosa tarifa especial, pero que al comprobar el excesivo consumo en las "cuestas arriba" se lo traspasaría por el mismo precio al panadero Hassán, que lo legó en testamentaría (según reza pertinente documento con sus correspondientes pólizas al dorso eso si, algo amarillentas ya que este cronista ha calentadoentre sus artrósicas manos y que se encuentra depositado en laNotaria de don Francisco Avila, calle Teniente Ruiz, Segundo Principal) para su yerno, Ahmed Idris, funcionario de laAdministracion Indígena. Y aqui, justamente aquí, mal que le pese a este cronista, se nos pierde la pista de este tercer Hispano-Suiza que en tan señalado día había arribado a nuestras...(disculpen la insistencia del adjetivo) nuestras cálidas playas. Por cierto, ¿sabían ustedes que su verdaderamarca era "Castro?

                                                                                  

El segundo hecho histórico (y el orden, puedo asegurárselo a ustedes es totalmente arbitrario, accidental) que ocurrió en la Villa costera de Allí, aquella lejana Primavera de 1900, el mismo día en que llegaron los "hispano-suiza" fue un eclipse total de sol; el primero del año, del que, como era de esperar, se hizo eco toda la Prensa nacional. Los periódicos locales de la épocatambién dieron cuenta de tan planetario suceso. El "Heraldo de Allí”, por ejemplo, que junto con "La Tribuna Allinera" serán de las pocas instituciones del pueblo que se salvarán de la locura pirómana del 36 nos lo explica la mar de bien: "Mañana, 28 de Mayo tendrá lugar un eclipse total de sol. La Luna, ocultando al sol durante quince minutos y veintinueve segundos, proyectará sobre nuestro país una sombra de ochenta kilometros". Y pasa luego a dar unas pormenorizadas explicaciones sobre la incidencia de tan popular fenómeno en las demás latitudes de este planeta azul, (incidencias de las que este cronista por reiteradas y monótonas les hace natural dispensa) extendiéndose a continuación en todo un recetario de leyendas, hechizos, brujerías, consejas yconsejos que el hombre a lo largo de los siglos ha ido tejiendo...(¡anda...que...también la frasecita!) referidas a este fenómeno de la Naturaleza. Terminaba el pedante articulillo conuna más que completa Miscelánea sobre los mil y un artilugios de fabricación casera todos ellos con los que se podía observar el fenomeno sin riesgos de quemarse la propia retina. (*)


Las reacciones que el Eclipse despertó entre nuestros paisanos fueron de las más variadas y hubo, como vulgarmente se dice, "para todos los gustos", desde el religioso fanático y ultramontano -bichito que nuestras meridionales latitudes cría con mayor abundancia de la que sería deseable y que aprovechó el evento para presagiar ¿cómo no? otro fin del Mundo, éste de ahora (¡faltaria más!) más cruento, más devastador y más total y más todo que todos los fines de Mundos anteriores que en el Mundo habian sido. Desde ahí hasta el más hedonista (y hasta cierto punto con un mayor sentido práctico) de los allineros que, cuando gozaba de buena hembra, pasó todo el dia en la cama (por lo que pudiera barruntar) calladito y haciendo eso que hicieran Adán y Eva entre las espesuras verdes del Paraiso y tan mal sentó por lo visto a los de Arriba, pasando por el pardillo de turno que pensando en el después de la cósmica catástrofe, (y teniendo fe en la existencia de ese después, que ya es tener) comenzara a esconder sacos de azucar y de café en los sótanos de su comercio, esperando forrarse, el muy bandido, con el alza deprecios que la escasez y el hambre indefectiblemente habían de traerle. Ya les digo que hubo para todos los gustos, hasta los suicidas, que no faltan en estos casos, aunque en el pueblo, (gracias sean dadas por ello no se dio ninguno) de los que dio cumplida cuenta la prensa sensacionalista que por aquellos principios de siglo ya comenzaba a hacer furor en las mesas camillas de los más adinerados domicilios de la Calle Mayor.



Y junto con estos dos sucesos, magnificados en la lexicografía popular de Allí con refranes, dichos, muletillas, sentencias... (de las cuales las más de ellas han naufragado ya en los mares del olvido) ocurrió otro evento que por sí solo ya hubiese bastado, de tener otro fin que el que tuvo, para grabar, nunca se sabrá si con letras de oro o de sangre) el nombre de Allí en los analesde la historia bélica mundial, pero que no obstante siempre quese recuerda es felizmente hermanado, con los dos anteriores. Fueello el intento (estuvo en un tris de conseguirlo pero Dios no lo quiso) el intento de don Lamberto, ilustre allinero de rancio "pedigree" de echar para siempre a los oscuros fondos del Estrecho al "Albany" (ellos, los americanos, dicen "jálbani" que también son ganas) un Crucero "llanki" que en compañía de otras dos fragatas de menor porte y llenos los tres a rebosar de marinos y cañonescruzaban tan pacíficamente como pueden hacerlo estos barcos, lasdulces aguas de la jurisdicción allinera en ruta hacia Puertos de Levante. Claro que el eclipse total de sol y la llegada al pueblo de lostres primeros lujosos vehiculos a motor, hubieran pasado desapercibidos de no ser por las ínfulas belicistas de nuestro querido paisano que con su gesta grabó en el libro de nuestra historia, y en las memorias de sus paisanos los tres hechos, como ya hemos dicho, felizmente hermanados.


Otros sucesos ocurrieron en la Villa por los meses aquellos de principios del siglo, pero que expulsados de la literatura popular de la Villa, duermen el sueño de los justos en los amarillentos pliegos de la Hemeroteca Municipal. Por ejemplo: Agustina Iglesias Otero, aquella galleguita de carnes dulces y ojos dealmendras, que ya había dejado de ser por ese principio de siglo, La Pitusa, para transformarse, desde los lujosos y cosmopolitas escenarios del Folies Bergere, en la Bella Otero que tantos (y tan aristocráticos) sesitos volvio locos con su figura por todos los más ricos salones de Europa- anduvo, lo que se dice en un tris de cantar sus bellas romanzas para el círculo melómano “La Unión Musical Allinera”. El Teatro Apolo de Allí, el Antiguo (el Nuevo Teatro Apolo que abriría sus lujosas puertas en la Calle Real, allado del Casino de los Oficiales no era aún ni un proyecto de proyecto) hizo "arduos esfuerzos” (copiamos literalmente de laprensa de la época) para ofrecer al distinguido público allinero, el deleite auditivo (?) de los bellos trinos de la sin par Bella Otero" pero no pudo ser; se quedaron compuestos y sin novios, ¡vamos! se quedaron "a verlas venir" los nuevos cortinajes que se habían comprado para recibir a la diva, los dorados palcos que no veían una brocha de pintura desde que el General Prim tomara Tetuán, las celestes tapicerías recamadas de finos bordados en plata y oro, y los rollizos angelotes rubios (dos; uno por cadaquicio) que daban entrada al Palco Real y costaron cada uno deellos un potosí (otro).
Después de la fatal negativa de la Otero a cantar en el Antiguo Apolo, negativa que tanto dolor espiritual costó a los melómanos de Allí y tanto dolor crematístico al empresario del teatro, (si bien, ello le sirvio a Salomón Benoliel, para reponer toda una partida de gramófonos que vendió por aquellos días en su tiendecita pequeña y oscura que regentaba frente al Gobierno Civil) después de todo esto llegó al pueblo, quizas para consolar al vecindario de la tan amarga experiencia anterior, la CompañíaIbérica de Cinematógrafo: ESE, que sobre un telón blanco en los salones del Hotel Continental proyectó varios filmes que hizo soltar a los presentes chispas de sus manos de tanto como el propio entusiasmo les hizo aplaudir. Todavia algúnviejo allinero que entonces era un niño de muy pocos años, se acuerda de como Marcelito, el niño de los recados de la Joyeria La Imperial, se marchó con los del Cinematógrafo para no volver más al pueblo.



(*).- En la foto a pie de página del periódico consultado por este cronista se ve un grupo de horteras y de comerciantes elegantemente ataviados con pajaritas y mandiles blanquisimos, puesta la una mano en la cintura y con la otra mirando al techo del Mundo con uno de esos artilugios (los hay de muy diversostipos) clavado en un ojo.




Jean Valjean,










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