viernes, 1 de abril de 2011

El Torcón de los buitres (un programa de radio de Rodríguez de la Fuente)


Después de varios años de viajar por las carreteras de España y Europa a bordo de mi autocaravana, y hacerlo –desde que perdí a Conchi- en la más absoluta soledad, me he ido haciendo, con el tiempo, de una pequeña pero selecta discoteca de tertulias y programas culturales y cientificos que me voy bajando regularmente de los podcats de las direrentes emisoras de radio y que me hacen grata compañía cuando navego por esas carreteras de nuestra querida España. La última adquisición y que estoy oyendo repetidamente con mucha delectación son unos programas que para la radio grabó en el año mil novecientos setenta y cuatro nuestro entrañable Felix Rodriguez de la Fuente. En aquella España del desarrollismo, y cuyos adolescentes comenzábamos ya a respirar aires europeos abanicados por los leves y perfumados sujetadores de las turistas y sus caderas de efebos que nos visitaban en los calurosos meses de verano y a las que los más espabilados de la pandilla –y emulando con ello a los héroes de nuestras películas del neorrealismo italiano- acosaban con los requiebros más manidos sacados de la literatura romántica indigena todo ello con la sana intención de llevarlas al atardecer a los pinares de Garcia Aldave o a los jardines de San Amaro a bordo del “renol” con matrícula negra (o amarilla) que las había traido desde las provincias más septentrionales de la democrática Europa, en aquella España –digo- en la que estrenábamos el “gin tonic” y los zapatitos de piel vuelta, nos asomábamos a la ventana de nuestro televisor para ver qué de bueno y qué de malo ocurría por esos mundos de Dios. Yo, además de otras cosas descubrí los magnificos videos de Félix Rodríguez de la Fuente. Adios para siempre a aquellos pobres y raquíticos cromos de Ciencias Naturales de la Editorial Bruguera (la de los tebeos) que colecionábamos en el carrillo del barrio. La fauna ibérica, dirigida sabiamente por este amante de la Naturaleza patria nos venía a visitar puntualmente a la hora del café, en nuestra salita de gutapercha perfumada por los humos del “chesterfield” de papá y de la colonia Varón Dandy del hermano mayor, de aquel que ya tenía novia...o así. Pero me pierdo en el relato.....¡me disuelvo! Les quería decir que por aquellos años en los que yo era un espigado adolescente que leía a Baroja esperaba con ansiedad durante toda la semana para ver en el televisor Silvania en blanco y negro con brillos de cama rectoral para ver la entrega de El Hombre y la Tierra tan genial y magistralmente presentada por nuestro amigo Félix. Y a pesar de que las imágenes nos venían servidas aún en el monótono blanco y negro, era tal la fuerza de las escenas que rodaba este amante de los animales que la calidad narrativa de Félix Rodríguez de la Fuente me pasó entonces desapercibida como creo le ocurriría también a aquellos de mis paisanos que ya eran lectores compulsivos. Ha tenido que ser con estos programas de radio, en el silencio nocturno de mi biblioteca, con la voz grave y monótona de sacristán bueno del bueno de Félix cuando he llegado a descubrir en él, un escritor de una talla inalcanzable para muchos de los que fusilamos impíamente las teclas de nuestro ordenador de vez en cuando. Yo ignoraba por completo que Félix grabara estos programas para la radio. Y ahora que lo pienso detenidamente es lógico que ello sucediera pues la radio como medio de divulgación de sus trabajos lo comenzó a utilizar en una época en la que yo no freuentaba ni la radio ni la televisión pues me dedicaba en cuerpo y alma a hacer la revolución en la alegre y cálida ciudad de Barcelona. Por eso ha sido una muy agradable sorpresa encontrarme con mi antiguo amigo, y poder recrear su voz (y solo su voz) en los altavoces de mi MP4. Y ha sido en uno de sus primeros relatos, el titulado –creo- EL VIEJO PUEBLO DE LOS BUITRES cuando se me ha presentado un escritor del más rancio sabor castellano de la altura de un Gutierrez Solana, de un Baroja, o de aquel vagabundo simpático que junto con los dos hermanos Baroja (creo que Valle-Inclán rehusó sumarse al grupo) recorrió los pueblos de la Sierra de Madrid a pie y acompañados de un manso pollino que cargaba con todo el bastimento y utillaje de comida y cama; se llamaba Ciro Bayo, y tiene un libro genial donde cuenta sus correrías por España comiendo y durmiendo de la caridad de los conventos por los que transita. Ya les hablaré otro día del bueno de Ciro. Pero a lo que iba: En este relato, Félix nos cuenta la terrible escena de la ejecución, despellejamiento (y devoración posterior por los buitres) de un viejo rocín con el que él y sus amigos hacían sus escapadas por los riscos y vaguadas del pequeño caserío de Poza de la Sal donde transcurriera –nos dice- su infancia hasta que fue llevado al Internado para cursar sus estudios. Las pequeñas pero certeras pinceladas impresionistas de la prosa de este magnifico escritor toman su verdadera dimensión cuando, desnuda de toda imagen, se presenta ante los ojos de nuestra imaginación. Nos habla del Torcón que era por lo visto el altar de Isaac donde los propietarios de las viejas caballerías entregaban al compañero de trabajo al cuchillo afilado del albardero que a cambio de dar muerte al animal se quedaba con la piel del pobre bicho que luego pasará a convefrtirse en el taller del viejo artesano en otra albarda para otro caballero que terminará como éste, también en el Torcón. La escena se desarrolla en los años inmediatamente posteriores a la guerra civil y nos lo refleja con dos pinceladas certeras y de una fuerza impresionista digna del mejor cuadro de Gutierrez Solana. Detrás de la procesión formada por el albardero y su víctima caminan cuatro o cinco niños del pueblo (él entre ellos) calzados con las rudas alpargatas de esparto y las dos velas de moco colgándoles de las narices..Mejor no se puede describir como transcurría la infancia de nuestros paisanos en la España rural de la posguerra. El regreso al caserío –que se recorta en el violaceo atardecer del otoño- es aún más fuerte que la ida. Ya no está el caballejo entre nosotros que una espesa capa palpitante y grisacea de buitres se ha abatido sobre sus carnes despellejadas. En las espaldas del albardero, aún caliente, la piel sangrienta y el cuchillo discretamente oculto entre las solapas de un viejo saco de esparto. El bueno de nuestro profesor se queja al principio del programa de que no nos podamos ver...¡qué equivocado andaba! No era consciente de la fuerza que tomaba su narrativa cuando apelaba a la única pero grande imaginación del oyente, sobre todo de un empedernido lector como yo que prefiere la palabra a la imagen. Hay una escena en la España Negra de Gutierrez Solana en la que el pintor nos describe la agonía de otro caballejo viejo y cansado. Y nuestro querido cineasta ya desaparecido, el genial Berlanga también acude al animal muerto entre dos bandos de hombres; en este caso una vaquilla agonizando entre los dos bandos enfrentados en la guerra civil en la película La Vaquilla. Con cuánta ternura nos describe el aspecto que ofrece el pobre caballo cuando camina detrás de su verdugo que lleva ya entre las manos la cuerda rebozada en sangres viejas para atarle las manos a la inocente víctima de cuatro patas. En lo alto de la sierra asoman ya los abanicos negros de los buitres que presienten ya el cercano festín haciendo la rueda sobre la meseta castellana. El pobre caballejo, que ya debía de ser viejo cuando nuestro Feíx se limpiaba sus primeros mocos, lo paseó por todos los alrededores de la aldea natal. Pero quería insistir en la capacidad narrativa de este medico injertado en naturalista. Si en lugar de trabajar con la imagen lo hubiera hecho con la palabra escrita nos habría dejado una obra literaria –o de divulgación cientifica como fue el caso del doctor Marañón- tejida con una prosa de una calidad digna de los mejores muestrarios de la generación del 98. Cuando nos describe la terrible escena le sale la sobriedad del escritor castellano, mesetario. Y, para terminar, sirvan estas pobres lineas como un sentido homenaje a este gran hombre que tantó amó a su tierra que es la nuestra. Por desgracia, en el momento actual, se echan de menos (al menos a mí si me sucede) se echan a faltar –digo- hombres de la talla de un Félix Rodriguez de la Fuente. Salve mi querido amigo donde quiera Dios que te encuentres. 

Jean Valjean,

1 comentario:

  1. Dices bien, amigo, Félix Rodriguez de la Fuente nos hizo pasar unas tardes-noches maravillosas con esa forma que tenía de mostrarnos el mundo que teníamos cerca pero que no sabíamos mirar. Nos enseñó a amar la naturaleza y a respetarla como un bien supremo. Las gentes del mundo ecologistas (los que se dedican, digo) deberían beatificarlo o lo que corresponda en el mundo no creyente. Bueno, bromas aparte, me ha gustado mucho tu relato, que ya tocaba. Un fuerte abrazo y cuídate mucho por esos mundos en caravana.
    Carlos

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