viernes, 3 de septiembre de 2010

Cartas desde El Mistral


En Migné (Francia) a bordo de El Mistral, 29 de Agosto del año 2010

Amigo Juan Carlos:
Como podrás comprobar por la fecha de mi crónica, esta vez “se me ha pasado el arroz” en mi entrega para ese tu entrañable periódico en el que le has dado generoso refugio a este grafópata empedernido y a veces escritor Jean Valjean. Sólo sabré decirte que el retraso no se ha debido a ninguna causa digna de ser mencionada en estas crónicas, de manera que sólo puedo achacarla a la fascinación que ha producido en mi persona la vuelta a un país como éste, de Francia, del que mis pellejos no sabían nada desde hacía más de cinco años, o sea desde que falleció mi mujer.
Es el caso, amigo Juan Carlos, -y entrando ya en materia narrativa- que hará un par de semanas pasé desde las tierras de Navarra, bajando y subiendo puertos por los valles del Roncal a las de Francia, eso es al Pais Vasco francés con la intención de recorrer una vez más las costas atlánticas hasta la Bretaña y la Normandía pues mi enfermedad me impide vivir durante el verano en las cálidas costas del sur del mediterráneo y he pensado, por ello, en buscarme algún refugio por estas latitudes (en Arcachón fue donde se refugiaron Dalí y Gala cuando los nazis entraron en París por el Arco del Triunfo, y no sé por qué se me ha ocurrido esto ahora) donde el frescor de sus playas me hagan más soportable esta enfermedad que la vejez me ha traído. Ese era mi proyecto, pero….¡mi gozo en un pozo!, pues la población veraniega de todo el territorio ribereño que se extiende desde Biarritz hasta el puerto de Calais pegado ya a Bruselas, y desde la última vez que estuve por estas tierras, en vida de Conchi, esa población estacional, sobre todo francesa y británica, se ha multiplicado por diez, y, como dice el castizo, esto ya no es lo que era. Yo, como tú ya habrás sabido deducir por mis escritos, soy una persona al que el exceso de densidad humana -sobre todo cuando entra en la calidad de masa, masa humana- le hace poco bien a su equilibrio sicológico, ¡vamos! que lo lleva bastante mal. Soy -¿qué quieres?- algo así como un lobo estepario que lee. Así que sin pensármelo dos veces, kilómetro a kilómetro y oyendo mi version audio de El Quijote en el equipo del coche, me he venido hacia el interior de este pais hermano y vecino nuestro. Esta crónica la he comenzado a escribir (después de haberme desayunado una tortilla de patatas y una taza de chocolate con dos croissantes) en el pueblecito de Migné donde he corrido las cortinas de mi autocaravana esta mañana para ver de amanecer Dios por encima del campanario de la Iglesia que, puntual a la cita daba ya los campanazos de rigor. Para que te hagas una idea de donde estoy: si Francia fuese una circunferencia Migné sería su centro, así que me encuentro en el interior del interior de Francia, y se nota la diferencia con la costa atlántica y turística, no ya en el paisaje pues a este pais lo ha cubierto Dios en toda su extensión de un verde y tupido manto de cesped y de árboles. Me refiero en el aspecto sociologico y otros conceptos terminados en ico. Para percibirlo sólo es necesario, tomar el cuaderno de notas y la estilográfica (ya sabes: la Parker 51) y pasear despacio por cada uno de esos mercados semanales que se forman en los pueblos -también de España- de una ciudad de la costa atlántica y otra del interior. La costa, demandante de mano de obra de servicios y poco cualificada ha sido receptora de un fuerte contingente de emigración cuyo sobrante ha tenido que acudir al socorro de montar su chiringuito en el mercado semanal, así que han desvirtuado mucho el concepto del viejo mercado semanal de la Francia rural de la época de por ejemplo De Gaulle y de ahí para atrás. En los mercados semanales de estos lugares que te digo se ve mucho calcetín de oferta, mucho reloj, mucho chandal, más o menos a lo que yo estoy acostumbrado a ver todos los miércoles en la popular barriada de Huelin en Málaga.Por el contrario, en el mercado -por ejemplo- del sábado (Le Marchè du Samedi) en Chauvigny, muy cerca de Poitiers, se encuentra todavía ese aire de mercado rural. Puedes ver a nuestro querido amigo Bernard Michaud, (pronúnciese: “michó”) granjero de Saint Poligny, que, cubierto con su traje “de domingo”, untado el pelo con sus pringues más olorosas, y subido a bordo del viejo Citroen y llevando como copiloto a Madame Michaud, se viene a echar la mañana a la “gran ciudad” de Chauvigny y, de camino, a mercar un par de rollizas ocas con las que hacer ese sabroso foigras que nuestro amigo Michaud hace como nadie. En el momento que pueda se escapará de los brazos de su oíslo y se marchará a catar el vino joven que su vecino el señor Truffaut (aquí léase: “trufó”) ha traido al mercado, o irse a apostar algunos euros en el juego de bolos que se organiza cada sábado, debajo de la vieja olmeda, junto a la iglesia. Madame Michaud aprovechará la efimera liberación conyugal para charlar con una parienta lejana que vive cerca del Cementerio y de camino echará algunos rezos y peinará algunas flores en el nicho de su pequeño Marcel que murió como soldado en Argelia a la edad de dieciocho años. ¡Lo reguapo que era su Marcel, y como suspiraban las muchachas de Saint Poligny el dia que llegó al pueblo la noticia de su muerte ocurrida en un aduar cerca de Orán. Madame Michaud lleva años luchando contra el Ayuntamiento en un contencioso para que incluya el nombre de su hijo en el monumento que hay en el pueblo, ese que dice: Saint Poligny a ses enfants morts pour la Patrie, con dos listas de nombres: los fallecidos en la guerra del 14 y los muertos de la Segunda Guerra Mundial. Pero aún no le ha venido ninguna respuesta desde París. En fin, amigo Juan Carlos, ya sabes aquello de:…Dios te dé pleitos y los gane…..¿No?
La primera ciudad que visité cuando salía huyendo de la masa de veraneantes fue Burdeos. Burdeos es una ciudad grande, enorme, pero como ha ido creciendo poco a poco su perfil estético y su humanidad no ha padecido carencia alguna. Sin temor a equivocarme creo que es una de las que más se parece a París. Haciendo honor a los vinos de los que es denominación de origen, esta ciudad ha ido envejeciendo con bastante nobleza y dignidad. Sólo su casco histórico es ya de unas dimensiones más que notables pero es que la parte moderna ha crecido, como te digo, lenta y sabiamente no como algunos desagradables ejemplos que tú y yo conocemos de nuestro pais, y que también los habrá de haber en Francia, ¿por qué no iba a haberlos?
En Burdeos estuve visitando el Centro de Exposiciones Jean Moulin, donde se ofrecia una colección de fotos y de películas sobre el Movimiento de la Resistencia contra la invasión nazi…¡interesante! Una de las empleadas que hablaba algo de español me sirvió amablemente de cicerone. Me ha quedado para visitar una próxima vez el Mercado de Libros Viejos de la Place des Capucins, al que -dicen- acuden cada domingo hasta los que no leen, por ver y dejarse ver. De todas formas, como pienso repetir mi visita a Burdeos (me queda por recorrer el Burdeos que vivió y dirigio como alcalde el ilustre Michel de Montaigne autor de los “Ensayos”) te prometo una cronica más detallada de esta interesante ciudad para próximas entregas.
Desde Saint Jean d’Illac, que ha sido el pueblecito donde aparqué el Mistral para acercarme a Burdeos en autobús, me he dirigido hacia el este con la idea de atravesar Francia de oeste a este pasando por Poitiers hasta Chauvigny adonde llegué hace cuatro días y en cuya Laverie hice por unas cuantas monedas mi colada con toda la ropa sucia que llevaba debajo de mi cama.
En su Caffé du Commerce (en todos los pueblecitos franceses hay un Café du Commerce o un Café de la Garè) conocí a Agatha, una joven que servía las mesas con diligencia y simpatía hija de francesa y de argentino (imagínate que mezcla de sangres, vamos, como juntar violetas y rosas) con la que pude hacer tertulia en la lengua de Cervantes. Por ella, por Ágatha vine a saber de la existencia de una villa medieval llamada Anglés sur l’Anglin, pueblo que según el Catalogo del Ministerio francés de Turismo es el pueblo más bonito de Fancia. Yo pude comprobar la veracidad de tal aserto pues anoche dormí en las proximidades de su antiguo cementerio con tumbas del siglo dieciocho y algunas hasta del diecisiete….Todas las casas que se agolpan al pie del ruinoso castillo datan también de esos siglos y se conservan con el mismo aspecto que debieron tener en su época, piedra desnuda y sin pintar, envejecida por el verdin que la humedad de siglos ha ido acumulando en sus resquicios. Sus casas parecen tal que sacadas de un cuento de los hermanos Grimm: tejados muy puntiagudos, altas y pequeñas buhardillas con ventanuco asomado a la estrecha callejuela empedrada y un bosque de chimeneas tosiendo humo por las mañanas como alegres comadres fumadoras.
Ahora, como te he dicho me encuentro en Migné y cuando termine de teclear mi crónica salgo para Chateauroux (¿Castillo rojo?).
No te he dicho que esta noche he tenido compañía. Te cuento: Anoche cuando preparaba mi camareta para dormir aparcó cerca del Mistral un coche turismo con dos jóvenes chicas alemanas como única tripulación. Por lo que luego deduje de mi conversación con ellas eran primerizas en esto del vagabundeo por las carreteras de Europa y -alguien las habría aconsejado- venían buscando dormir junto al amparo de alguna autocaravana que, como todos saben, somos gente mayor y de orden. Una de ellas hablaba perfectamente el español y fue la que se acercó hasta el Mistral para que metiera hasta la cena (la cena de ellas) en mi frigorifico una botella de vino blanco. Se llama Rosa (la que habla español) y le he pasado la dirección de mi blog y de tu periodico porque le he dicho que “las voy a sacar en los papeles”, esto es: que me voy a referir a su encuentro cuando haga mi crónica. Esta mañana he compartido con ellas uno de los tres melones que compré ayer en el mercado de Chauvigny y hace un par de horas que nos hemos despedido besándonos como buenos camaradas. Por indicación mía van al pueblecito de complicado nombre ese Anglés sur l’Anglin.
Algo que no le pregunté a la joven Rosa porque me parecía una cierta grosería forzar su anonimato es si era hija o nieta de emigrantes españoles. A mí me lo pareció, más que por la habilidad en el manejo de nuestro idioma, en el gracejo y una cierta feminidad meridional que mostraba en sus gestos. Algún genoma iberico se le transparentaba en su encantadora sonrisa.
Desde el pueblo de Bar-le-Duc, recibe, amigo Juan Carlos un fuerte abrazo para ti y para nuestros amigos de Ceuta-Nostalgia.

Esta crónica ha sido terminada y fechada a bordo de El Mistral en Barle-Duc el dos de septiembre, en ruta hacia Verdún.

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