domingo, 13 de diciembre de 2009

CUADERNOS DEL AIRE (Unos diarios)

El garabato quemado de un chucho anónimo rastrea en la arena de la playa leyendo los signos cabalísticos de algún tesoro de huesos escondidos. Ya en la carretera, un coche intenta atropellarlo, y el chucho, después de esfintar ante las "pirelis" asesinas se pierde por los raíles del ferrocarril portuario lamentándose de su oscura suerte con un rosario de aullidos entrecortados.
Los mendigos que viven en la playa no han renovado aún sus dibujos. Hoy, junto a la caja de cartón en la que piden monedas se encontraban los mismos atardeceres escolares pintados sobre cartón de embalar con los que estrenaron hace días la canasta de mimbre petitoria que se asoma a la baranda de la playa esperando con paciencia asiatica el trampolín de alguna moneda. Una vez les dí una, una moneda, y me dieron las gracias con un fuerte acento nórdico, algo así como "gajacias" crei entender. Llegaron el verano pasado desde latitudes desconocidas para mí. Construyeron unos enormes castillos de arena que parecían sacados de una película de "uoldísnei", (mísero parquetemático de pobres) y se sentaron junto a ellos a beber cerveza. De vez en cuando se acercaban al castillo con saltos elásticos y atléticos de estudiante becado, o de remero de Cambridge para retocar alguna ventana o una almena que el roce de alguna gaviota había despeinado. Después introdujeron la iluminación, con unas velas enfundadas en plásticos de colores compradas en las tiendas de "todo a cien". De noche, con las velas encendidas, tenía más aspecto de lugar de peregrinación mariana que de castillo para divertir a niños, pero, de todas formas algunas monedas les caían en la caja, se ve que las velas despertaban con sus pábilos temblorosos la vena sentimental de los paseantes. Cuando llegaron los primeros frios (claro, que en estas latitudes cuando hablamos de frío no hay que oírsenos muy en serio) se cobijaron debajo de las barcas de los pescadores, abandonadas hace años y con signos evidentes en algunas de haber comenzado ellas mismas a hacerse ya la propia autopsia pero que forradas de plásticos y cartones aún servirán de hogar para estos peregrinos del Norte. Poco a poco, día a dia, y noche a noche han formado legión y hoy, ya hay formado casi un campamento, y para no dejarnos por embusteo, precisamente esta mañana ya había aparecido otra caja con otros dibujos, también solicitando una pequeña ayuda.
Sobre la estepa azul y líquida de la bahía las gaviotas juegan a ser cometas y se quedan suspendidas del aire con un leve movimiento de vaivén que les da aun más ligereza.
En el Puerto, sobre el bostezo negro de las chimeneas de los barcos, asoman las gruas: bosque de imposibles dinosaurios que hurgan con sus picos de cables y rótulas de acero en las panzas abiertas de los cargueros sucios y abollados, de esos que cuando llevan petróleo naufragan en alguna costa dejándolo todo hecho unos zorros, ¡ay! esos petroleros, auténticos calvarios de las compañías aseguradoras que tienen que hacer auténticas filigranas del espionaje industrial para tratar de descubrir la bandera bajo la cual navegan o la nacionalidad del armador que la mayor parte de las veces solo Dios sabe por donde anda. El movimiento lento y preciso de estas gruas estilizadas me recuerdan el de los cirujanos cuando hurgan en la carne estropeada; comen estas gruas con una indiferencia sideral. El mástil velero de un yate millonario, de esos de decorados de películas siglo XIX, de una perfección jolivudense lanza el grito cursi de sus aparejos decimonónicos sobre la suciedad de los hierros remachados. El ferry de un pais islámico levanta su borda blanca de hotel de lujo, sobre la que destaca en negro la guirnalda de golondrinas de la grafía árabe de su nombre pintada sobre la mejilla morisca de su blanca proa. En el incendio del sol de la mañana, se recorta, sobre la calima casi agosteña, la negra silueta de un barco de guerra. De vez en cuando rompe el silencio el grito espantado de una sirena de barco asustada de sus propios ecos; los martillazos sobre el hierro herido y el vaivén cansado de un motor Diesel. El aire huele a pescado y a gasoil. Un banco de peces, un manojito habría que decir, se mueve entre las quillas de los barcos. Cuando algún objeto por minúsculo que sea les viene de arriba lo acusan con un temblor eléctrico de toda la manada que con su gregarismo piscicola lleva a todos los individuos de la manada en la misma dirección sea esa la buena o la fatal para sus vidas. ¡Se les ve tan humanos!

3 comentarios:

  1. Hola Alberto, creo que no lo he hecho bien, yo no soy violetas en la ventana, voy a probar de nuevo.
    Salvador

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  2. Bueno, estoy leyendo el libro de Alberto, Crónicas de allí y me parece estupendo, me ha hecho revivir una etapa de mi vida en la cual fui muy feliz, seguiré leyendo y cuando termine tendré prepaarado algo para comentar aquí, la familia Núñez en aquellos años 60 fueron muy amigos de nosotros, mis padres, mi hermano y yo, ahora he contactado con Alberto y me ha resultado muy gratificanate, es estupendo.
    Un abrazo para todos los caballas de Salvador Evangelista

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