viernes, 15 de diciembre de 2017

Tenía pensado comenzar a escribir este libro después de tu fallecimiento, cuando hubieran pasado.....

...por encima de tus cenizas y de mis canas al menos diez o doce años pero… ¿Qué puedo hacer? Te estás haciendo tan longevo y estás mostrando tal resistencia a la muerte que cada día que pasa me veo a mí mismo más cerca de mi propia tumba que a tí de la tuya. Debo recordarte que ya te has llevado por delante (discúlpame este pellizquito de humor negro) a dos hijos, sin contar a tu esposa. Y por si esto no fuera suficiente para justificar mis temores, hay que decir que ya has intentado suicidarte una vez lo cual, en tu caso al menos, te vacuna férreamente contra sucesivos intentos. También he tenido en cuenta esa regla de oro del escritor que dice que la distancia tanto temporal como espacial crea la objetividad en el relato, que es algo que yo, por otra parte, no tengo demasiado claro. Pero, de todas formas, por eso no has de sufrir; en mi caso se cumple de manera harto satisfactoria pues, por lo pronto, casi dos mil kilómetros de Atlántico nos separan, y, por ahora, no hay peligro de que una aproximación física entre nosotros tenga lugar, pues a ti te tiene ya prácticamente atado a un sillón esa artrosis que vienes arrastrando hace años y que no has tenido el menor pudor en dejármela como herencia, y a mí, como muy bien sabes, me da pánico subirme en un avión. De todas formas no descarto la posibilidad de que mientras escribo este relato la noticia de tu fallecimiento venga a revolucionar toda mi geografía sentimental y ello me obligue a romper todas estas páginas que llevo ya escritas y comenzar una nueva carta. O no...

Es curioso, tú que eres el receptor virtual de esta epístola vas a ser el único que no la va a leer. Y voy más lejos aún en mis elucubraciones sobre el porvenir de este libro: es posible que cuando se publique, ya estemos los dos muertos. ¿Sabes una cosa?, a este tipo de cartas, en el prólogo de carta al padre de Kafka las llaman cartas muertas. Esta triste metáfora me trae a la mente todo ese cafarnaúm apestoso de tópicos romanticóides: El otoño, los jardines solitarios, un triste adagio de Mahler…¡cartas muertas! O sea, que esta carta que te envío a ti, ya ha comenzado a morir desde la primera palabra; viene a ser como si ayudando en un parto tuviera entre mis manos el cadáver diminuto y sanguinolento de un recién nacido. En mi caso prefiero que sea así, una carta muerta en la que te tenga ante mí, para poder hablarte, pero, eso sí, solo como un receptor virtual, sabiendo que no has de leerla nunca. Sí, sí, lo has oído perfectamente: nunca. Porque si tuviera la más ligera sospecha de que pudiera suceder lo contrario, puedes estar seguro de que no la escribiría, no porque no me atreviera, soy bastante cobarde, pero no se necesita mucho valor para escribir, y aún te diría más: solo escribimos los que hemos huído previamente de la vida y queremos volver a ponerla en un orden que nos agrade más o que menos daño nos produzca. Dicho esto te diré que no te la daría a leer simplemente porque no la entenderías, y te haría un daño gratuíto del que yo no sacaría nada, absolutamente nada. Puedes creerme, no es esa mi intención, no escribo estas páginas para lanzártelas al cuello como hojas de afeitar, ni me estoy erigiendo en juez de tus actos; en mi caso, además, no estaría justificado. Cruzarte el rostro con una carta como está, pero viva, palpitante, sería como echarte gasolina o cualquier líquido corrosivo en una herida: te escocería pero no te curaría, mejor dicho no nos curaría, o, siendo menos presuntuoso por mi parte, es posible que la tirases a la papelera nada más comenzar a leerla y te lavases la conciencia con uno de aquellos calificativos que con tanta habilidad sabías dispararme cuando compartíamos la casa de mamá.
(Jean Valjean)





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