miércoles, 28 de julio de 2010

Cartas desde "El Mistral" ( 1 )


Amigo Juan Carlos:

Recien acabo de coronar el Puerto de Pajares, famoso por sus paisajes y por los grados de sus pendientes, y que comunica las provincias de Asturias con la de León, las cuales a más hermosa cualquiera de ellas. El Mistral, con la aguja de su temperatura me avisa que va demasiado cargado..y no le falta razón al pobre vehículo pero ya le he explicado muchas veces, cuando dormimos en esos bosques profundos que aún nos quedan por el norte, o en alguna plaza solitaria de algún pueblo abandonado -que también encontramos en nuestro peregrinaje- le he explicado que él (Ell Mistral) se ha convertido en mi vivienda y que debo llevar matalotaje, es decir ropas y calzados para todas las estaciones del año y para todas las geografías de nuestra patria. De todas formas cuando se pone muy insistente, me detengo un rato a la vera del camino y le abro la escotilla del motor para que se refresque con la brisa fresca de los chopos o de los pinos o de los…..
De todos los puertos que he recorrido hasta ahora por nuestro hermoso pais que Dios bendiga, este de Pajares es el que más impresiona subirlo..o bajarlo, pues en pocos kilometros te encaramas a las nubes del cielo y a veces las dejas debajo de tu cola de escape.
Al llegar arriba detengo El Mistral delante de un enorme edificio de estilo herreriano, antiguo hotel cafetería en la decada de los sesenta; ¡la de veces que habrá salido su estampa de “el escorial en chico” en aquellas peliculas de rocio durcal o de tony Leblanc. Está abandonado y -naturalmente- siendo carcomido por el Tiempo y por los vándalos ocasionales que, a su manera también trabajan a modo.
Anoche dormimos (*) en las afueras de Oviedo, en la barriada de La Monxina y esta mañana el autobús numero siete me ha dejado en la calle Uría que, para que me entiendas, es como si en Ceuta hablaramos de la calle Real. Y andando al paso me he llegado hasta la Plaza del Fontán que es uno de los rincones urbanos rurales más bellos de los que he visitado hasta ahora. El escritor Pérez de Ayala hace una descripción muy fiel y muy poetica de este rinconcito de Oviedo en su novela Tigre Juan. Novela que, aconsejado por una amiga de esta ciudad que conocí hace días, he comenzado a leerla pero que, a pesar de considerarme yo un lector todo terreno, no he podido llegar siquiera a la mitad; creo que el Tiempo se la ha comido. El magistral escritor ovetense, en este caso, y en mi modesto parecer carga demasiado la pluma con los giros y vocablos locales y su prosa, lastrada por ese peso se hace renqueante y algo pesada.
Pero te estaba hablando, Juan Carlos, de la subida al Puerto de Pajares. El día de hoy se prestaba a disfrutar el paisaje, pues las espesas brumas y nieblas que normalmente suelen inundar todos los pequeños valles que se forman entre las montañas o no habíanse formado esta mañana o -lo que es más plausible- dado lo avanzado de la mañana ya se habían disuelto. Los picachos más altos están completamente desnudos de vegetación, tienen el color del acero y cuando comienzan a derramarse por las laderas están cubiertos de una vegetación verde muy apretada; parece como si esa misma mañana, estos enormes cuchillos geológicos apuntados hacia las nubes hubiesen desgarrado la tierra esa misma mañana para salir a flote con toda la furia acumulada desde la última glaciación.
Desde que han abierto el túnel que facilita el acceso a León sin tener que salvar este Puerto, el tráfico de camiones por esta Nacional nosécuanto ha disminuído notablemente, y así se puede subir disfrutando del paisaje sin tener que estar pendiente cuando subes de que un mastodonte de dieciséis ruedas tirado por un motor perkins se te eche encima.
No sé si sabes que en los tiempos del transporte a caballos y mulas, en estos Puertos y en todos los demás de España -el de Despeñaperros lleva inplícito en su nombre la anécdota que te voy a contar- se criaban en los corrales de las dos o tres posadas que se repartían todo el camino, se criaban –digo- unos perros de presa que, cuando los caballos no mostraban toda la disposición anímica -¡pobres!- que se esperaba de ellos para vencer los peores repechos, se les echaban entre las patas para que a ladridos y a mordiscos animaran la macabra danza de los pobres bichos (los caballos) que no pocas veces se vengaban abriéndoles el cráneo de una coz a los otros pobres bichos (los perros) o mandándolos acantilado abajo con las tripas desflecadas en el fondo de cuyo abismo agonizaban durante días de las horribles heridas. El nombre de Despeñaperros es todo un documento sellado para siempre en la historia de esa parte de España que comunica Andalucía con Castilla.

(*) Cuando empleo la primera persona del plural, como en este caso dormimos me refiero a mi persona y a la de El Mistral al que a fuerza de caminar juntos ya le he adjudicado atributos humanos

Habiendo nacido en el sur, no está uno acostumbrado a este verdor casi gastronómico, a esta lujuria de la Naturaleza que se muestra sin pudor alguno al sufrido viajante procedente de los desiertos meridionales. Me dan ganas de hacer como don Quijote, quedarme <> y triscar por estos prados comiendo hierba y bebiendo de las fuentes. Ahora entiendo perfectamente aquellos calificativos rotundos de nuestros estudios de bachillerato de las dos españas (de las otros dos nos libre Dios) la España húmeda y la España seca que estudiábamos -¿te acuerdas Juan Carlos?- en aquellos flamantes textos de Geografía que nuestros padres adquirán para nosotros a principios de curso en aquella popular calle en pendiente, frente al cine Apolo y en la que se encontraba el Bar Jamón y un kiosquito montado cada otoño por un conserje del Instituto en nuestra querida Ceuta natal.
Pero, retomo el hilo de mi narrativa:
Cuando subo este Puerto de Pajares, la estrechez de la carretera, la pachorra curvilínea con la que sube, y la profundidad de los abismos que se abren debajo de las ruedas de mi Mistral, me hacen creer, con poco esfuerzo imaginativo, que voy subiendo hacia las nubes en unos de aquellos lentísimos y pesados bimotores de los principios de la aviación, pues al mirar por la ventanilla del lateral correspondiente solo veo los picachos de las montañas con la nata montada de las nubes y hacia bajo los caseríos empequeñecidos por la altura. Claro que eso no empecé para que, de pronto, como aparecía Hitchcock en algunas escenas de todas sus películas, me aparece en primer plano y llenando toda la ventanilla la cara gorda, amable y tierna de una vaca limusina con cara de uinston chrchil mascando hierba en lugar de su puro por una esquinita rosada de sus belfos.

………………………………………………............................................................Pero El Mistral, amigo Juan Carlos, corre más que el teclado de mi ordenador…tanto que ya me encuentro muy lejos del Puerto de Pajares. Quedan atrás los páramos de León; una inmensa llanura, o el antiguo lecho de un lago jurásico, donde el cereal, el buen cereal que Dios bendiga ya ha sido recogido y en el barbecho quedan, como restos de un dominó olímpico jugado por los dioses del estío, las alpacas doradas. Estos inmensos mares de pan llevar (estamos en Tierra de Campos) son pespunteados por ringleras de olmos que nos dan cuenta de la existencia, a sus pies, de algún arroyuelo que nos trae, fundidas y cálidas los últimos restos de nieve de las lejanas sierras, (Gredos, por ejemplo), o algún ramblizo seco, o un camino rural que lleva hasta ese caserío que se me presenta al fondo del cuadro sobre un alcor de curvas sensuales. Anoche dormí en una aldea llamada Las Cuevas, que se encuentra, como si dijeramos, a caballo, entre las tierras de Castilla y el Reino de Valencia en el que me encuentro ahora cuando tomo estas notas, acunado por el mantra áspero y monótono de las chicharras, perfumado el aire del Mistral por la resina de los pinos que nos rodean. Por la ventanilla izquierda me llegan ya los primeros olores (o que yo quiero imaginar) de la Albufera pues Valencia, y concretamente El Saler es el rumbo que llevo en el cuaderno de bitácora de mi embarcación terrestre, pues en ese pueblecito de la costa levantina es donde me voy a encontrar con un amigo de juventud de Haddú; tú lo conoces, se llama Salvador Evangelista y pertenece a esa entrañable peña de amigos que es Cadena de la Amistad.
Y de Valencia seguiremos rumbo sur hasta llegar a nuestros cuarteles de invierno, Rincón de la Victoria donde meteré al Mistral en dique seco para preparar la próxima salida que será para primeros dias de septiembre, todo ello contando con que mi movedizo carácter no me eche al asfalto dias antes, que todo pudiera ser.

Recibe un fuerte abrazo de tu amigo Jean Valjean desde los aromáticos pinares de la morisca villa de Ayora.

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