domingo, 9 de mayo de 2010

EL LOCUTOR ( 2 )


Las puertas del vagón se abrían y se cerraban en las estaciones con un escupitajo seco de aire eléctrico, vomitando, la gran oruga metálica, en cada una de ellas, en cada una de las estaciones, un amasijo de carne vestida, de carne autómata, que en el mismo instante de ser regurgitada y de tomar contacto con el suelo cobraba vida autónoma, como si de cientos y cientos de pequeños y cotidianos tántalos se tratase, desparramándose bulliciosa por los andenes sucios de cemento negro. Y a pesar de aquel bullicio pegajoso e incómodo que tanto solía molestarme casi siempre, esta vez, en cambio, ni tan siquiera notaba los empellones que la carne autómata, sin otro remedio, me iba propinando. Se trataba de una de esas "horas punta" en las que el gran gusano de hierro comía y vomitaba con una voracidad demoníaca y fueron tantos los empellones que yo recibía que una de las veces estuve a punto de ser precipitado bajo las ruedas de acero del "metro".
Era yo (se decía por los mentideros de la Emisora) un tío macanudo para eso de "pinchar" discos. Tenía (insistían algunos) un sentido especial, como un sexto sentido, para saber qué tipo de música iba bien en cada momento del día y en cada precisa hora de la noche. Fue, una vez terminadas las grabaciones, cuando me dieron la buena noticia: entraría a trabajar como locutor todos los miércoles. "Si la cosa funcionaba", me había dicho el jefe de programas, me harían de plantilla. Y más adelante (añadía yo para mis adentros en uno de mis desafortunados, frecuentes y febriles arrebatos de optimismo infantil) con un poco de suerte, a la Emisora Central, a "la Casa", como la conocían los locutores veteranos cuando hablaban en su propio especial argot. A mí, sin embargo el tiempo, no me daría el tiempo suficiente para familiarizarme con ese vocablo, pero eso es ya otra historia...
Cuando terminé de grabar los publicitarios marché para casa con tres billetes (de los verdes, aún no se conocían los rojos, mucho menos los azules)) en el bolsillo y aquel conjuntito de braguita y sujetadores negros que tanto le gustaba a Montse y que me sacaron los colores a la mejilla ante la vendedora cuando, con torpe mímica quise representar, ahuecando las manos sobre mi pecho, las abundantes y bien enclavadas ubres de mi Montse. Montse era de signo escorpio. "Como la Márilin Monrru" me decía ella, en broma, con dos pequeñas rosas flotando en la leche blanca de sus mejillas, cuando se desnudaba delante de mí, en la penumbra cálida de nuestro dormitorio.
-Deja ya de mirarme así, sátiro- me decía.
-No, que estás muy buena le respondía yo.
A Montse le sentaba muy bien el conjunto interior negro, sería por su piel tan blanca, la verdad es que con él, con el conjuntito, estaba realmente seductora y a mí me ponía cachondo:"¡Se me encienden las carnes!" decía para responderle a otra broma de ella, bromas seudoeróticas que manteníamos al principio de nuestra vida en común, cuando las tensiones que llevarían irremediablemente a nuestra separación definitiva no habian hecho su aparicion, y las contradicciones que no nos habiamos confesado no habían comenzado, por tanto, a anidar aún en nuestras almas. Realmente Montse era una de las pocas mujeres a las que la piel blanca le sentaba estupendamente, y aunque tenía su poquita de barriga, caída y todo, (criada y alimentada con santa paciencia en el Lóndon Bar de las Ramblas durante su época de estudiante) aún parecía que aquello me excitaba más. La de gritos que pegaba el vecino (¡bueno! más bien la mujer del vecino) cuando Montse, en la dulce agonía de su climax, se vaciaba en mi boca dando estertores de placer. "Y hasta parecía, también, (comentábamos los dos ahogados por la risa y acariciándonos nuestros cuerpos) como si los gritos de la reprimida vecina nos pusiese más a tono, más cachondos. "Esa es, esa es", me susurraba Montse, al oído, cuando coincidíamos con la vecina en el ascensor. Y era entonces cuando la vecina, tan poco acostumbrada ¡la pobre! a tan escandalosas y eufóricas apologias del sexo; sorda ya (sin duda desde...años a juzgar por la edad medianera que aparentaba) a los broncos y mal ahogados gritos de su propia carne, mantenía los ojos clavados -durante todo el trayecto de subida o bajada- en el cuadro de mandos del ascensor, huyendo (como avergonzada)de las miradas francas, directas e incisivas de Montse que la retaba desde el creciente blanco de su sonrisa a una confesión general de la propia infelicidad.
Esa noche, con la euforia, casi a punto estuve de pasarme la estación en la que tenía que hacer el cambio de linea. Y por poco, también, quedo apresado entre las puertas del vagón, que se cerraron con estrépito al filo de mi nuca. Inmerso en aquella torrentera de carne humana me dejaba llevar por los estrechos túneles cuyas orillas habían sido ya conquistadas, a aquellas horas de la noche, por los mendigos, los músicos ambulantes, los pedigüeños, de los cuales, muchos de ellos ya se habían echado a dormir sobre espesas capas de cartón de embalaje, para pasar la noche en el subsuelo de la ciudad, su única residencia; para algunos la última, de la que, en una madrugada cualquiera, lo sacarían los guardias municipales, en una camilla, para llevarlos directamente al depósito de cadaveres. Mientras caminaba, casi en volandas, medio aplastado por la gente y casi asfixiado por el agrio, característico, olor de cable tostado del "metro", iba pensando en Montse, recordando, con amargura, lo ocurrido la noche anterior: Nada más llegar a casa (con las prisas ni siquiera saludé a la portera que estaba barriendo el portón) me desnudé en el comedor, dejando la ropa, como un cadaver vacío sobre el mar amarillo y blanco de la tapicería del sofá, y me fuí, completamente en pelotas, hasta la cama. Montse aún no se ha levantado (me dije golpeándome con suavidad el pene para alegrarlo)...¡de puta madre!.
Para no despertarla entré a oscuras en el dormitorio, levanté un poco el embozo de la cama y me acurruqué junto a ella, apretando mi pecho contra su espalda cálida y suave, sintiendo en la cabeza del glande el roce fresco de sus braguitas de seda que se hundían entre sus nalgas. Ella dormía profundamente, y de su cuerpo se desprendía un perfume caliente y dulzón de agua de colonia amortiguado por su propio y característico olor que mi olfato reconoció enseguida, con no poco placer. Al oprimirla contra mi cuerpo ella se rebullía, como hacía tantas veces, pero ahora, a diferencia de otras veces, no se volvió, no me buscó, y yo encajé el golpe sin rechistar. "Qué distinto era todo ahora -me dije, apartándome de ella y con la mirada clavada en las grietas del techo- que distinto de los primeros tiempos de nuestra convivencia, de nuestra vida en pareja; aquellos felices días -ya lejanos en el recuerdo- en que ella todavía me buscaba en la oscuridad de la noche, moviéndose por toda la cama con la agilidad de un reptil, de un hermoso y elegante reptil, abriendo -al encontrarse nuestros dos cuerpos- su boca y su sexo, gimiendo aquella por el deseo irrefrenable. En cambio ahora...¡que diferente!¡qué distinto!...Ella, medio desvelada, protestó sordamente cuando sintió mi cuerpo echado sobre el suyo, y yo no tuve más remedio que apartarme, triste y herido; claro que siempre podría haberla despertado, enérgicamente, como hacía ella cuando algo de mí le molestaba, pero eso, en mí era impensable. Toda aquella seguridad que tuviera antaño con ella, con mi compañera, toda aquella compenetración en los juegos del amor la iría perdiendo poco a poco (pero, eso si, de una manera implacable e irreversible) cuando en mi cerebro comenzó a cuajar, a tomar cuerpo la sospecha de que no "funcionaba en la cama", vamos, de que no funcionaba con el rol que de mí se esperaba, o que yo pensaba que de mí se esperaba, que viene a ser lo mismo. Montse callaba, Montse no me dijo nunca nada, fui yo quien tuvo que ir descubriéndolo todo poco a poco, y cuando esa sospecha se transformó en certeza, todo quedó explicado, muy explicado, rabiosa, amarga y certeramente explicado: nunca me había sentido atraído por la simple y llana penetración, y hasta me vanagloriaba de ello, las primeras veces, en aquellas relaciones mantenidas de forma esporádica con alguna camarada del Partido a la que se conocía, de manera fortuíta y casual, en cualquier manifestación politica, cuando, huyendo de los "grises", coincidíamos ambos en alguna portería, o en lo alto de alguna azotea -adonde habíamos acudido para escondernos de los antidisturbios que con sus uniformes y movimientos de robots mecánicos buscábannos como perros de presa por los bajos del edificio- para, (después de intercambiarnos nuestros nombres (nombres de guerra: falsos naturalmente) pasábamos juntos nuestra primera -y muy posiblemente última- noche.¿Ya se han ido?¡Coño, tía, habla más bajo!.Menudos cabrones, el otro día, engancharon a una compañera mía de la Federación del Metal, y en un portón como éste la pusieron "morada" a palos y luego ellos mismos la llevaron al Clinico.¿Bajamos?.¡Bueno!.¿Donde vas ahora?.Pensaba irme a casa, ya no tengo nada que hacer.Yo vivo aqui cerca, ¿vienes?.-¡Bueno!, ¿Tienes "maría"?
...Pero Montse había sido mi primera compañera estable, con ella, hasta ese momento, todo había sido diferente, o eso al menos es lo que yo creía, o quería creer. El fracaso de nuestras relaciones sexuales se hizo patente -para ella sobre todo- cuando llevábamos apenas un mes viviendo juntos, compartiendo un piso (al principio con otros camaradas de "lucha política")en el extrarradio de la ciudad, en la zona obrera, el cinturón rojo como era conocido en los ambientes de militancia marxista. Por más que ella, con no poca paciencia, trataba de calmarme durante el acto del amor, yo (no podía evitarlo), veía el acto del coito como una violencia que estaba ejerciendo contra mi propia pareja. Qué ridiculo me sentía cuando íbamos a cualquier cine y...(aquella vez que fuimos al Cine Cataluña a ver una pelicula que -precisamente yo- había "criticado" de manera tan favorable y le había insistido a ella para que fueramos verla juntos), qué ridiculo me sentía cuando ella me reprochaba el que volviera la cara hacia otro lado cuando en la escena salia una pareja en el momento de efectuar el coito...
En cambio poseía, quizá para compensar mi impotencia, (la palabra impotencia no sería exacta, pues no dejaba de tener fuertes erecciones) una especial habilidad para la caricia, para excitar a mi compañera; mis manos volvianse mil, al contacto con aquella piel de la que yo con tan solo mis dedos sacaba estremecimientos de placer, hurgando con la boca, con una curiosidad casi infantil (como la de ese niño que descubre por primera vez el cuerpo desnudo de su madre) por todos sus rincones; mi boca, entonces, pareciendo que cobraba vida movíase con plena independencia de mi cerebro y, obedeciendo tan solo a los instintos más primitivos que yo abrigaba en mi alma deslizábase por todos los recovecos de aquel cuerpo que tenia entre mis manos, cuerpo que volvíase gemelo del mío propio cuando yo lo catapultaba hasta los tempestuosos mares del climax, masturbando para ello el clítoris con la boca, con dentelladitas suaves, tiernas, para (al final) terminar recogiendo en la carne viva de mi garganta (retorciendome yo tambien de placer) las liquidas emanaciones de su sexo abierto y palpitante, mientras la boca de ella buscaba, con la respiración jadeante y los ojos cerrados, mi pene aún intacto...
No, la verdad es que ya no me quedaron ánimos ni para darle aquella buena noticia, ¡mi buena noticia!: por fin iba a tener un trabajo estable en la Emisora, no hacía ni una hora que me lo habían dicho, al terminar el trabajo de aquella noche; se acabaron ya para siempre aquellas grabaciones esporádicas de publicitarios, aquellos anuncios de medio pelo mal hechos y peor pagados...¡ni tan siquiera a decirselo llegaría!. Ella nunca llegaría a enterarse.
Después vendría el distanciamiento, las frases convencionales, los silencios prolongados, las tensiones, los fingimientos, sobre todo por parte de ella, de Montse; vendría la compasión, la lástima, el complejo de culpabilidad, el no sentirse partícipe de la soledad que a mí me estaba ahogando, las dudas de si alguna vez me quiso de verdad...y por último el romper los pequeños fingimientos o el sacar trocitos de la amarga verdad, aunque fuese de manera disimulada. Montse, un buen día (ya no podría recordar cuando) dejó de tomar las píldoras anticonceptivas, puso como excusa que la médica (ya empezaba a decirse "la médica", sobre todo en los ambientes feministas) le había interrumpido el tratamiento anticonceptivo para someterla a unas pruebas ginecológicas. Eso, al menos, fue lo que me dijo ella, pero yo, entonces, terminé asociando en mi mente todas las desagradables escenas que habían tenido lugar entre nosotros cuando estábamos en la cama, comencé a hilvanarlas unas con otras, pacientemente, saboreando el ácido que ellas me traían al corazón. Y cuando terminé mi trabajo de paciente artesano, cuando acabaron, por fin, aquellas escenas, de tomar consistencia y coherencia en mi mente, apareció con la certidumbre y la dureza del acero, "aquello", "lo innombrable", y que hasta ese instante habia sido, para mí sólo, naturalmente, una leve sospecha a la que se espanta como el abejorro molesto que nos entra en el salón una tarde de verano: el fantasma de la impotencia, mi imposibilidad para efectuar el coito, la negación total de mi pobre sexualidad a culminar la penetración. Montse, con la seguridad y el aplomo que la había caracterizado siempre, intentaba sacar "el tema" (eufemismo seudo progre muy empleado por los, entonces, jóvenes de la época) cuando la conversación recalaba en esos momentos relajados y de intimidad en que toda pareja, por muy mal que se lleven, suelen entrar. Montse (no podía dejar de reconocer yo) tenía una fuerza innata para enfrentarse a cualquier problema, a plantearlos, a racionalizarlos, a desarmarlos...miraba la adversidad de frente, siempre habia sido así.Sus años de práctica en las Asambleas de Estudiantes durante la época más áspera de la Dictadura, habrían de servirle (pensaba yo entonces muy equivocadamente, debido a que había mitificado siempre la militancia política) habrían de servirle para desenvolverse con cierta agilidad intelectualoide en estas cuestiones "cotidianas" las llamaba ella. En cambio yo, con tantos o más años de militancia politica a mis espaldas, (una militancia más dura, más radical, más "de obrero" que la militancia intelectual-universitaria de Montse) en cambio yo ante ella, me empequeñecía, me quedaba reducido a la más mínima expresion de mi personalidad, dejaba de ser en ese instante (en el instante en que ella me miraba con sus ojos de aguas limpias..,de frente) dejaba de ser aquel militante seguro y firme (que comentaba los libros de Lenin apoyado indolentemente ante la mesa de mármol de un oculto café en un aún más oculto barrio del extrarradio cuando acudía a la captación de algún "simpa") para quedar reducido a la dimensión intelectual y afectiva de un niño, de un niño asustadizo y pusilánime que sólo veía mi soledad, mi soledad egoista que para nada pensaba en el dolor que pudiera sentir ella cuando se veía obligada a hablar conmigo del "tema", como lo citábamos (ya lo he dicho)a veces, para no herir (ni autoherirnos) más de lo estrictamente necesario.
Xenio, el Director de Programas de la Emisora, Primer Locutor de la Radio (el mismo Xenio que, cinco años antes, -amigo, entonces, inseparable- había sido un troskista melenudo, miembro de la Coordinadora Gay, lector del "Viejo Topo", degustador impenitente y apasionado de las baladas de George Brassens) y que ahora tenía carnet de socialista (yo, despechado por tan abrupto cambio comenzaba ya a llamarlo "sociata", a veces para herir mas en la ironía: "chosiata"). El mismo Xenio que ahora se pelaba en "LLongueras Coiffeur" (en su lujoso establecimiento de la Diagonal cruce Aribau) El mismo Xenio que ahora se curaba (o lo intentaba al menos) de su aún (a pesar de los años transcurridos) no asimilada (ni tan siquiera masticada, ni deglutida, ni digerida) homosexualidad con un sicoanalista de la parte alta de la ciudad que le cobraba seis mil pesetas por sesión y que él pagaba con su visa de oro perfumada de chanel (nunca supe qué número, el del chanel naturalmente). Pues ese, Xenio, me recordaba (no sabía entonces muy bien por qué, ya que fisicamente no se parecían en nada, aunque más tarde descubriría ese por qué) me recordaba a un brigada del barco de guerra en el que hice la mili; el brigada se llamaba don Urbano, y se había portado conmigo, durante mi estancia a bordo del "Júpiter" (vieja cañonera botada en el bando "nacional" durante la guerra civil y convertida luego en dragaminas, ¡la de tortas que me di entre Tenerife y Las Palmas, caminando torpemente por entre los railes de su cubierta de minas) se había portado bastante mejor de lo que normalmente se suele esperar en estos casos...hasta me avisaba por donde venía la Policia Naval cuando me lo tropezaba por las calles próximas al Puerto, yendo yo vestido completamente de paisano. Pero...¡chaval! ¿donde vas de paisano?, anda tira por ese callejón, que he visto en la Plaza al "llip" de la "péene".La de disgustos que me quitó de encima don Urbano.
El Servicio Militar ha sido otra de las facetas de mi vida que siempre he recordado con no poco desagrado. Tuve posibilidades (casi todas las que quise) de hacer "la mili" en mi pueblecito natal, en la villa costera de Allí, pero, como siempre, desde muy pequeño me habia empeñado en ser, esta vez también, diferente a todos los demás, a todos mis hermanos; se ve que le tomé afición a eso de ser el "garbancito negro " de la familia; y con mis veinticuatro años a cuesta, y mi inmadurez afectiva y la intelectual (de la primera no llegaré a librarme nunca y de la segunda tampoco pero me servirá de excusa, nunca sabré si para bien o para mal, para meterme, como con calzador, en mi cerebro abotargado con las manidas consignas stalinianas, algunos cócteles mal ligados de Montaigne, Nietschzche y unas gotas amargas de Ciorán) había pedido voluntario para hacer la mili navegando ¡nada de enchufes! ¡nada de estar en casita discutiendo con mi padre, por unos gastos para los que yo no tenía dinero! ¡nada de andar paseando a la mujer del capitán "benefactor de turno" (Si quieres te puedo reclamar para nuestra Comandancia de Marina. No padrino gracias. ¿No te apetece hacer la mili como todos tus hermanos la han hecho?. No padrino gracias. María, ¿tu oyes lo que dice el majara éste?. Si padrino, lo ha oido) por los economatos militares y los mercadillos de pescado las mañanas de sabado! ¡nada de todo eso!. Lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer mismo: no hice más que bajar del autobús en el pueblecito costero donde tomaría el barco para atravesar el Estrecho (a mi regreso de haber hecho los dos meses de campamento en San Fernando, premiados con una semana de permiso por haberme apuntado al curso de cabo; se ve que los cabos escasean o escaseaban por entonces en la Marina) en cuya orilla opuesta se encontraba el blanco caserío de Allí. Nada más sacar el billete del ferry, sin esperar siquiera a encontrarme a casa, donde le podría aliviar al comunicarle la nueva noticia...cuando llamé a mamá por telefono. Como había ocurrido anteriormente en todas las huidas que hice de la casa paterna tenía que herirla, tenía que vengarme de ella, de sus dolorosas omisiones en mis conflictos habidos con el padre, con su marido (yo así lo creía entonces) y tenía que llamarla cuanto antes para darle la noticia, sabiendo en mis fueros más internos que ella sufriría lo indecible por el destino tan lejano que -casi de forma voluntaria por no haber estudiado nada durante el curso de cabo y haber quedado el último de mi Promoción- me habían asignado: la Base Naval de las Palmas de Gran Canaria. ¡Cuantas veces tuve que arrepentirme de aquella decisión tomada, exclusivamente por mi sin querer escuchar a nadie;¡bueno estaba yo entonces para oir consejas paternas!, ni siquiera filiales. Qué estupido me veía ante mi propio yo cuando me sorprendí a mi mismo, una oscura noche de octubre, con las luces de la ciudad lloviznando tristes sobre las aguas del puerto...a bordo de aquel barco, durmiendo incomodamente, comiendo peor, recibiendo órdenes estúpidas, vacías y carentes del minimo sentido común...¡voluntariamente! ¿voluntariamente? me atrevo a preguntarme ahora. Y lo peor de todo: veinte meses, (tal vez fueron algunos menos), uno sobre otro, con sus treinta dias cada uno, sin descanso, para estar arrepintiéndome hora tras hora y minuto tras minuto de haber decidido algo que luego no tuve la madurez de asumir, sin la valentía suficiente para, al menos, una vez "metida la pata" haberme adaptado sin gran esfuerzo a la nueva situación tratando de aprender, de sintetizar las experiencias nuevas que me vinieran; tratar, en fin, de enriquecer un poco (algo) mi vida. ...Todo lo contrario, pasé aquel tiempo sumido en un nirvana estúpido, en un aislamiento casi patológico que me impidió sacar al menos algo de provecho, como ya he dicho, del tiempo transcurrido en aquel viejo barco.
Si, aúnque no sabía muy bien por qué, el director de Programas me recordaba mucho a don Urbano, el Brigada de Máquinas.
"Habla poco por el micro...y pon música, mucha música" me había repetido una y otra vez, casi hasta el cansancio, el Jefe de Programación; "si llama alguien, le atiendes bien, dándole la razón en todo, si está cabreado cálmalo y si está desanimado cuentale un rollo para que tome un poco de "marcha" tu ya me entiendes".¿Y si es alguien que está echado sobre la barandilla de un décimo piso en un barrio del extrarradio pensando si se parte la crisma o se asfixia con gas....?¡Va, hostia, va...!, terminó diciendo el Jefe de Programación, déjate de coñas, tenemos que subir el indice de audiencia como sea, ¿lo entiendes?, como sea...bastante por culo nos dan ya los medios de comunicación socializados. Y ¿eso que es? le pregunté intentando hacer un chiste y apelando de camino a la antigua camaradería progresista que nos había unido antaño. Vete al carajo, me escupió.
Al carajo si que lo mandaría yo a él (si pudiera hacerlo ¡claro!); mandaría a la "puta merda" a aquel barril de tocino que tan pronto como pudo (el tiempo que tardaron los burócratas del Partido en confeccionarle el carnet del "pesoe") se había pasado todos sus viejos ideales por el ano, para comenzar a chupar de una de aquellas cien mil -¡cien mil veces cien mil!- abundantes ubres que traía en su vientre rosado la magnánima, la tolerante, la democrática D E M O C R A C I A (una Democracia de esas de "bricolaje", ¡vamos! hecha a la medida de los que la metieron en la cama, a la medida de aquellos hijos de puta -como aquel que ahora tenía delante de mis narices- cuatro cerdos burgueses que estuvieron acumulando "imagen revolucionaria" en los tiempos postreros de la dictadura, por los años en los que los verdaderos revolucionarios tenian todos encima el montón de años suficientes como para no darse cuenta del truco del sombrerito y del conejo; imagen revolucionaria que fueron vendiendo en el mercadillo que traía consigo esta (cuando me sentía verdaderamente asqueado de todo la llamaba "cerdocracia") democracia a precio de oro, "cheguevaras" fabricados en serie y promocionados por la televisión nacional que justo un día después de las Elecciones del 82 ya estaban apuntados en el Partido Ganador...
Si no fuera porque con lo que ganaba en la discoteca no tenía ni para tabaco...(con la limpieza de la discoteca porque cuando estaba de "dislloquei" ya me ventilaba una pellita gansa...ya, y luego, el día entero libre, descontadas las cinco horas de sueño). Pero a lo hecho ¡pecho! ¡ya no había remedio!, no quería arrepentirme de nada, ya estaba bien. ¿Quien sabe?, a lo mejor volvía de nuevo la dictadura, entonces, si, entonces la gente como yo volvería a estar de nuevo en alza. Otras veces pensaba lo contrario, que a lo mejor era que yo no había sabido adaptarme a los nuevos tiempos, a lo mejor era un enfermo mental que no se adaptaba a los regimenes de libertad, un descontento visceral y que sólo fraguaba bien en las situaciones adversas, o a lo mejor llevaba razón aquel sicoanalista de la parte alta de la ciudad que me "trataba" después de mi separación de Montse y lo que me ocurría era que no cesaba de buscar constantemente ese "enemigo-padre" al que echarle todas las culpas de mi "disfunción emocional", (palabra que copié de un librito de sicologia aplicada y la tenía siempre en la bocamanga para disfrazar tan supina ignorancia como me embargaba).
Qué fácil había sido todo en aquella época, en la Dictadura; no hacer nada (nada de trabajo ni de estudio, se entiende) no exigirse nada, entregado tan sólo a la causa política, al panfleto, a la protesta visceral...tostándose en verano en las playas de Perpignán adonde acudíamos para ver la pelicula "maja" de turno, prohibida naturalmente por la pacata censura del pais natal. Y luego estaban los viajes más largos, y más viajes, y más viajes...criticando, en definitiva, la situación del propio pais desde otro pais, cualquiera, eso era lo de menos.

Esta vez le he pedido prestado su cuadro a uno de mis pintores favoritos, Claude Monet. Este se titula Impresión. Sol naciente, y data del año 1872. Con este cuadro nace el Impresionismo en la pintura. Merci.

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