viernes, 11 de diciembre de 2009

EL LOCUTOR de Alberto Núñez (Premio Amador de los Rios de Narrativa de 1996)








UNO

Ese día, la ciudad no me parecía ya tan sórdida ni tan triste como me lo había parecido otras veces, y a pesar de que la noche anterior no me fue muy bien en la cama con mi compañera, hasta los pasajeros que diariamente se hundían conmigo en los túneles del "metro" se me presentaban ahora algo más alegres a como, con mi pesimismo de los últimos años, acostumbraba a verlos otros días. Me tomé una "sanmiguel" en el bar subterráneo de Torras y Bages, y me compré un disco de Albinioni en un bazar de ocasión próximo a la discoteca en la que trabajaba limpiando mesas y fregando suelos; todo por horas. Hoy, por primera vez, y desde hacía, no sabía ya cuanto tiempo, me encontraba con los ánimos suficientes como para mirar de frente (cosa que no solía hacer casi nunca) la desgracia y tristeza ajenas. Observaba, con delectación de poeta, casi, y hasta con el mismo interés que mostraría un sociólogo ante el fenómeno humano, a los obreros que regresaban a casa charlando por grupos en las esquinas del andén o comentando las noticias de algún periódico deportivo ya arrugado y manchado de café; miraba casi con gusto a los escolares que corrían -bulliciosos y felices- entre la gente, persiguiéndose y golpeándose con sus maletas hinchadas de libros...; y acompañaba con la mente, lleno todo yo de buenos deseos, a los últimos turistas del verano ya agonizante (era Septiembre) que consultaban en ese instante los planos iluminados de los expositores, mirándolos con la misma estúpida expresión en sus rostros con la que muy posiblemente, mirarían a la Gioconda, a la Torre de Pisa, o (más cercana, allí, en la propia ciudad) el patriótico templo de la Sagrada Familia; sus manos convulsas apretaban fuertemente un amasijo multicolor de planos, avisos de hoteles, y billetes de autobús...
Esa noche (y a partir de esa noche, las de todos los demás miércoles) trabajaría en una Emisora Local de Radio como locutor nocturno; nada de importancia, un programa, de esos de relleno, de una a cuatro de la madrugada, dirigido a los "solitarios de la noche" como se llamaba a los componentes de esta audiencia en el argot profesional. Mi trabajo consistiría en atender las llamadas telefónicas de los oyentes, algo así como (me decía yo mismo riéndome entonces de mi propia ocurrencia) algo así como un teléfono de la esperanza; y "pinchar" los discos que solicitasen, con escasos y medidos comentarios (eso fue lo primero que me habían dicho "los jefes") por mi parte, tendiendo sobre todo a darle la razón al oyente y endulzarle un poco la noche. El trabajo, en cuestión, no era gran cosa (eso ya lo sabía yo perfectamente) pero aún así y todo...y tal como se estaban poniendo las cosas en el país...¡tortas se darían algunos por cogerlo!. Yo llevaba ya algún tiempo soñando con ese trabajo, tenía algunas esperanzas puestas en él. "Por soñar que no quede..." me decía cuando me encontraba con los ánimos suficientes como para poder ironizar sobre mí mismo...sobre mi propia persona...sobre mi propia vida. <> .
Hasta ese día, hasta el día en que me avisaron de la Emisora para hacer "la prueba" con la grabación de unos "publicitarios" (lo que yo llamaba "publicitarios" no eran otra cosa que mensajes del Ayuntamiento a los vecinos, algunos anuncios ecológicos (como puntos de venta de papel reciclado, locales de planificación familiar, y algunos talleres de cerámica y tapices que los progres rebotados de la "Gran Revolución del 75" impartían por horas en los locales de la Asociación de Vecinos) había trabajado en la radio de forma eventual, haciendo pequeñas sustituciones por las que me pagaban lo suficiente como para ir tirando (cuando las sustituciones bastaban) en aquel piso viejo del Ensanche. Si algún compañero de la Emisora, por cualquier motivo, no podía comparecer ante el micrófono me avisaban a mí. Cuando el técnico de sonido, Manel, no podía asistir el domingo a la retransmisión del Partido de Fútbol, porque la noche antes había bebido demasiada ginebra (de garrafa; su bolsillo no le daba para más) y la Encarna, una que conoció en una "mani" convocada por la Federación de Enseñanza de Comisiones Obreras, y que se teñía de rubio (ella era morena) los pelos de su coño, no le dejaba de levantarse de la cama -¡joder con la Encarna! ¡y no era la mar de fogosa la Encarna!- entonces, también me avisaban a mí.
Me enteré de este trabajo por el teléfono. Me llamaron a la discoteca cuando yo aún no había llegado: "Vete a una cabina, ya sabes que el jefe no quiere que se llame desde aquí, y llama a la Emisora", me había dicho Enrique, el encargado de la discoteca, cuando me disponía a emprender la tarea diaria. Tiempo me faltó para soltar el cubo y la fregona y salir corriendo a la calle, como alma que lleva el diablo, buscándome, mientras corría precipitadamente entre el amasijo de chapa y vidrios de los coches aparcados (incluso algunos en las aceras), alguna moneda por los bolsillos. Recuerdo, perfectamente ahora, también, cómo protestaba el encargado de la discoteca por aquellas interrupciones en mi trabajo, y lo recuerdo porque mientras me soltaba todas las mierdas que su corto cerebro paría, iba tirándose pedos pues padecía de gases por las malas digestiones: eso se lo habia dicho yo nada más conocerlo: eso que tú padeces son gases, comes mal, y digieres peor. Los golpes metálicos de las latas de cerveza sobre el fondo de la nevera eran acompañados por los lamentos sordos, graves, quejumbrosos y agonizantes que iba vocalizando su grasiento culo.
Introduje unas monedas y marqué el número de la Emisora.
-Diga -se oyó al otro extremo del hilo tas el "clic" de la moneda.
-Soy X***
-Ah eres tú. Mira, que dice Xenio, que vengas el martes por aquí, por la Emisora.
-¿Por la tarde?.
-Si, si, por la tarde...es para ayudar en unas grabaciones.
-¿Publicitarios? -pregunté yo con no poca timidez, timidez producida por el miedo a que no fueran publicitarios y pudiera perderme mi parte en la Subvención que daban para ellos el Ayuntamiento y la Generalitat.
Necesitaba el dinero; aquel mes iba de "puñetero culo" como decía la portera de mi vivienda para humillarme cuando se refería al estado "salúbrico" (¡saluufrico! decia la muy puerca) de mi economía. Cómo si a aquella foca apestada de nicotina barata le importara algo el estado salúbrico de mi economía. Pero esa era la pequeña venganza que se permitía sobre mí persona cuando me sorprendía robándole cigarrillos de la mesa camilla de la portería ¿Qué...? ¡Ni para cigarrillos ¿eh?, este mes vas de puñetero culo "mal parit", me decía. Y seguía la portera (después de este comentario que ella creía para mí hiriente) barriendo la acera con el cigarrillo bailándole en una esquinita de sus labios gordos y blandos.
-¡Si, si! publicitarios.¿Vienes...o qué?.
-Si, si, que voy.-"De este mes no pasa (pensaba yo echado contra el vidrio de la cabina, sobre un anuncio, tamaño natural, de "slips" para caballeros mientras aguantaba la moneda para que no se la tragara la "vagina telefónica". Esto de llamar vagina telefónica a la ranura por donde se introducían las monedas, lo había leido en una novela policíaca y lo empleaba muy a menudo. De este mes no pasa. Joder, como marca paquete el tío -me decía mirando el modelo del anuncio que gastaba pecho lampiño y tenía el rostro iluminado por una sonrisa de Convención Electoral Americana- ¡bah!, ya será de algodón, a más a más que no hay quien marque paquete así. De este mes no pasa, este mes le compraré a Montse ese conjuntito tan chulo de braguitas y sujetadores negros que a ella tanto le gusta. Se lo tengo prometido desde hace dos meses, si, si, ella no dice nada pero...con la mirada nos entendemos...y las dos o tres últimas noches no hace más que recordármelo con sus silencios".
-¿Que si vas a venir? -grita, desesperado, el teléfono.
-Que si, que si.¡Es que estaba distraído!, Que si voy.
-Porque si no...ya sabes, avisamos al "poli" ese lo hace por una botella de coñac.
-Que no lo aviseis, coño, que ya voy yo... me había dado apenas tiempo a responder antes de que desde el otro extremo de la linea me colgaran el teléfono con evidentes signos de desprecio".

2 comentarios:

  1. Tras la lectura de este estupendo libro uno repasa el tiempo que en su juventud dedicó a la militancia política con la esperanza de cambiar el mundo y se pregunta ¿valió para algo?
    Creo que si; aprendimos mucho y ¡nos reimos mucho!

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  2. Estoy teniendo serias dificultades para introducir un comentario en este blog que, para más inri es el mío.

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